BORDEAUX, Francia.- En el fondo, lo de Cuba habrá sido una aberración intelectual. Lo digo pensando en mis largas conversaciones en Berlín con amigos alemanes que vivieron 40 años de amargura en la para siempre difunta R.D.A. Ellos vivieron aquellos 40 años haciéndose la única pregunta que entonces les parecía racional: “¿Cómo es posible que aceptemos soportar tanta humillación?”
Y cuando cayó El Muro, con él cayó la careta odiosa de los liberticidas y también la careta patética de los que se acomodaron, unos más y otros menos, para sobrevivir en aquel infierno inquisitorial.
Hoy, a casi 30 años del derrumbe del Muro de Berlín, muchos cubanos seguimos esperando que, al menos, el cubano no vote en las elecciones fraudulentas que organiza el régimen castrista.
La banda armada cubana (son unos cuatreros, ni más ni menos) sabe que, al final, serán derrotados porque fracasaron en todos los órdenes y porque la propia dialéctica de cualquier poder omnímodo lo desliza hacia el abismo.
Entonces, ¿por qué los cubanos votan en las elecciones que organiza el régimen?
La gente puede comprender que votar es dar crédito a uno de los dispositivos violentos sistema porque en un país donde no hay libertad política ni pluralismo, la farsa de las elecciones es una burla violenta a la razón.
Por qué no demostrar, sin sectarismos, que no votar es mandar una señal fuerte al régimen y también a los alabarderos aterrados que, dentro del sistema castrista, entienden que el país se hunde a manos de un reducido grupo de individuos que pretenden no rendir cuentas ante la historia la cual, evidentemente, los absorberá y olvidará en una mezcla de odio y espanto.
Siempre pasa así, nos consta, prácticamente todos los destinos personales de los pontífices vitrificados en los países del “bloque soviético” desaparecieron del mundo sin armas ni pertrechos y, si hubo exepciones, fueron las de los que pudieron vender algo al enemigo…
Cubano, ¡la próxima vez, no votes!