MIAMI, Florida -El “¿por qué no te callas?” con el que el Rey Juan Carlos puso fin al exabrupto de Hugo Chávez contra el ex mandatario español José María Aznar marcó la XVII Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile. A pesar del tiempo transcurrido, la famosa expresión no pasa al olvido y en ocasiones alguien acude a ella, sea para referirse al hecho que la produjo o a manera de parodia humorística. Es lícito pensar que aquella frase quedara grabada con encono en la memoria de su destinatario y en sus seguidores como una afrenta que no quedaría sin respuesta. Quizás parte de aquella discrepancia pública esté cobrando su deuda en el actual escenario político español.
A siete años de aquel suceso, casi en la misma fecha, con un mes de diferencia, se produjo la participación de un grupo de españoles en un evento celebrado en Venezuela. Se trataba de un congreso sobre el derecho a la autodeterminación de los pueblos al que fueron invitados delegados de trece países. La selecta representación española estaba integrada por miembros de Podemos, la CUP y personas cercanas al entorno de ETA. Destacan los nombres de Anna Gabriel, portavoz del Parlamento catalán, y María José Aguilar, dirigente de Podemos en Castilla-La Mancha y el suegro de un etarra condenado en Francia. Al parecer, en dicha cumbre se firmaron resoluciones a favor del derecho a la autodeterminación del País Vasco, según afirman los medios que han divulgado el episodio, señalando que la conferencia tuvo lugar pocos meses antes de las elecciones autonómicas y municipales celebradas en España y las generales de Cataluña.
La irrupción de Podemos y sus ramificaciones grupales, así como diversas formaciones de la izquierda popular en las elecciones de diciembre del 2015, recibe el respaldo de un electorado conquistado por las promesas de un cambio político justificado por problemas económicos, laborales, y la corrupción galopante que se achaca a la manera de hacer política en el país peninsular. Pero lo preocupante es que esta necesidad regenerativa para recuperar derechos sociales y justicia sea acompañada de una inquietante acción destructiva contra las instituciones tradicionales, constitucionales y configurativas de la nacionalidad española.
Hechos aislados, aunque continuos, coinciden en su conjunto en lo que parece ser un plan para desmontar la España democrática surgida de la transición para construir otra dominada por una izquierda de corte radical. Recientemente Jusep Garganté, portavoz de la CUP, ganó los murmullos de aprobación de los independentistas catalanes y sus afines de ultra izquierda cuando, en pleno uso de la palabra en el ayuntamiento de Barcelona, pronunció los versos de una vieja canción anti monárquica: “hay un dicho popular que dice ‘Si el Rey quiere corona, corona le daremos, que venga a Barcelona y el cuello le cortaremos’”. A esto siguió una resolución aprobada en Girona catalogando al Rey Felipe VI de persona non grata en esa ciudad. El decreto ignora que Felipe VI, además de ser figura real es el Jefe de Estado español.
Han trascendido las imágenes y palabras del alcalde de Cartagena, José Pérez (Movimiento Ciudadano por Cartagena) ofendiendo, insultando o simplemente haciendo uso de actitudes totalitarias frente a los representantes de la oposición. Muy parecido al léxico que utiliza Maduro contra sus oponentes. Están los constantes shows de los representantes parlamentarios populares que dicen estar por encima de cargos y sillones pero que reclaman los primeros y se molestan por los segundos. Hasta el gesto de la diputada que llevó a su bebé a la legislatura centrando una atención desproporcionada a un tema feminista que no tiene justificación.
Los encuentros del dirigente de Podemos con el Rey tienen un detalle recurrente, ingenuo en apariencias. ¿Es necesario que cada vez que Pablo Iglesias se presente ante el Jefe de Gobierno lo haga vestido de manera informal y con las mangas remangadas? ¿Se debe tomar esto como un acto de desenfado del nuevo estilo o se trata del desconocimiento de la autoridad que representa el Rey?
Tampoco se deben tomar a la ligera las fórmulas de juramento de los nuevos diputados de las formaciones izquierdistas no tradicionales. Coinciden en sus formas con aquella que pronunció en su investidura el extinto Hugo Chávez al jurar “sobre una Constitución moribunda” a la que prometió sustituir por una adecuada a su proyecto bolivariano. En el caso de los parlamentarios españoles estos juraron sobre la Carta constitutiva que prometieron cambiar.
Aunque con miras concretas, los nacionalismos separatistas tampoco quedan fuera de esta especie de complot para acabar con la España multinacional. En Cataluña reciben el apoyo de las corporaciones que tienen como meta la formación de un gobierno de unidad popular, alejado del capitalismo y de Europa. Estas agrupaciones con diversos nombres en las que destacan la CUP, hacen del independentismo una bandera que les aporta fuerza territorial. Pero si los nacionalistas auténticos tomaran nota se darían cuenta que al final todas estas formaciones, presentes más allá de los reducidos territorios que se pretenden independizar, lo que realmente tienen por objeto es lograr una superioridad legitimadora, más allá de las patrias chicas propuestas. Una vez logrado esto es lógico suponer en el giro antinacionalista para el reagrupamiento en la República unificada bajo sus presupuestos.
En sus debates televisivos de programas de tertulias políticas algunos niegan la posibilidad de que el país ibérico pueda caer en errores sucedidos en otros países, en particular aquellos que se encuentran al otro lado del Atlántico. Para ellos Chávez y su proyecto siguen siendo una figura folclórica cuya realidad sería imposible de repetirse en suelo ibérico, en primer lugar por su locación europea que aparentemente lo hace inmune de sufrir de estas picaduras. Algo parecido decían los venezolanos cuando en Cuba se les alertaba de la posibilidad de una situación como la que ahora están atravesando y tanto les está costando superar.
Con los mismos dichos hablaban en España de Podemos y su liderazgo cuando comenzó sus arengas pre-electorales, antes de que prácticamente tomara el control de Barcelona y entrara al Parlamento como tercera fuerza política, a punto de conjugarse con el PSOE por un pacto que de producirse sería a la larga pernicioso para la formación socialdemócrata fundada en 1879. Y es que el PSOE, junto con la monarquía y el sistema de partidos, parece ser parte del mismo afán en un posible objetivo para desarticular en el entramado político español.
Durante una conferencia en la Universidad de Alicante el ex presidente español Felipe González fue interrumpido de manera abrupta por un grupo de estudiantes que protestaban por su presencia. Estos le gritaron fascista y asesino. No es desconocida la postura mantenida por González y la mayoría de los militantes del PSOE ante la situación de los opositores presos en Venezuela y sus críticas a la actitud anti democrática del presidente Nicolás Maduro. La disposición a asumir la defensa de Leopoldo López en el caso de ex presidente socialista fue atacada con dureza por el gobierno chavista.
Nada escapa a esta movida por el “cambio”. Las pasadas Navidades se comentan como las más polémicas para la capital española. El equipo de gobierno Ahora Madrid, conectado a Podemos, provocó serios cuestionamientos por la manera en que organizó el desfile de Reyes Magos. Según la alcaldesa Manuela Carmena se trataba de dar un espíritu multicultural a la celebración de Reyes. Una intención que sustituyó villancicos por música discotequera, quitó elementos referentes a la historia bíblica y en lo fundamental omitió al protagonista principal de la celebración apartando la figura de Jesús, cuya referencia quedó ceñida a una alusión en las palabras de uno de los Magos quien explicó que ellos seguían la estrella que les marcaba el nacimiento de un niño. Así de simple, un niño cualquiera.
Lo sucedido en el desfile del Día de Reyes pudiera pasar por un lance sin importancia si no tuviera el antecedente de otras expresiones anti tradicionalistas provenientes de los políticos aupados por la oleada populista. Desde ese ámbito se han elevado voces que piden relegar las connotaciones cristianas de las festividades navideñas al ámbito privado e incluso abogan contra costumbres tan arraigadas como las procesiones de Semana Santa. Curiosas similitudes a experiencias ya vividas en otros experimentos que en principio buscaban implantar justicia y terminaron en el extremo contrario. Mirando este panorama solo queda decir aquella frase de Rajoy que se ha hecho popular en boca de sus imitadores satíricos: “Mire usted…”