MIAMI, Florida -Hay un hecho ocurrido en los albores de la independencia de Cuba que nos recuerda cuán propenso somos los cubanos a la dispersión y a las guerritas internas cuando no se colocan el orgullo y los méritos alcanzados a merced del sacrificio de éstos y la humildad que exigen ciertos momentos donde la cohesión es una condición básica en la política para negociar y obtener resultados favorables.
Aquel 12 de marzo de 1899, la Asamblea de Representantes del Ejército Libertador aprobaba la moción, propuesta por Manuel Sanguily, de destituir del cargo de General en Jefe al Generalísimo Máximo Gómez y Báez, tras la decisión de este último de aceptar la dádiva de 3 millones de dólares ofrecida por Mr. Robert Porter (enviado especial del Presidente McKinley) para licenciar y pagar una compensación a los miembros del Ejercito Libertador. Un ejército pobre y harapiento que se debatía en la miseria tras varios años de sangrienta lucha contra las fuerzas coloniales.
Gómez sentía desconfianza de la honradez y el leguleyismo de algunos de los representantes. Nunca, en los más de 30 años entregados a la lucha por la independencia de Cuba, los hombres con levita habían sido santos de su devoción. José Martí fue una de esas raras excepciones y no pocos desaires había sufrido antes de ganar el respeto y la admiración del General. La Asamblea era partidaria de un empréstito de unos 10 millones de dólares que pagaría la futura República, se pretendía así asegurar la independencia, aunque fuese al costo de nacer endeudada.
El ejército Libertador, desaparecía
Mientras sus cansados ojos miraban con angustia cómo se prolongaba la permanencia de la intervención de Estados Unidos tras la derrota de España, Gómez tomó la decisión personal de aceptar el obsequio de los 3 millones ofrecidos por el enviado especial del Presidente Norteamericano. Muy adulado el General por los negociadores y sintiéndose regocijado por las muestras de cariño de los cubanos que lo habían aclamado como héroe desde que abandonó su último campamento en el Central Narcisa, pasaba por alto la autoridad de la Asamblea de Representantes facultada para aceptar o negociar cualquier tipo de arreglo en tal caso. Pensaba que era una manera rápida de aliviar las penurias de los soldados cubanos y evitar cualquier conflicto que justificara la extensión de la presencia norteamericana en suelo de la Isla.
La Asamblea de Representantes reaccionó airadamente, acogiéndose a las prerrogativas previstas en la última Constitución aprobada en 1897 y tomó una decisión que significó su propio suicidio. ¿Cuál era el pueblo que en aquel remoto entonces podía entender las causas profundas de esta lamentable bronca entre el Generalísimo y una institución republicana que a duras penas trataba de hacerse respetar por los propios generales sin lograrlo?
Así se desvaneció la Asamblea de Representantes, desconocida y abucheada por el populacho. Lamentable para el ideal republicano, abono para la idiosincrasia caudillista del pueblo cubano. El Ejército Libertador, por su parte, desaparecía del escenario político, ya eran los veteranos. En tanto, el viejo general Gómez se recluía con su familia en aquella casona de Calabazar, localidad de las afueras de La Habana, su última morada. Nunca se recuperaría de la ausencia prematura de su hijo Panchito.
La historia posterior ha sido totalmente tergiversada por el régimen que gobierna Cuba desde 1959 hasta el punto de negar aviesamente los indiscutibles avances de esa atormentada republicana que brotó de la sangre derramada en los campos de Cuba y que a pesar de sus derivaciones tan desordenadas y confusas constituyó la herencia principal de nuestro pensamiento republicano y democrático. La historiografía oficial no perdió oportunidad para sobredimensionar los conflictos y el caos de los primeros años de nuestra República y ha acusado continuamente a Estados Unidos y a la política nacional de nuestras desgracias.
La influencia de Estados Unidos
¿Y las desventuras de ahora, que son mucho peores, a quiénes se las achacamos? En qué situación estamos hoy. No es ni remotamente igual que la de aquel año 1899, pero una vez más Estados Unidos aparece sentado en la mesa de la política cubana, como siempre. El controvertido vecino hoy alberga a más de 2 millones de compatriotas. Por tanto su voz se siente y debe ser escuchada con atención. Muy a pesar del “antiimperialismo” cubano este vecino ha aumentado su influencia en los destinos de la Isla. Es la principal potencia del mundo y posee una economía que muestra una pujanza envidiable, por tanto, no es una sociedad en crisis, decrepita, gobernada por ancianos renuentes a los cambios. En estas circunstancias llega el anuncio de un mayor acercamiento de este país a Cuba como una consecuencia de un giro de timón de 180° en su política exterior. Se busca, en primer lugar, favorecer ciertos intereses geopolíticos importantes.
La reacción inmediata de algunos opositores fue la de catalogar al presidente norteamericano de traidor, haciéndose eco de los debates de la política doméstica norteamericana. Descalificaciones de todo tipo no faltan contra aquellos que dentro de Cuba asumieron con beneplácito el anuncio del 17 de diciembre. La Seguridad del Estado podía tranquilamente tomarse un descanso. Su larga guerra sucia contra varias generaciones de luchadores por los derechos civiles mantiene el clima discordante que necesita la gerontocracia para gobernar plácidamente. Esta realidad debe valorarla en conjunto la oposición por encima de sus discordias y recelos mutuos, muchos de ellos alimentados por las artimañas de la SE. Y lo más importante, conocer en la calle cuáles son las aspiraciones reales y temores del pueblo cubano
Si miramos detenidamente hacia nuestro pasado nos podremos convencer que tanta razón tenía Manuel Sanguily, miembro de una familia de patriotas intachables, como el general Máximo Gómez, dominicano/cubano, el héroe de Mal Tiempo, el jefe militar más respetado por España. Sólo faltó llegar a un acuerdo equilibrado para que los patriotas no se mostrasen tan desvalidos ante el gigante norteño. Ambos quedaron atrapados en su orgullo, como otros muchos en aquel entonces. El nacimiento de la República habría sido menos doloroso si hubiera existido un frente patriótico con un plan de acción común. La Historia habría sido otra….