MIAMI, Florida -El sorpresivo giro dado por la administración Obama respecto a Cuba no goza de la simpatía en ciertos sectores en la Isla. Mientras un número mayoritario de ciudadanos de a pie acogieron con alegría y esperanza este paso inédito, el sector más radical no parece muy satisfecho con el relajamiento de la vieja política de enfrentamiento.
Tras producirse el histórico discurso del mandatario norteamericano dando a conocer los pasos para iniciar el descongelamiento de las relaciones con Cuba a nivel de embajadas, desde la otra orilla surgen de inmediato alertas paralizantes de quienes durante décadas han culpado al bloqueo-embargo de todos los males que aquejan a la sociedad cubana. Ahora que hoguera amenaza quedar sin combustible aúnan esfuerzo para reavivar las brazas de la discordia.
Fidel Castro, tras un prolongado y llamativo silencio, salía a la luz con una polémica carta en la que sin dar su visto bueno a lo ocurrido, ratificaba la voluntad de mejorar las relaciones entre ambos países, poniendo de relieve la desconfianza que le anima. Su hermano Raúl aprovechaba las tribunas del CELAC para hacer notar las piedras que siembran el camino por el que habrán de transitar las dos naciones en su acercamiento.
La resistencia y los apuros son explicables ante un cambio que plantea serios problemas al juego político de La Habana y Miami. Para impedirlo, o al menos minimizar su impacto, la solución es obstaculizar y complicar lo más posible el avance, a la vez que se enarbolan justificaciones para explicar esa postura. Un escrito aparecido en la página Aporrea bajo la firma de Percy Alvarado Godoy, describe el supuesto plan que anima a Estados Unidos a normalizar las relaciones con Cuba desde un “marcado interés”. Este no puede ser otro que quebrar lo que el señor Godoy insiste en llamar Revolución.
Anclado en la visión totalitaria del mundo el señor Godoy pone alerta sobre los males futuros que podemos esperar de las relaciones mejoradas entre Cuba y EEUU. El intercambio abierto, y no en un solo sentido como es ahora, de miembros de la sociedad civil en todas sus expresiones enciende señal roja. La misma reacción provoca la creación de condiciones para que se creen espacios sindicales, gremiales y de agrupaciones que velen por los derechos de obreros y pequeños propietarios expuestos a la pisada de los grandes intereses económicos y financieros que se abrirán paso en Cuba, con el beneplácito revolucionario de personas como Godoy.
Siguiendo la lógica expuesta en el escrito del periodista guatemalteco radicado en La Habana, este acercamiento contiene un aspecto suficiente preocupante para la clase gobernante cubana. Se trata de la vulnerabilidad de la unidad ideológica del pueblo y la supuesta debilidad del gobierno al aceptar un proceso que supone un reblandecimiento de sus posiciones tradicionales. Entre estas permitir el acceso libre a Internet, algo muy cercano a la apertura de la libre expresión.
No es el único peligro señalado en el escrito. El futuro de las relaciones que se proyectan deja abierta la participación de exiliados y disidentes en el intercambio de criterios entre delegaciones de ambos gobiernos hasta ahora enfrentados. Godoy insiste en el concepto de una sociedad civil integrada solamente por asociaciones y grupos afines al poder y dirigidas desde esta esfera. Lo demás son grupúsculos que no merecen ser escuchados. Los paladines de la lucha contra las dictaduras de derecha en América Latina y otras latitudes donde se persigue la libertad de opinión, pretenden negar a los cubanos el acceso a la información y a la solución soberana de sus problemas. Un rechazo tras el que se escuda el temor al debate abierto, algo impensable hasta ahora en la Isla.
La creación de partidos políticos, diferentes al único que gobierna actualmente en Cuba, será inevitable con el paso del tiempo rebasa por igual el límite de aceptación en un sistema que durante años ha criticado el bipartidismo político en Estados Unidos y pondera la erección de fuerzas políticas al estilo de Podemos. La defensa a ultranza del unipartidismo cubano, al que se insiste mostrar como opción perfecta e irrevocable, es la reacción ante la eventualidad de una apertura en este campo.
No falta la preocupación manifiesta en la apertura de la sede diplomática norteamericana. El pretexto de las colosales dimensiones de la sede diplomática norteamericana señalada por Godoy como una de las mayores de Latinoamérica, pasa de largo ante una obra que la supera con creces. Se trata de la sede diplomática de la otrora Unión Soviética, a la que los cubanos llamamos jocosamente el kremlinsito. La edificación heredada por la actual Rusia no parece contar con un similar en otros países. Ni siquiera en el desaparecido campo socialista. Pero lo que realmente inquieta es que ante el nuevo nivel diplomático se haría menos procedente acusar a la contraparte de hacer actividades contra la soberanía nacional. Una eventualidad que ocurre en otros países con relaciones normales con el vecino del norte y que no pone en guardia a los respectivos halcones que rigen en ellas. Recientemente la junta militar de Tailandia afirmó que vigilará a los diplomáticos de Estados Unidos después de que varios representantes de esa Embajada contactaran con un líder opositor local.
Finalmente no podían faltar las advertencias sobre las consecuencias de un cambio político que conducirá al rechazo del socialismo y el restablecimiento de ideología burguesa. Un planteamiento que tal vez merezca enfocarse en las perspectivas que tendrá en una Cuba democrática el socialismo como corriente política libre del soporte totalitario le ha lastrado por más de cincuenta años.
La participación responsable ciudadana en todos los ámbitos de su interés, incluido el de la información y la política así como el desarrollo de una propiedad privada nacional, será el que propicie el crecimiento de la economía cubana desde sus propias iniciativas. En este marco caben sindicatos o figuras como la del velador del pueblo y organizaciones verdaderamente no gubernamentales cuyo papel sería importante en la defensa de derechos que ahora se omiten y que pueden seguir ausentes en un futuro gestionado sin garantías para su existencia. Es la ausencia de estos aspectos los que deben causar alarma a la hora de analizar las consecuencias sociales para los cubanos de un cambio en las relaciones entre su país y Estados Unidos.