NUEVA YORK, Estados Unidos.- Nos indignamos ante las confiscaciones de juguetes destinados a los niños cubanos, donde los varones solo poseen trozos de madera para inventar carros y las niñas muñecas de trapos que reemplazan a las soñadas en las lejanas vidrieras.
Cada año nos da ira estos robos a los hijos de los disidentes, algunos con padres en las prisiones por disentir contra el régimen.
Los pequeños sueñan más allá de Papá Noel y la Navidad, que en otros países son los que traen los presentes.
Esperan con ansias el Día de los Reyes Magos, ahora llamado Día de los Niños, en otra tradición acabada por los barbudos, quienes bajaron de la Sierra Maestra a traer engaño y dolor al pueblo en sus gastadas mochilas.
En el paraíso comunista los dirigentes cambian las fechas de las fiestas, añaden lutos y prohíben las tradiciones, haciendo difícil celebrar lo que es natural para todo el mundo.
La cantaleta de La Habana es que si no hay juguetes se debe al bloqueo y que le reclamen a Washington, que es el malo de la película para cuanto desastre económico existe en la “isla de las maravillas”.
Los hijos de los dirigentes sí tienen juguetes, importados de la “nación enemiga”.
Los han tenido siempre, junto a viajes, ropa, comida y otras regalías que vienen con el privilegio de no ser un cubano de a pie, que debe rasguñar su bolsillo para comer y que ve con angustia que no puede ni siquiera comprar un juguete de los que las tiendas estatales exhiben en sus vitrinas.
A los niños no se les pueden tapar los ojos frente a estas divisiones de ricos y pobres en Cuba. Es así como dolorosamente comprueban que la Revolución Socialista, que le es inculcada diariamente en las escuelas, ha dividido desde el comienzo a los que gozan de los privilegios del poder y el resto de los cubanos.