ESTADOS UNIDOS.- “Un inconforme, soñador, capaz de escribir hasta poemas: un tipo que siempre estuvo cuando lo necesitaron los amigos”, así se describe a sí mismo Chago, juglar nómada en el laberinto de ahí afuera, eterno extranjero siempre en casa, en Madrid como en La Habana. Y ahora en Miami.
Aunque buen conversador, no le resulta fácil encontrar tiempo para hablar con CubaNet, por los ajetreos de la vida y porque, además, “hablar de uno mismo es tarea ingrata”. Mirando hacia atrás, “los recuerdos más sanos llegan desde la infancia, que fue traumática, todo sea dicho”.
En Cuba, confiesa Chago, “anduve «juyuyu» desde temprano. La viajé casi de pueblo en pueblo, incluyendo Isla de Pinos, algunos cayos…” Pero eso fue antes de partir, hace unos 25 años: “Nada que diga podrá evidenciar la desazón que me produjo abandonarla. En mi caso, descubrí la cubanía al otro lado del Atlántico”.
Hasta hace unos nueve meses, su casa ha sido España: “Y lo será por el resto de mi vida, en gratitud, porque me ha dado una dimensión real del mundo. Todos los sueños que no cumplí en mi país natal los concreté en mi patria adoptiva”.
Zampo caracoles en la Plaza de Cascorro / meo en monumento del héroe que fue a la lucha
Santiago Méndez Alpízar cumple en estos días 50 años, de los que dedicó la mitad al duro y seductor oficio que lo llevó a la fundación de Libreros de la Plaza de Armas en 1994 y a crear una de las primeras librerías independientes del país, «Obispo 360», que devino “un espacio de confluencia en la segunda mitad de los noventa habaneros, un recodo para el debate libre”.
En España trabajará con la Librería Renacimiento de Sevilla, con libreros de la Cuesta de Moyano, con la Librería Café La Fugitiva, y será también editor —coordina la Colección Atocha de Literatura Hispanoamericana— y promotor cultural, y publicará artículos y, por supuesto, poesía.
En el prólogo de Bagazo: poemas iberos (2010), el crítico Iván de la Nuez no ve que el libro sea soporte ideal para esos textos, que imagina “en los muros de Madrid, como grafitis de una vida que imprime sus huellas en la intemperie”, o “en las pantallas del metro”, con “la perversión de aquel idioma seminal, desbordado por el lenguaje de la calle, la jerga de la noche, los agujeros negros de Madrid”.
El poemario está dedicado sobre todo a Jorge Alberto Aguiar (JAAD), “el más sensible de mis amigos”, escribe Chago: “Las antologías de poesía cubana de los ochenta y noventa están repletas de cadáveres, no porque murieran los antologados, aunque se marcharon algunos, sino más por la escasa significación de muchos de ellos”.
Y por ausencias notables como JAAD, “el hijo de Fina y Glorioso”, cuya literatura, lo mismo cuando vivía en Cuba que después de marcharse, “sigue siendo para amigos”; que “llora como un niño, dedica largos poemas a Robert Lowell y a mi padre, cree en el mejoramiento y hasta en la salvación humana… Además ha escrito algunos cuentos verdaderamente conmovedores y perdurables”.
Sus libros, confiesa Chago, le han permitido “conocer a personas de sitios distantes adonde no ha acudido” y, aunque sean ignorados por la mayoría en Cuba y en otras partes, “algunos críticos importantes han reparado en ellos y hasta los elogiaron”. Pero, para recibir atención, cree, “hay que ser políticamente correcto y me temo que yo estoy fuera del circo”.
En cuanto a los libros que edita por su cuenta, “son un aldabonazo, parte de lo que me parece que escasea”, y por eso la mayoría de los autores de su colección tiene muy pocas obras, o ninguna, en las librerías españolas: “Es una apuesta personal, desafío ingenuo, romántico si se quiere, donde solo prevalece la literatura, quizás evidenciando la distancia entre lo que propone la industria editorial y lo que, por fortuna, continúa discurriendo y salvando el arte, la creación”.
Para Chago, “el maestro Octavio Armand, nuestro escritor vivo que más me interesa y del que más aprendo y aprehendo”, debe ser una de las mayores influencias recibidas, aunque “posiblemente tenga más deudas de las que pueda reconocer”, luego de una vida de “lecturas desordenadas y anárquicas”.
Aunque hay autores ya gastados, otros “no se destiñen con el tiempo” y él sigue comprobando con Dostoievsky la magnitud de la miseria humana, “el dolor que «engoa» la desesperanza en César Vallejo, la pulcritud de la palabra en Borges, el ingenio descomunal y estrafalario de Lezama y la fuerza visceral de Virgilio Piñera”.
Además, “me he quedado sembrado con algunos cuentos de Carlos Victoria y me estremeció sobremanera Guillermo Rosales”. No deja de incluir “varios relatos de Thomas Bernhard y la poesía de Allen Ginsberg y Gregory Corso, en los que me he apoyado más de una vez”.
Del obligado tema de la literatura cubana total: Chago percibe que, de los escritores, “hay diferencias entre los de adentro y los de adentro, entre los de afuera y los de afuera, y notables distancias entre los de afuera y los de adentro, por supuesto”.
Ejemplifica: “Si vives en Cuba siempre tienes la posibilidad de ser mejor atendido por las editoriales, como afirmaban Reinaldo Arenas y, antes, Cabrera Infante, y antes aún Labrador Ruiz, otro estigmatizado por la politiquería criolla. Hoy sigue siendo parecido: cuando el escritor se exilia, se vuelve casi invisible”. En cuanto a lo que se publica dentro, “siempre tiene la característica de ignorar o, por lo menos, no cuestionar a la dictadura. Hablo de libertad”.
A los muertos se les deja en paz / No se exhiben como banderitas para la llamada de otros muertos
De Cuba, el poeta errante conserva “una memoria repleta de aventuras, amoríos, miedos y algunos amigos a los que siempre les dedico un tiempo, para que no se borren. Recuerdo cuando soñaba conocer La Habana y ya tenía de ella algunos olores, vivencias inventadas…”
No ha regresado acaso “por el desencanto que produce ver que cada vez van a peor. Me hubiera gustado ayudar, compartir lo aprendido, poner mi grano de arena en la edificación de una sociedad justa, libre, democrática, pero nada de eso es viable hoy y carezco de madera de héroe”.
Chago sabe de la capacidad del cubano para superarse: “Miami es el único sitio donde mucho de nuestra cultura sigue a salvo, generando a su vez algo distinto. Como un gran museo que conserva los olores auténticos que desaparecieron de la Isla hace mucho. Hay acumulado un gran capital de personas y experiencia que permite mantener cierta esperanza y suponer un futuro para el país”.
Incluso, le parece que “Miami ha sido el futuro y lo seguirá siendo”, porque no hay posible “mañana para Cuba sin la determinante implicación del exilio. Pero no se cree “cubanólogo” y le parece que la realidad cubana puede enganchar como un anzuelo. Más que en las “reivindicaciones patrióticas”, ve valor en los “grandes movimientos de personas deseosas de andar el planeta sin trabas de fronteras y naciones”, porque “existe un agobio, un cansancio colectivo global”.
Cuando le pregunté si, suponiendo que creyera en Dios, le pediría algo para sí mismo, Chago quiso imaginar “qué hacer con algo que lo puede todo, alguien que sabe de antemano qué vas a solicitar”, pero “aprovecharía para comprender sobre el sufrimiento, la guerra, las enfermedades”, pues “si alguien debe darnos explicaciones es él. Siento que, si me encuentro con Dios, tendríamos una discusión un poco gorda. Casi seguro”.
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