GUANTÁNAMO, Cuba. – En horas de la mañana de este sábado 30 de marzo falleció a los ochenta años de edad en la ciudad de Cienfuegos el profesor y escritor Randolfo García Morales, quien por más de cuatro décadas tuvo una activa participación en la vida literaria de la Perla del Sur.
Originario de la zona de Yaguajay, antigua provincia de Las Villas, los padres de Randolfo fueron militantes del Partido Socialista Popular y sufrieron los desmanes de la dictadura de Batista en varias ocasiones, lo cual contribuyó a que Randolfo se vinculara a la lucha revolucionaria desde muy joven.
A inicios de la década de los años sesenta del pasado siglo fue miembro fundador de la Juventud Comunista, en la cual trabajó algunos años hasta que desde 1966 se vinculó a la docencia. Hombre de una lucidez extraordinaria, deslumbraba por sus certeros análisis históricos, políticos y literarios, los que aderezaba con una dosis de humor inigualable.
Algo que nunca me contó tuvo que marcarlo para siempre cuando abandonó la Unión de Jóvenes Comunistas, porque después no aceptó militar en el Partido Comunista a pesar de haber sido propuesto en varias ocasiones para integrar sus filas. Iconoclasta, le gustaba decir que no había entrado al partido porque no quería morir de aburrimiento.
Nadie podrá hacer una historia de la cultura cienfueguera sin tomarlo en cuenta. Junto con Juan René Cabrera, Ricardo Llaguno y Florentino Morales, Randolfo fue un intelectual insoslayable en tiempos donde ser miembro de un taller literario convertía a cualquiera en un sujeto sospechoso.
Desde mediados de la década de los años setenta del pasado siglo y hasta cerca de los noventa, dirigió el Taller Literario Municipal de Cienfuegos que sesionaba en la Casa de la Cultura, entonces ubicada en uno de los más emblemáticos edificios cienfuegueros, el Palacio Ferrer, donde lo conocí e iniciamos una amistad no exenta de discrepancias pero jamás mellada en su fidelidad a pesar de nuestras diferencias. Allí conocí a poetas, trovadores, músicos y escritores de la Perla del Sur y de otras regiones, en un ambiente donde los intercambios de opiniones y las polémicas contaban siempre con el apoyo desinteresado de Randolfo, gracias a cuyos esfuerzos muchos jóvenes con aspiraciones literarias pudimos ver impresos nuestros primeros textos.
La originalidad e irreverencia de Randolfo fueron parte inseparable de su vida y obra. Recuerdo que en la puerta de la casa colocaba pequeños cartelitos en los que no sólo planificaba sus acciones cotidianas sino que se burlaba de él o formulaba preguntas que dejaba atónitos a los lectores de tales notas extravagantes.
Su obra no se parece a la de ningún otro creador cubano pues se dedicó a escribir pensamientos, epitafios y aforismos sobre los más diversos temas. Especialmente divertidos son sus aforismos dedicados a las suegras, las mujeres y los muertos, así como sus poemas satíricos.
Fruto de su inquietud intelectual son los más de diez libros que escribió y que nunca fueron publicados porque la estrechez mental de los editores a quienes los propuso lo impidió. Alegaron para justificar su decisión que esos libros eran inclasificables, tomando como excusa lo que es precisamente el valor más alto de su obra. Randolfo, que nunca fue un hombre apegado a las insistencias, se dedicó entonces a escribir en su casa sin más regocijo que el de vencer cotidianamente el desafío de la página en blanco y sin esperar ningún reconocimiento.
A pesar de que durante los últimos años de su vida estuvo desvinculado de la vida cultural de la ciudad, su casa continúo siendo visitada por no pocos intelectuales cienfuegueros y de otras partes del país, quienes nunca dejamos de insistir para que publicara su obra, entre la que también se encuentran interesantes ensayos, investigaciones históricas y literarias y una relacionada con los epitafios en los cementerios, que varias editoriales cubanas le prometieron publicar pero nunca lo hicieron. Ese texto, singular por la acuciosa investigación realizada por Randolfo y acompañado además por abundantes fotografías, fue presentado a cierta editorial española, la cual llegó a concertar un contrato con él, pero tampoco la publicó.
Randolfo dedicó muchísimas horas a enseñar a los jóvenes escritores habilidades y herramientas imprescindibles en el arte de escribir. Famosas fueron en un tiempo extremadamente gris para los intelectuales cienfuegueros sus lecturas comentadas de libros entonces considerados peligrosos y los análisis colectivos de obras escritas por los clásicos. Gracias a su incansable vocación por la cultura muchos jóvenes cienfuegueros pudimos conocer a figuras literarias de relevancia nacional como Fina García Marrúz, Eliseo Diego, Cintio Vitier, Samuel Feijoó, Roberto Fernández Retamar, Norberto Fuentes, Jesús Díaz, José Soler Puig, Rafael Alcides, Raúl Rivero y muchos otros a los que invitó a Cienfuegos.
En la Universidad de Ciencias Médicas de Cienfuegos tuvo una activa participación en el Departamento de Extensión Cultural. A su gestión allí —prolongada hasta su jubilación a mediados de la primera década de este siglo— se debe la formación de un taller literario, un grupo de teatro y el de cine debate.
Lejos de dejarse dominar por el resentimiento y el odio hacia quienes lo privaron del derecho a ver publicada su obra —todos muy por debajo de su cultura— siguió haciendo uso de su chispeante sapiencia y originalidad y burlándose de todo y de todos con una irreverencia tal que provocaba sonoras carcajadas.
En los últimos años creí descubrir en él cosas de niño grande, como esa manía que tomó, consistente en echarle algo de comer a los gorriones que llegaban en bandadas hasta el balcón de su casa justamente a las 4:45 p.m., cuando les silbaba y aparecían desde todas direcciones. Esa es la imagen que quiero guardar siempre de él, sonriente y sarcástico, pero haciendo el bien.