GUANTÁNAMO, Cuba. ─ Este 4 de junio se cumplen 110 años del nacimiento del genuino músico cubano Faustino Oramas, popularmente conocido como “El Guayabero”, sobrenombre que asumió a partir de 1938.
Oramas nació en Holguín y falleció en esa misma ciudad el 27 de marzo de 2007 cuando estaba a punto de cumplir 96 años. En ese momento era el músico activo de mayor edad en Cuba.
Todo cubano que pudo ver al “Guayabero” disfrutó de lo lindo. Alto, enjuto, iba diciendo la letra de sus canciones con un gracejo único, como si lanzara al aire las cuentas de un entramado de picardía con una precisión y autenticidad tal que desbarataba las especulaciones mentales de los espectadores, quienes ─gracias a la tiranía de la rima─ esperaban escuchar palabras que jamás usaría el trovador.
“El doble sentido lo ponen otros”, llegó a asegurar. Y era cierto, porque Faustino fue siempre un ejemplo de decencia sobre el escenario, una especie de rara avis que para triunfar jamás se valió de la vulgaridad o de la imagen forzada, una estratagema perseguida por algunos que se dicen humoristas o artistas y jamás hacen honor al oficio.
Y es que humor sin inteligencia, sin ese brote de subterfugios mentales y esencias interconectadas que potencian nuestra mente y provocan solaz esparcimiento, puede haberlo pero nunca será bueno. Y eso bien que lo sabía “El Guayabero”. Por eso se empeñó en la búsqueda de un producto acabado, peculiarmente expuesto, para convertirse en un referente ineludible dentro de la historia de la guaracha.
Una vida dedicada a la música
Procedente de un hogar humilde, al parecer fue la pobreza la que lo lanzó a la aventura de la música. Faustino Oramas comenzó a tocar en un conjunto holguinero llamado “Septeto La Tropical” haciéndose cargo de las maracas. Eso fue en 1926, cuando apenas tenía 15 años de edad.
Aprendió a tocar la guitarra, el tres y el contrabajo e inspirado por sus adelantos conformó su propio grupo, al que llamó “Los Trovadores Holguineros”, con el que recorrió numerosas zonas del oriente del país.
En una ocasión confesó que fueron precisamente esos viajes los que hicieron que tuviera un profundo conocimiento de la realidad cubana y lo nutrieran de las experiencias que luego vertería en sus canciones, porque Faustino fue un verdadero juglar y, como tal, plasmó en ellas sucesos de indudable raigambre popular.
Según gustaba afirmar, se formó a “pura guataca” (a oído), autodidácticamente, sobre todo gracias a la influencia que recibió en la adolescencia de los grupos que tocaban cerca de su casa, en la calle Cuba esquina Los Petocos, Holguín. Fiel a esa formación, en alguna oportunidad también afirmó que no se consideraba un músico profesional sino un guarachero músico.
Fue cerca de la década de los años cuarenta del pasado siglo que comenzó a componer. En una ocasión, al preguntársele sobre la picardía y el doble sentido de sus canciones, afirmó: “Yo me tomo muy en serio mis versos y mis canciones. Lo que pasa es que una cosa escribo y otra entiende quien me escucha. El doble sentido lo tienen los demás. A mí me gusta que la gente piense lo que quiere, me gusta que la gente se divierta, pero mi intención es seria”. Respuesta indudablemente sabia en la que se aprecia una indiscutible dosis de inteligencia y picardía. Basta recordar la letra de dos de sus canciones:
A mí me gusta que baile Marieta, Marieta por un trabajo, me cobraste cuatro reales/ mi vida eres muy carera/ yo puse los materiales/ Marieta a mí me pidió/ tres pesos con disimulo/ y dijo que me pagaba con el tiempo y sin apuro…
La mujer cuando se agacha/ se le abre el entendimiento/ y al hombre cuando la mira/ se le para el pensamiento…
Alcanzó notoriedad con canciones como En Guayabero ─catapultada a la fama por Pacho Alonso en 1960─ y con temas como A mí me gusta que baile Marieta, Para la niña y pa’ la señora, Amarren al perro y Faustino sí toca el son, entre otras.
Fue precisamente el tema En Guayabero el que provocó que en el mundo se le conociera por su popular sobrenombre. Narra Faustino que llegó a un bar llamado “Guayabero”, donde trabajaba una linda mulata con la que hizo empatía. Entre trago y trago comenzaron a flirtear, pero la joven era esposa de un cabo de la guardia rural. Este se presentó en el bar y alguien le fue con el chisme, razón por la que a petición del dueño del establecimiento Faustino y sus músicos tuvieron que salir rápidamente de allí. Apenas salió del sitio compuso el tema causante de que a partir de entonces se le conociera como “El Guayabero”.
Por diversas razones, entre ellas la imposición de cierto patrón elitista de la cultura, su música tuvo que esperar años para poder ser grabada. Hoy esos discos son perseguidos por los coleccionistas pues, junto con “Ñico Saquito” y Pedro Luis Ferrer, Faustino Oramas es uno de los guaracheros más originales en un país donde los músicos surgen como la hierba.
En 1991 recibió la Orden Félix Varela de Primer Grado, otorgada por el Consejo de Estado, y en el 2002 el Premio Nacional de Humorismo. Ostentaba también la Distinción por la Cultura Nacional.
Pero más allá de esos merecidos reconocimientos, marcados por una ineludible decisión política, “El Guayabero” recibió siempre el premio más preciado por los artistas: el beneplácito de su pueblo, quien lo sigue recordando alto, desgarbado, con su inseparable sombrero blanco, de pajilla, y con el asomo de una pícara sonrisa en sus labios.
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