MIAMI, Estados Unidos. – Así como reflexioné en una columna anterior sobre el hecho de que el cine cubano después de 1959 ha obliterado secuencias cotidianas donde los personajes dirimen sus cuitas o satisfacciones con algún alimento de por medio, no es menos cierto que también ha evitado presentar la turbulencia social provocada por la escasez consuetudinaria e irremediable de comida como una suerte de maldición castrista.
En escenarios de guerras contemporáneas, esas que se pronostican y ocurren con puntualidad meteorológica, los alimentos salen a la calle tan pronto cesan los bombardeos.
En las crueles dictaduras llamadas de derecha, como la vivida por Argentina, si nos atenemos a las historias referidas por el cine, la carne nunca faltó en la dieta de los sufridos.
Actualmente Haití parece desmoronarse como país civilizado, pero las protestas y violencia gansteril que acontecen en sus calles no se refieren a la falta de alimento.
En la película Mr. Jones, por otra parte, donde un periodista americano revela la hambruna causada por Stalin en Ucrania, el canibalismo formó parte de la mesa de familias desesperadas.
Millones de personas murieron de hambre en aquel macabro experimento que pasó a la historia como el Holodomor.
La dictadura castrista, menos críptica que la distante Unión Soviética y celebrada como un sueño largamente añorado en las narices del imperialismo americano, por intelectuales y otros cómplices, tomó un camino menos escandaloso.
Cuando Fidel Castro supo que sus promesas de “oro rojo” (carne) y “una cuenca lechera más productiva que Holanda” nunca serían cumplidas, prefirió mediatizar el hambre y la sociedad cubana asumió esta manera infame de vivir desde los años sesenta hasta nuestros días.
Las historias del ICAIC, siempre en contubernio con el “máximo líder”, evitaron referencias a la infame libreta de abastecimiento o a los absurdos alimentarios provocados por la inoperancia económica del castrismo.
Excepcionalmente, Noticieros ICAIC realizados por José Padrón o Francisco Puñal, lograron hacer mofa de temas sobre carencias culinarias casi surrealistas: falta de hielo y vinagre, por qué el guarapo era servido a temperatura ambiente y una explicación oficial para la desaparición de viandas en los llamados mercados libres campesinos, entre otros desvaríos.
En el cine del ICAIC nunca vi a mi padre lidiando clandestinamente con el carnicero para que le vendiera los huevos que se habían quebrado, pero todavía guardaban algún contenido comestible. Ni a mi madre diciendo que le encantaban las partes desechables del pollo para que nosotros, sus hijos, pudiéramos lidiar con algún muslo o pedazo de pechuga.
Le falta al cine oficial de la dictadura presentar, aunque sea con buen humor, para no llorar, los pollitos y las tilapias repartidas por hogares para que crecieran, a como diera lugar, hasta tanto alcanzaran la categoría de un plato de proteína en la desvencijada cocina nacional.
No figuran las croquetas explosivas, ni el café mezclado, ni la abominable masa cárnica entre otros sinsabores.
En el cortometraje Madagascar, de Fernando Pérez, sin embargo, los personajes solo comen coles, de manera desaforada, como si fueran roedores.
La singular historia de Juan sin nada (2016), docudrama independiente dirigido por Ricardo Figueredo, desglosa, por primera vez en pantalla, la ruinosa cuota de la libreta de abastecimiento y la brevedad de su supervivencia en las alacenas domésticas.
Devanarse los sesos para adivinar cuál será el plato de mañana aniquila la iniciativa, hace de los humanos animales domesticados esperando su ración para comportarse con mansedumbre. Ese dilema debiera ser parte de la cinematografía nacional.
Mientras tanto, en el exilio de Miami, sin el cual Cuba sería poco menos que una quimera, la revista New Times ha dado a conocer su encuesta anual de los 12 mejores restaurantes cubanos.
Al comienzo de la lista se subraya, entre otras particularidades, que “Miami es una ciudad de cosas excepcionales. Es donde temprano en la mañana se dispensan coladas a través de una ventanita. Es donde las fiestas están incompletas sin una bandeja de croquetas o dulces pastelitos de queso cubiertos de azúcar”.
“En Miami es más conveniente que te reserves tu idea sobre la mejor frita. Y si alguna vez sientes que te vas a alterar en una partida de dominó, solo pregunta quién hace los mejores moros de la ciudad o el más cremoso batido de mamey”.
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