MIAMI, Estados Unidos. – La poeta Flor Loynaz, nacida en La Habana en 1908, ha sido una figura elusiva en el panorama literario cubano. Hija del general Enrique Loynaz del Castillo, autor del Himno Invasor, llevó por nombre Flor en honor a otro general de la lucha independentista contra la colonización española, Flor Crombet.
Criada en un ambiente artístico dentro de la exquisita burguesía habanera, Flor mostró desde temprana edad un espíritu libre y rebelde que se reflejaba en su poesía. “Soy un barco perdido y la orilla no busco, quizá por mi cansancio o quizá por mi orgullo. Soy un ave perdida en el espacio oscuro y dejo que me lleve el aire a cualquier punto”, se describió a sí misma en uno de sus poemas escrito a los 12 años.
Además de su devoción por la literatura, Flor mostró un amor profundo por los animales, llenando su casa con perros, gatos y hasta insectos. Su amor por estos seres la llevó a escribirles poemas, como uno dedicado a las polillas: “Libros maravillosos y deshechos donde la traza y la polilla un día con hambre semejante al hambre mía aquí encontraron alimento y lecho”.
Flor también dejó huella por su activismo político, participando en las luchas contra la dictadura de Machado. A pesar de su breve incursión en la política y un matrimonio fugaz con el arquitecto inglés Felipe Gardyn, su amor por la poesía y la vida bohemia siempre prevaleció.
Sin embargo, su poesía a menudo quedó en el olvido, ya que Flor se negó a publicar sus obras durante su vida. En 1936, cuando Juan Ramón Jiménez publicó La poesía cubana, mostró su inconformidad por la exclusión voluntaria de Flor Loynaz, cuyos poemas valoraba altamente. Su hermana, Dulce María Loynaz, Premio Cervantes en 1992, dijo de la poesía de Flor: “Yo pienso que ella ocuparía con justicia uno de los primeros lugares en la poesía cubana y más allá, no únicamente contemporánea, podíamos remontarnos más lejos”.
De acuerdo con el periodista Reinaldo Cedeño, Flor “concentró en sí la distinción de su madre doña Mercedes, el fuego de su padre y el don poético de los Loynaz. Sin embargo, fatigado el destino de prodigar tanto, le exigió su precio: el amor difícil y la soledad”.