MADRID, España. – Vamos en tren que tomamos en la estación de Atocha, camino al pueblo Collado Mediano donde mi esposa se reencontrará con su mejor amiga, la persona que la acogió sin miramientos cuando otros la rechazaban abiertamente por ser una de esas “escorias” del Mariel que no pudo abordar la embarcación contratada por su familia miamense (que el régimen ocupó con desconocidos y delincuentes).
Hace 36 años que no se abrazan y el encontronazo resume la crueldad de la dictadura y el triunfo de los cubanos libres.
Al no estar seguro sobre la línea que debemos abordar, le preguntamos a una señora que resultó ser una agradable guía de turismo retirada ―María Jesús― y que iba camino a un lugar en las montañas de Guadarrama donde medita y hace ejercicios por unas horas. Nos habló maravillas de nuestros coterráneos, entre los cuales cuenta con un amigo entrañable.
Piensa que desde la muerte del dictador Fidel Castro Cuba no genera tantas noticias como antes. Nos pregunta si el hermano se encuentra al frente de aquella debacle y le contamos solo algo, para no abrumarla, sobre el títere Miguel Díaz-Canel.
Cerca de donde nos hospedamos, cierta noche tratamos de adivinar un restaurante para cenar, entre los cientos que pululan, y elegimos espontáneamente El Barril de las Cortes.
La industria gastronómica de la ciudad y la atención en restaurantes, cafeterías y fondas es gloriosa. Allí degustamos las consabidas croquetas, algunas variantes de pescados y la omnipresente torrija que cada chef elabora a su modo.
Al final se nos acerca una host del sitio ―Andrea―, quien resulta ser colombiana y nos dice que le gusta el acento de los cubanos. Su padre la trajo a Madrid, donde ha fundado una familia. Dice que no cambia la ciudad por ninguna otra del mundo. Estuvo de vacaciones en Colombia, se aburrió rápidamente y sentía inseguridad. Es una joven feliz, dulce, orgullosa del servicio que presta, sin el agobio de una doctrina política interfiriendo su desarrollo personal y profesional.
Alejandro Hernández, el más distinguido guionista cubano de la industria audiovisual de España nos invita, junto a su esposa, al prestigioso restaurante Lobito de Mar, en el hermoso barrio de Salamanca.
A Hernández tuve el honor de presentarlo el pasado Festival de Cine de Miami, del Miami Dade College, por estar involucrado en la producción de El caso Padilla, de Pavel Giroud.
Durante la agradable cena desmenuzamos nuestras pavorosas historias cubanas, sin trauma, hasta con humor a la distancia, como quien despierta de la pesadilla recurrente.
Me contó de la protesta rotunda que le hicieron llegar al régimen por su intención de proyectar y debatir, sin autorización de sus legítimos dueños, El caso Padilla, en un círculo elegido de estudiantes de periodismo, que debía conducir el escritor Francisco López Sacha.
Hablando de incautaciones y bandidaje, la dictadura cubana no prestó finalmente su magnífica colección de cuadros de Joaquín Sorolla ―la tercera en importancia internacionalmente― a las celebraciones del centenario de la muerte del gran pintor que ahora ocurren en España bajo el título del Año Sorolla.
Casi en su totalidad, los cuadros fueron incautados por “Recuperación de Bienes Malversados” a distinguidos mecenas de la Isla que los coleccionaron durante la República. Gómez Mena, Julio Lobo y Oscar Benjamín Cintas se encuentran entre los agraviados.
El robo que los nazis hicieron de grandes obras de arte propiedad de judíos muertos en los campos de concentración se ha reflejado en todos los géneros narrativos culturales (cine, libros, teatro, televisión). En 1985, sin embargo, Fidel Castro autorizó la exposición “Los Sorollas de La Habana” en España y el origen expoliado de la colección no fue noticia.
En los 90, la familia Fanjul descubrió que uno de los cuadros incautados por el régimen de La Habana era subastado por Sotheby’s en Londres. Lo mismo supo la Fundación Cintas con respecto a otras dos obras vendidas también por la misma casa de subastas.
Sorolla fue amigo de notables pintores cubanos como Leopoldo Romañach y Armando G. Menocal. Paradójicamente, nunca viajó a La Habana, donde siempre fue reverenciado.
Las dos exposiciones que celebran el centenario de su desaparición física en Madrid son paradigmáticas y objeto de grandes filas para ser admiradas, una en el propio Palacio Real, “Sorolla a través de la luz”, y otra en su casa de ensueño, donde el enorme e iluminado estudio de trabajo lo hace parecer presente.
No tuve tiempo para ver la primera muestra personal de Fabelo en la ciudad, donde lo contrastan con Goya. Mientras, estoy al tanto de las proyecciones exitosas de la más reciente película de Carlos Lechuga, Vicenta B., ya presentada en el Festival de Miami.
La tragedia cubana ciertamente no es tema en los noticieros de televisión de Madrid, pero la huella principal de la Isla se manifiesta mediante su cultura y seduce, sin mucha algarabía, en una ciudad vasta que tiene un vínculo entrañable con el firmamento (“de Madrid al cielo”) y seguirá siendo clave en la explicación histórica de Cuba.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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