LA HABANA, Cuba. – Este viernes se cumplen tres años desde que una afección respiratoria terminara con la vida del historietista Juan Padrón, creador de incontables dibujos animados que acompañaron a varias generaciones de cubanos. Todos eran divertidos, ocurrentes y didácticos; pero quizás ninguno hizo reír tanto a los nacionales como “Vampiros en La Habana”, o logró cimentar el patriotismo como Elpidio Valdés.
El valeroso y noble mambí, que apareció por primera vez en una historieta de samuráis titulada “Cachivache”, allá por 1970, conquistó el corazón de su autor desde el primer momento. Por ello tuvo su reino en el lugar donde se forjó la nación cubana: la manigua. Desde allí, cada una de sus aventuras contribuyó a estimular el interés de niños y jóvenes por la historia patria, sobre todo la etapa colonial y las luchas independentistas contra España.
Sin sesgos ideológicos ni manipulaciones, Elpidio Valdés reivindicó la cubanía, el amor por la libertad y el respeto a los próceres de un modo más efectivo que cualquier perorata o discurso. Juan Padrón se las arregló para proteger al personaje del dogma que devoraba toda expresión artística justo en los años 70. Elpidio nació en el marco de la “parametración”, del Quinquenio Gris, de tantas cabezas rodadas y proyectos malogrados.
En un escenario tan hostil, el mambí logró mantener su esencia, separando las décadas de lucha contra la Corona española, de eso otro que llaman “proceso único e ininterrumpido”, y que invariablemente termina en la figura de Fidel Castro y su funesta revolución. Tal vez por eso todos los cubanos quieren tanto al coronel Valdés, a María Silvia, Eutelia, Pepito e incluso a los panchos.
Juan Padrón legó al pueblo cubano un símbolo incontaminado de lo que alguna vez fuimos. A tres años de su muerte, su hijo Elpidio sigue de luto por él y por Cuba. Sigue vivo en las caricaturas de otros autores que también aman a esta Isla, y lo representan como un cubano de estos tiempos, de ahora mismo, con un realismo que duele. Elpidio sigue dando machete, extenuado y con el cabello encanecido, mientras llega, por fin, la hora de la libertad.