LA HABANA, Cuba.- A punto de cumplir un mes en cartelera, La Cita, una puesta en escena del Centro Promotor del Humor, continúa rompiendo récord de asistencia en el Centro Cultural Bertolt Brecht. Dirigida por el prestigioso actor Osvaldo Doimeadiós, la obra presenta a las jóvenes actrices Venecia Feria y Andrea Doimeadiós, esta última autora también del guion.
Siete actos ininterrumpidos conectan elementos de la historia y la cultura cubanas, sin dejar de coquetear con referentes universales y la imprescindible actualidad. Aunque en términos generales la pieza es aceptable y constituye una muy favorable primera experiencia para la joven Doimeadiós como guionista, lo cierto es que se percibe una molesta recurrencia a la carcajada fácil y a la parodia, como si esta fuera una gratuidad discursiva de la cual puede abusarse sin tacto ni mesura.
La sospechosa masividad que ha generado, es el primer indicador de que se trata de un show humorístico corriente, pero distinguido por la actuación de Venecia Feria, una comediante capaz de matar de risa al auditorio. Su dominio del gag, la gestualidad, el discurso y hasta los hilarantes silencios al principio de la obra, devuelven la dignidad a lo vernáculo, siempre amenazado por la vulgaridad reinante, que irrumpe incluso cuando se la cree ausente o controlada.
La Cita es una obra breve y ágil para un público demasiado predispuesto a la risa. Aunque ahora mismo no hay mucho de qué presumir en el ámbito humorístico cubano, una parte del auditorio esperaba más de esta producción concebida bajo el ojo crítico de un actor como Osvaldo Doimeadiós, igualmente virtuoso en la comedia y el drama. Será tal vez que esa parte del público no tiene la risa fácil, o que la decadencia de la escena humorística ha llegado a sus mejores exponentes.
Lo cierto es que a pesar de su notable ingenio, la joven Andrea cargó demasiado el discurso con pinceladas de intelectualidad que invariablemente resbalaban hacia los terrenos comunes del sexo y la política, sin aportar novedad alguna en uno u otro asunto.
Otras limitaciones de la obra son el exceso de información y asociaciones de ideas que se le podrían ocurrir a cualquiera con una modesta dosis de conocimiento. Hubo alusiones a un “hombre del saco” llamado José Antonio, al “amigo Félix que enseña a pensar” y a una tal Gregoria Sonsa, seguramente prima o hermana de Gregorio Samsa. La obra transcurrió entre necedades similares, con altas y bajas, sin que el público pudiera establecer una conexión lógica entre las escenas.
Lo que sí resulta incuestionable es la honrosa faena de ambas actrices sobre las tablas, especialmente Venecia Feria con el monólogo del tercer acto. No faltaron tibios cuestionamientos al nepotismo, la mediocridad, la retórica de los dirigentes estudiantiles y el progresivo dopaje de las nuevas generaciones con el acceso a la tecnología. Casi ningún tema que hoy genere polémica en la sociedad cubana quedó fuera, y tal vez en ello radica el fallo único de La Cita.
Probablemente la autora quiso abarcar demasiado. La Cita se halla lejos de ser una de esas obras que te hacen reír mucho para al final enviarte a casa con una serie de cuestiones sobre las cuales meditar. Tampoco puede afirmarse que responda al típico humor cubano de estos tiempos: caótico, perezoso y soez.
Tal vez solo se trata de una obra diferente a la que le falta madurez y organicidad. Pero de que ha sido rentable, no cabe duda. La Cita puede considerarse como una de las más exitosas producciones de Artes Escénicas en lo que va de 2017.