LA HABANA, Cuba.- En junio de 2011, en Miami, un pintor cubano fue acusado de molestar sexualmente a un niño. Si bien los hechos nunca fueron demostrados, la condición de “artista del régimen” involucrado en un posible escándalo de pederastia, resultó suficiente para una arremetida mediática que dio por sentada la veracidad del asunto.
El gobierno cubano, en lugar de asumir una postura acorde a la situación, echó mano a la retórica tradicional, alegando que el artista estaba siendo víctima de una más de las “patrañas del imperio”. Esa perorata torpe manejada desde la Isla y el rencor enquistado de la otra orilla, se conjugaron para exacerbar la connotación criminal del tema en virtud de su repercusión desde el punto de vista político.
A partir de una nota de prensa, el guionista Abel González Melo escribió la pieza teatral Sistema —Premio de la Crítica Literaria y Mención de Honor del Premio Casa de las Américas (2014)-, que ha sido llevada a las tablas por el grupo Argos Teatro. Una obra donde realidad y ficción se confunden para adentrarse, con la agudeza psicológica de un thriller, en las posibles circunstancias que rodearon aquel extraño suceso.
Con un fascinante pulso narrativo, sostenido en actuaciones sobrias y bien equilibradas, Sistema aborda el “caso” de manera directa, a la vez que propone diversas aristas mediante las cuales el espectador puede hacerse una idea precisa de la relación de atracción-odio que algunos artistas cubanos mantienen con la ciudad de Miami; conflicto que se explica en la dependencia malsana de un circuito artístico cercano y bien posicionado a escala internacional.
En esa ciudad “tan cubana, que da miedo”, no todo es lo que parece cuando se trata de artistas del patio procurando insertarse —o mantenerse- en el mercado de arte. El protagonista de la obra aborrece Miami porque sabe que allí no es simplemente un pintor; sino un pintor del castrismo que come, se viste y tiene una casa en España gracias a esa mezcla de “realismo socialista y abstracción neurótica” presente en todos sus cuadros.
Paralelo a este conflicto primario, González Melo construye un perfil de las nuevas oleadas de emigrantes cubanos que han carenado en Miami, con rasgos muy distintos a los de otras generaciones de exiliados que les precedieron. Lo nuevo que llega no va con ansias de construir, sino de reproducir, lo más exactamente posible, la existencia de pillaje y haraganería que vivían en Cuba.
El pintor y su mujer de un lado, del otro una pareja de emigrados recientes, asumen —con niveles variables de conformidad- que Miami es la única alternativa. Los primeros mantienen un elevado nivel de vida gracias a la venta de los cuadros y al lucrativo negocio de acaparar las baratijas del mall para revenderlas en Cuba. Los otros arrastran consigo la vulgaridad extrema de la gente chatarra, que vive en permanente carnaval, regodeándose en su ignorancia supina y hundida en deudas.
Ellos necesitan dinero y tienen un hijo de siete años. El pintor se aburre tanto en Miami que acepta la invitación a una parrillada sazonada por el mal gusto y rociada con abundante cerveza. Es otro el escenario, ficcional solo en apariencia. Los eventos se desencadenan animados por una verosimilitud incuestionable. A la pedantería estética del pintor y su mujer se contrapone la rampante marginalidad de sus anfitriones. Mientras las Heineken se precipitan gaznate abajo, emergen sórdidos intereses, envidias y frustraciones.
El niño supuestamente abusado es un mero instrumento. Lo que realmente importa es ese artista cubano que se codea con el oficialismo, encarcelado en la ciudad que a diario le recuerda que su obra solo es interesante porque fue pintada en Cuba; una contradicción que lo agobia y de la cual no se puede desprender pues le proporciona beneficios a los que no está dispuesto a renunciar.
Sistema, que se mantendrá hasta finales de agosto en la sede de Argos Teatro, es un cuestionamiento al morboso sensacionalismo de la política cubanoamericana. En este sentido, Gustavo Ott —autor de la sinopsis en el programa de mano- la describió como “una metáfora de los conflictos políticos e ideológicos que definen la Latinoamérica de hoy”. La visión de González Melo aporta a aquella historia tan mal contada lo que siempre se echó de menos: el lado humano, la duda razonable, la lógica.