LA HABANA, Cuba.- La compañía Acosta Danza ofreció el pasado fin de semana, en la sala “Avellaneda” del Teatro Nacional, uno de los espectáculos más hermosos de su corta y prolija carrera. A casi dos años de la premier acontecida en el Gran Teatro de La Habana, la nómina dirigida por Carlos Acosta renueva su capacidad de maravillar a los espectadores con una selección de obras de impecable factura.
Cuatro estrenos y una reposición conformaron el programa de la nueva temporada, titulada Mitos. La coreografía Imponderable, del español Goyo Montero inspirada en canciones de Silvio Rodríguez, regresó a las tablas con mayor solidez y un diseño de luces muy mejorado. Excelente opción para iniciar la velada, seguida por el estreno de Mermaid, obra del coreógrafo Sidi Larbi Cherkaoui, acerca del reto de proteger y ayudar a otros.
Mermaid encierra una poderosa lección sobre el sacrificio, teniendo como premisa que a veces el rescate de una vida no se logra sino a través de la entrega incondicional. Esta obra tan íntima fue magistralmente interpretada por Carlos Acosta y Marta Ortega, dos bailarines excelentes, capaces de captar el preciosismo y la voluntad de conmover presentes en cada una de las coreografías de Cherkaoui.
La visión que anima sus creaciones es sustentada por todo el conjunto de valores artísticos: lenguaje danzario, diseño de luces, vestuario y sonido. En este sentido, la música del coreano Woojae Park propone un reto para la sensibilidad occidental. Es una composición cargada de disonancias y cortes abruptos, que enfatiza la dura lucha que acontece en el escenario.
Probablemente sea este creador, de todos los que colaboran con Acosta Danza, el de mayor calado emocional. Sus obras, rebosantes de vitalidad y drama, poseen la extraordinaria cualidad de remover los mejores sentimientos del ser humano, a la vez que establece nuevas rupturas y un sentido muy personal de reconciliación.
Para la coreógrafa catalana María Rovira fue una noche de lujo, con dos piezas que fueron largamente ovacionadas por el público. El Salto de Nijinsky e Impronta fueron presentadas en Cuba por primera vez, precedidas por un notable éxito en la arena internacional. El Salto… es una obra inspirada en la visita que, en el año 1939, el bailarín Serge Lifar hizo al ídolo del ballet ruso Vatslav Nijinsky, en el sanatorio mental donde estaba recluido a causa de su esquizofrenia. La anécdota relata que Lifar bailó para él, procurando extraer algún gesto o recuerdo de la grandeza de aquel personaje. De pronto, Nijinsky reaccionó. De su memoria trastornada emergió ese impulso físico que le era natural para producir un salto perfecto.
El maravilloso instante fue registrado por un fotógrafo y la imagen sirvió —68 años después— a María Rovira para crear una pieza casi cinética, donde los bailarines reproducen poses y movimientos de ballets que fueron interpretados por el ícono ruso. La personalidad de Nijinsky se multiplica en las secuencias de una coreografía llena de simbolismo, que parece existir en el delicado margen de la razón, asediada por desvaríos y destellos oníricos. Es, además de un homenaje, un umbral para aproximarse al gran mito que fue Vatslav Nijinsky, a la épica vida que tuvo sobre y fuera del escenario.
Tras un largo aplauso subió a las tablas la insigne bailarina Zeleidy Crespo, para entregarse a una danza tributo a la orisha Yemayá, deidad del mar. Impronta es una coreografía breve, especialmente concebida para ella, cuyas condiciones físicas resultan extraordinarias. Es una mujer esculpida, de líneas perfectas y una misteriosa sensualidad que María Rovira aprovechó al máximo en una obra exigente con pasajes muy visuales, de complejos escorzos, y clímax rítmico en la cual la bailarina pareció metamorfosearse en una criatura de otra naturaleza. Fue una interpretación magnífica que hizo estallar al auditorio, dejando la escena lista para la coreografía más esperada.
Rooster (Gallo), del inglés Christopher Bruce, es una suerte de ballet-musical glamoroso y liberador. Sobre ocho canciones de The Rolling Stones, el coreógrafo construyó un evocador cuadro de juventud, remembranza del ambiente vivido en los años sesenta y setenta del pasado siglo.
El gallo es una figura polisémica, que representa virilidad, temeridad y coraje. Es también una forma coloquial para referirse a la mocedad masculina en ciernes y, desde el punto de vista cultural, en el ámbito rockero y cinematográfico abundan íconos cuyo sex-appeal mucho tenía que ver con la música de marras o aquel peinado en forma de cresta que devino marca de época.
Gallos fueron, entre otros, Elvis Presley, Mick Jagger, el Rebelde sin causa de James Dean y el súper sexual Danny Zucco, encarnado por John Travolta en la clásica Grease. Todos son símbolos de la cultura occidental, asociados a la plenitud de facultades físicas y al rudo juego de la seducción.
Con Rooster, Christopher Bruce explora el recuerdo de una generación que no fue hecha para la soledad. La atmósfera de sensualidad, alegría y vitalidad fue recreada de manera impecable por los bailarines de Acosta Danza, muy familiarizados con la base rítmica del R&B, presente en toda la obra de The Rolling Stones.
Fue un cierre espectacular para un programa tan heterogéneo como balanceado. La temporada Mitos abarcó por igual personalidades gloriosas, criaturas oníricas, deidades y leyendas del rock. Una re-consagración del legado de la humanidad, promovida por Acosta Danza que, según su director, “ya empieza a perfilarse como la compañía que deseamos”.