LA HABANA, Cuba. – No son pocos los astros del rock que han llevado adelante su vida profesional realizando, al mismo tiempo, un notable activismo social y hasta político. Aunque vienen a la mente enseguida nombres como Sting y Bono (líder del grupo irlandés U2), John Lennon es un paradigma, por su firme oposición a la guerra de Vietnam y su relación con organizaciones y figuras de variada índole política e ideológica.
Pero resulta difícil encontrar a un rock star que haya fusionado tanto su genial creatividad musical con su intenso activismo político como lo ha hecho Roger Waters, legendario ex bajista de Pink Floyd. Y como sigue haciéndolo hoy, al punto de que la expresión de sus ideas sobre el poder opaca su trabajo como músico.
Desde The final cut, su último disco con Pink Floyd, Waters únicamente ha publicado cinco álbumes en solitario con material nuevo y sus frecuentes giras se basan en exitosos temas suyos con el grupo, de discos como The dark side of the moon, Wish you were here o The wall, que han vendido millones de copias en todo el mundo y lo han hecho enormemente rico.
La guerra y el consumismo capitalista han sido sus blancos favoritos, y su obsesión temática no fue el menor de los motivos para la ruptura del grupo, uno de los más emblemáticos e influyentes en la historia del rock. El último trabajo en conjunto, The final cut, fue de hecho una producción individual inspirada en la Guerra de las Malvinas.
Luego, en Radio K.A.O.S. (1987), hallaremos una celebración del fin de la Guerra Fría y, en 1992, el magistral Amused to death estuvo marcado por los sucesos de la plaza de Tiananmen y por la Guerra del Golfo. En abril de 2017 salió Is this the life we really want?, su primer álbum en solitario en 25 años, centrado en el tema de la unión de las personas por encima de las diferencias.
Sus conciertos, siempre multitudinarios y mediáticos, son su tribuna preferida. En México, en 2016, increpó al presidente Enrique Peña Nieto por los miles de desaparecidos. El pasado año, en Montevideo, criticó a Israel y ensalzó al ex gobernante José “Pepe” Mujica, para él un líder ejemplar.
Se ha relacionado la insistencia del músico con un trauma familiar, la trágica muerte de su padre, un pacifista inspirado en la fe cristiana que, a principios de la Segunda Guerra Mundial, sirvió como conductor de ambulancias y que luego, consecuente con su antifascismo y su militancia comunista, se unió a los Fusileros Reales y cayó combatiendo en Italia cuando Roger tenía cuatro meses de edad.
Ese activismo político, sin embargo, no ha ensombrecido a sus admiradores, aun aquellos que no comulgan con sus ideas políticas. Hasta que Waters tocó uno de los temas que más preocupan al mundo en estos días: la crisis en Venezuela. Para consternación de muchos, el prestigioso músico convocó a una marcha en New York contra la injerencia norteamericana en la crisis de ese país.
Lo hizo a través de las redes sociales, donde sus seguidores son millones, y lo que consiguió fue un diluvio de insultos, críticas y llamados a que se informara mejor. Waters había hecho siempre blanco de sus ataques a Margaret Thatcher, a Ronald Reagan, a George H. Bush y a otros mandatarios repudiados por la izquierda mundial.
Ahora, con Donald Trump, creyó que la cosa sería fácil: si este gobierno de Estados Unidos se muestra hostil con el de Venezuela, entonces hay que alinearse con este último contra el primero. Una sencilla ecuación que han practicado durante décadas los izquierdistas de todas partes y de la que Cuba es ejemplo clásico. Pero rápidamente sus propios fans le advirtieron que no se trataba de Trump, sino del trágico sufrimiento de todo un pueblo.
Increíblemente, Waters se atrevió a declarar que en Venezuela no hay una dictadura, que el problema “no tiene nada que ver con la democracia ni con la libertad”. El ansia de petróleo es la razón y hay que dejar en paz a los venezolanos, pues sus amigos bien informados en Caracas le decían que allí no hay violencia, ni asesinatos, ni dictadura, ni opositores encarcelados, ni supresión de la prensa.
Para colmo, el músico, en paralelo con el gobierno de Nicolás Maduro, ha tildado de show político el concierto de ayuda humanitaria en la frontera colombiana. Muchos de sus seguidores han llegado al extremo de arrojar a la basura los discos de Pink Floyd y han acusado a Waters de hipócrita y de no prestar ayuda humanitaria a la gente de Venezuela, Bolivia, Nicaragua o Cuba, cuyos gobiernos apoya y en donde no ofrece conciertos porque allí no hay dinero que ganar.
Evidentemente, Roger Waters no solo tiene que informarse mejor, sino también evitar que sus simpatías ideológicas deshumanicen su activismo y, por supuesto, procurarse mejores amigos en Caracas. Los que le han informado sobre lo que ocurre allí parecen ser Jorge Rodríguez, Vladimir Padrino o Jorge Arreaza.
En fin, un nefasto Diosdado Cabello se muestra agradecido con él “por solidarizarse con Venezuela y rechazar la injerencia de Estados Unidos en asuntos internos” del país, y el periódico Granma, órgano del Partido Comunista de Cuba, lo aplaude: “Waters sabe de qué lado está, su voz lleva luz, los sietemesinos de este mundo le han declarado la guerra. Estamos contigo, Roger”.
Lo que pasa con él es lo que ocurre con otros muchos izquierdistas, que viven y prosperan en una democracia que detestan, pero nunca en Venezuela ni en Cuba, por ejemplo. Uno de los seguidores que lo critican ha sido muy exacto. En referencia a la canción “Wish you were here”, le ha dicho a Waters: “Ojalá estuvieras aquí”. Entonces, como dice el refrán, otro gallo cantaría.