GUANTÁNAMO, Cuba.- Desde hace varios años puede constatarse el interés por nuestra historia republicana. Temas, sucesos y personalidades poco conocidos son abordados cada vez con más asiduidad por investigadores que nos revelan aspectos ocultos o hasta ahora manipulados.
Entre los textos a los que he tenido acceso y que estimo significativos podría citar a Julio Antonio Mella, de Christine Hatzky, Tony Guiteras, un hombre guapo, de Paco Ignacio Taibo II, Guiteras, de José A. Tabares del Real, Batista, el golpe, de José Luís Padrón y Luís Adrián Betancourt, General regreso, de Newton Briones Montoto, La masacre de los independientes de color” de Silvio Castro Fernández y La conspiración de los iguales, de Rolando Rodríguez, de quien no puedo dejar de citar sus libros Cuba, las máscaras y las sombras, Rebelión en la República, auge y caída de Gerardo Machado, República rigurosamente vigilada y República de corcho.
A estos estudios históricos se han unido otros sobre la cultura nacional. Recuerdo Mañach o la República, de Duanel Díaz, Más allá del mito. Jorge Mañach y la revolución cubana, de Rigoberto Segreo y Margarita Segura, Polémicas en los sesenta, compilación de Graciela Pogolotti, El 71, anatomía de una crisis, de Jorge Fornet, así como los acuciosos estudios de Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco sobre Guillermo Cabrera Infante. En ese grupo está el texto Segundas lecturas. Intelectualidad, política y cultura en la república burguesa, de la Dra. en Ciencias Filosóficas Alina López Hernández (Matanzas, 1965).
Publicado por Ediciones Matanzas, consta de cuatro ensayos. El primero, Crónica de un fracaso anunciado. Los intelectuales de la República y el socialismo soviético, aborda la repercusión que tuvo en nuestro país la Revolución de Octubre, los vínculos que tuvieron con ella algunos intelectuales vinculados al Grupo Minorista, así como el conocimiento que tenían de la cultura del país de los soviets, pero, específicamente, como la diversa apreciación del suceso y de otras circunstancias políticas internas fueron fragmentando al Grupo Minorista y al resto de la intelectualidad cubana de entonces que, mayoritariamente, condenó el totalitarismo que se consumó en la URSS una vez que Stalin tomó el control absoluto del poder.
El segundo ensayo, Moviendo la izquierda desde la derecha: el pensamiento conservador de Alberto Lamar Schweyer me pareció relevante por la cantidad de información que aporta acerca de este ilustre intelectual cubano, totalmente desconocido salvo para los especialistas. Es una obra de hondura ética pues, a pesar de que la autora reconoce las posiciones conservadoras y hasta reaccionarias de Lamar, no soslaya su importancia dentro de la cultura nacional ni cómo sus ideas propiciaron un valioso intercambio para ganancia de esta. Acerca de la importancia que tienen las polémicas culturales en un clima de plena libertad, la autora afirma certeramente: “Una de las críticas que se le ha hecho a las Ciencias Sociales en los países del llamado socialismo “real” ―paradójica definición si tenemos en cuenta que se refiere a un sistema que no logró concretar en realidades las aspiraciones de varias generaciones― es el anquilosamiento y empobrecimiento teórico que sufrieron por la imposibilidad de contrastar con un pensamiento, no ya de derecha o divergente, sino al menos crítico en su propio terreno. Ello no significó que el pensamiento crítico fuera inexistente; por el contrario, creó sus propios espacios, casi siempre académicos y en ocasiones coyunturales, pero también casi siempre apartados de un debate público”. Cualquier semejanza con nuestra realidad no es pura coincidencia.
Por razones de espacio no voy a detenerme en el ensayo titulado La concepción de la Revolución Verdadera en el pensamiento político de Juan Marinello, pero sí lo haré en el cuarto, Con cristales de larga duración: una mirada a la política cultural comunista anterior a 1959, con el cual la autora obtuvo mención en el concurso de la revista Temas en el 2012.
Para quienes han leído algo de nuestra historia republicana estos ensayos pudieran parecerles poco reveladores, pues casi todos los hechos que se toman como base de los análisis son conocidos. Lo que sin dudas si resulta novedoso ―y ahí está el valor de estos textos y, sobre todo, de este último ensayo― es la interpretación que de esos hechos hace la autora quien, en este caso, echa por tierra la manida tesis de que durante toda la república los comunistas fueron hostigados y reprimidos, que carecían de libertad de expresión y medios para hacerlo, así como de participar en plena igualdad política con otras fuerzas en la vida nacional.
La Dra. Alina López Hernández no sólo ofrece al lector una abundante información sobre los medios que estaban en poder de los comunistas y su activa participación en la vida política del país en un lapso nada desdeñable de nuestra república democrática, sino que ofrece otras valoraciones sobre el Partido Socialista Popular que, hasta ahora, sólo había leído en un reciente trabajo del historiador Newton Briones Montoto sobre la muerte del líder azucarero Jesús Menéndez, publicado en la revista Espacio Laical. Alina asegura que el argumento de que la revolución era una plaza sitiada ―hecho real que enarbolaron intelectuales comunistas como Mirta Aguirre, Edith García Buchaca, José Antonio Portuondo y Blas Roca para imponer su visión de la cultura― no es fruto de la época castrista y sus circunstancias porque sus raíces están en el período republicano, cuando fue adoptada al plegarse esos intelectuales comunistas al estalinismo imperante entonces, la más grande distorsión de las ideas socialistas, causante del más horrendo genocidio del siglo XX y quizás de toda la historia de la humanidad.
Segundas lecturas… es un libro agudo que, sin dudas, habrá provocado ―o todavía provocará― cierto prurito entre los ortodoxos del castrismo, esos que dicen que están haciendo socialismo. Quizás por eso su tirada fue de solo seiscientos ejemplares y llegó con tanto atraso a Guantánamo, donde, seguramente, pasará sin penas ni glorias.