LA HABANA, Cuba.- En abril del año 1993, uno de los más duros para Cuba tras la caída del campo socialista, se estrenó Shiralad: el regreso de los dioses, serie de televisión en sesenta capítulos que todavía hoy los cubanos recuerdan con una mezcla de cariño y admiración, porque aquel proyecto que resultó excepcional desde todo punto de vista —guion, vestuario, iluminación, escenografía, música—, se llevó a cabo en la época de mayor carestía material que habían conocido los cubanos desde 1959.
Inspirada en una novela inconclusa del escritor Chely Lima, la adaptación televisiva corrió por cuenta de su autor, junto a Alberto Serret y el director José Luis Jiménez. La trama transcurre en un universo de ciencia ficción, donde Shiralad es un planeta equiparable a la Tierra, conquistada y luego abandonada por una raza superior de alienígenas, que se marcharon sin dejar rastro de su poderosa civilización. Entonces, los aborígenes que quedaron construyeron grandes templos para adorarlos mientras aguardaban, esperanzados, su regreso.
Dos líneas paralelas se entrecruzan durante el desarrollo de la serie. La primera, relacionada con la convulsa situación sociopolítica en que sobreviven los habitantes del planeta Shiralad, mientras que la segunda persigue la búsqueda de la verdad escondida tras el mito de los Dioses Mansos.
La serie, en general, constituyó una propuesta visual y estética opuesta a los códigos del realismo socialista. Los roles protagónicos corrieron a cargo de varios de los mejores actores de la época, entre ellos Mirtha Ibarra, Mabel Roch, Susana Tejera, Jorge Perugorría, Héctor Noas y Francisco Gattorno.
Secretos, intrigas y el peligro de una guerra civil se cierne sobre el reino de Istajar, donde una princesa deberá fingir ser hombre para tener derecho al trono y así evitar el enfrentamiento entre los clanes que ambicionan el poder.
Considerando que en la actualidad la mayoría de las propuestas televisivas carecen de calidad, muchos cubanos se preguntan cómo fue posible filmar Shiralad en una época en la cual no había nada. La respuesta está en el talento y la inventiva, que entonces había en abundancia, pero hoy escasea debido a la emigración y al ciclo interminable de penurias en que sobreviven todas las artes cubanas.
Épica y heroica desde el tema principal —compuesto por Juan Antonio Leyva y Magda Rosa Galván— hasta la escena final, Shiralad: el regreso de los dioses, forma parte de aquellas aventuras selectas que en los años noventa, un rato cada día, ayudaban a niños y jóvenes a soñar.