Tundra especula sobre esta y otras maneras del extrañamiento que ha causado la catástrofe dictatorial en el medio ambiente y en la psiquis
MIAMI, Estados Unidos.- El cineasta Miguel Coyula me da las gracias por incluirle en el resumen cinematográfico de Cuba durante el año pasado, donde hago una mención de las componendas que existían entre el Festival de Sundance y el ICAIC.
En el año 2004, durante uno de los viajes realizados a La Habana, Robert Redford, actor, director y fundador del Sundance conversó con el dictador Fidel Castro sobre la película que a la sazón acababa de producir: Diarios de motocicleta, suerte de tributo al joven Ernesto Guevara.
La foto donde los dos intercambian opiniones, de manera cordial, resulta repugnante.
En la nota de agradecimiento, Coyula aprovecha el mensaje para recordarme que su película Memorias del desarrollo, de producción independiente, tuvo su estreno mundial en el mencionado Festival durante la edición del 2010, lo cual no contradice mi idea original sobre el apego de este tipo de organizaciones culturales a una dictadura devastadora.
Sundance es el epítome del cine independiente y no recuerdo que sus ejecutivos se hayan solidarizado con los cineastas jóvenes en Cuba durante los últimos años, vapuleados por la represión del régimen.
El programa de colaboración de Sundance con instituciones oficiales cubanas se extendió de 1989 al año 2000 y dio como resultado solamente una serie de filmes basados en historias de Gabriel García Márquez y la comedia Adorables mentiras, de Gerardo Chijona.
En el año 2015, Michelle Satter, directora del Instituto Sundance, regresó a La Habana y se sintió “privilegiada de ser parte de una nueva delegación de artistas” para atestiguar los “cambios excitantes” que acontecían en la isla.
En el año 2020 el Festival de Sundance incluyó en su programa el documental Epicentro, del director austríaco Hubert Sauper, quien asegura que se trata de un filme contado por 10 niños de la isla sobre el fin de un imperio (España) y el comienzo de otro (Estados Unidos).
Por este estilo ha sido el retrato que de Cuba ha presentado el Festival en su exigente programación.
Es de celebrar entonces que el cortometraje Tundra, del joven director cubano José Luis Aparicio, haya sido honrado en esta nueva edición del evento.
El mismo año que Sauper estrenara su documental de tan paradójica premisa en Sundance, Aparicio y su colega Fernando Fraguela estuvieron involucrados en una tormenta de censura cuando su documental Sueños al pairo, sobre el compositor y cantante exiliado Mike Porcel, fue prohibido en Cuba.
Desde su propio intrigante título Tundra -que se refiere a una vegetación en las antípodas de la naturaleza cubana-, el cortometraje especula sobre esta y otras maneras del extrañamiento que ha causado la catástrofe dictatorial en el medio ambiente y en la psiquis de la población que vuelve a presentarse como “zombificada” en una sociedad sin expectativas.
El imprescindible actor Mario Guerra carga con la responsabilidad de llevarnos, cual Caronte moderno, por el infierno en que ha devenido la isla, donde atroces babosas infestan la realidad, ya de por si menesterosa, ante la indiferencia de la población que convive con su sino inevitable.
Guerra es un inspector encargado de identificar el robo de electricidad en casas desvencijadas, donde los vecinos no tienen cómo pagar las cuentas y mucho menos las multas.
En sus momentos de soledad, padece la recurrente pesadilla de una inalcanzable mujer sensual vestida de rojo.
El sueño es tan vívido que da por sentado la existencia real de su objeto del deseo y sale a buscarla por laberintos de una ciudad de postguerra.
Los géneros de horror y ciencia ficción se entrecruzan en inventario de espanto y denotan el absurdo de una existencia trastocada:
El fumigador omnipresente no cesa de contaminar, tratando de liquidar las plagas que pululan.
Un anciano muere atrapado en el baño de su casa cuando no logra escapar al ente que le bloquea la puerta.
La esposa del ladrón de energía eléctrica se deprime, al borde del suicidio, si no consigue un trabajo en la aduana.
El Comité de Defensa de la Revolución sigue vigilando, impertérrito, paisaje tan siniestro.
Ni la niña, consciente del desamor de sus padres y del valor de la perseverancia, en un sitio donde el obstáculo se vuelve cotidiano, encarna la probable esperanza como suele ser el empeño de las nuevas generaciones.
Aparicio ha concentrado en 29 minutos viñetas del pánico, de notable refinamiento estético. Hay intriga y desolación en un argumento impredecible con personajes tan empercudidos como la ciudad misma.
Tundra universaliza el mal de un sistema social inoperante, sin salida, mediante la convocatoria esmerada de realidad y quimera.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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