LA HABANA, Cuba.- A principios de 1967, Los Beatles grababan en uno de los estudios Abbey Road el disco que sellaría una nueva época, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, y al conocido productor Norman Smith, que trabajaba en el estudio de al lado en el primer título de un grupo novato, se le ocurrió llevar a los muchachos para que conocieran a los Cuatro Fabulosos. Cuentan que Paul McCartney se asombró mucho con los nuevos sonidos que exploraban aquellos jóvenes músicos.
Pronto todo el mundo del rock admiraría también aquella extraña sonoridad que resultaba una vívida experiencia. Sus autores también eran cuatro, se hacían llamar Pink Floyd y su ópera prima se convertiría en álbum emblemático de la psicodelia británica, The pipper at the gates of dawn, que generalmente se traduce como El gaitero a las puertas del alba.
El título provenía de un capítulo homónimo de El viento en los sauces, libro de cabecera de Syd Barrett, el líder, cantante y guitarrista del grupo, que había compuesto casi todas las canciones del disco. Aunque era el más joven y había llegado último, Roger Keith Barrett le dio el nombre definitivo al cuarteto y lo convirtió en la vanguardia del underground londinense.
1967 fue también el explosivo año de Are you experienced? de Jimi Hendrix y de los dos primeros álbumes de The Doors. Jefferson Airplane lanzó Surrealistic pillow y The Mamas and the Papas Deliver. Grateful Dead y David Bowie publicaron su primer disco. Hubo nuevos títulos de The Who, Bob Dylan y The Rolling Stones. Se dio a conocer Janis Joplin. Nacieron Jethro Tull, Fleetwood Mac y Genesis. Fue, en fin, el año del Verano del Amor en San Francisco.
Aquel primer disco de Pink Floyd resultó también el último en que Syd Barrett participó a plenitud. The piper at the gates of dawn sería su gran legado. No figura entre los álbumes más célebres del grupo, pero, cuando salió en agosto, hace medio siglo, alcanzó el puesto seis en su país y hoy es un clásico de culto y se incluye en toda lista de los títulos más logrados del rock.
La desbocada fantasía y la creatividad de Barrett hallaron en Abbey Road un mágico arsenal de pianos, órganos, clavinetes, máquinas de viento, timbales, gongs, triángulos, campanas y un sinfín de instrumentos. Además, los Floyd —con el acceso a la consola que Los Beatles habían conquistado como derecho— comenzaron a experimentar desde el principio con raros sonidos, efectos y voces que ayudarían a definir su estilo.
El punto de partida había sido en 1964, cuando Roger Waters, estudiando arquitectura, formó Sigma 6, un grupo que luego se nombraría T-Set, Megadeaths, The Screaming Abdabs, The Architectural Abdabs y The Abdabs. A su llegada, Barrett lo rebautizó como The Pink Floyd Sound —por los músicos de blues Pink Anderson y Floyd Council—, que al cabo sería solo Pink Floyd.
Antes de su debut, ya la banda experimentaba con luces y sonidos psicodélicos y sus actuaciones tenían gran repercusión en el mundo musical underground de Londres. Las improvisaciones de Syd parecían llevar a otra dimensión, sobre todo por la abundancia de drogas —principalmente LSD— tanto en la audiencia como en el escenario.
Fue el abuso de este alucinógeno y la presión del éxito fulminante sobre sus hombros lo que determinó el naufragio del líder. Su comportamiento era cada vez más imprevisible en el estudio y en las actuaciones. Cuando sus amigos lo obligaron a ver a un célebre psiquiatra, a este le pareció que el músico podía estar loco, pero su problema eran ellos, con la ambición de triunfar y de forzarlo a él a seguirlos: “Quizás Syd en realidad estaba rodeado de locos”.
En definitiva, debió ser sustituido en 1968 por David Gilmour, con quien quedó conformado el Pink Floyd que se convertiría en un clásico del rock progresivo. Terminó así la era Barrett del conjunto y comenzó la de mayor renombre mundial, la era Waters, que terminó en 1985 con su partida. La banda lograría sobrevivir todavía entre los grandes en la era Gilmour.
Pero la sombra de Syd nunca los abandonaría. En 1975, mientras grababan Whish you were here, un álbum dedicado a su memoria, se vio entrar al estudio a un hombre gordo, calvo y con las cejas afeitadas. Tardaron los demás mucho tiempo en reconocerlo. Waters lloró ante esa imagen de Syd, el Diamante Loco, que aún no tenía 30 años. Fue la última vez que se reunieron todos.
Aunque después pudo editar dos discos con la ayuda de sus amigos, finalmente Barrett abandonó por completo la música y se fue a vivir con su madre. En esa otra mitad de su vida, no le gustaba hablar de su época como estrella. El pasado no tenía sentido para él, que recuperó su vieja pasión por la pintura. Cuando terminaba un cuadro, lo destruía y empezaba a pintar otro.
Pese a que Pink Floyd se convirtió en uno de los más grandes grupos de la historia del rock y aquella alucinante ópera prima no estaría entre sus discos más recordados, fue ese el que señaló el camino de la banda y el que le dio significado a todo. “The piper at the gates of dawn era Syd, y Syd era un genio”, dijo Waters rememorando a su perdido amigo de infancia y de carrera.
En los largos años en que vivió apartado, Barrett no quiso que volvieran a llamarlo “Syd”. Era Roger y hacía una vida ordinaria. Su última canción para Pink Floyd, “Jugband Blues”, terminaba preguntando: ¿Y qué es exactamente un sueño? ¿Y qué es una broma exactamente?
El Diamante Loco se fue, callado, en julio de 2006, para convertirse definitivamente, contra su voluntad, en una de las más extrañas leyendas del rock.