Alexis Cabrejas: “A mí me gustaba la candela”

En la segunda mitad de los ochenta, a Industriales le entró uno de esos jugadores con la sangre demasiado caliente para no fijarse en él... Hoy con 55 años, Cabrejas conversa con espontaneidad desde el otro lado del charco.
Alexis Cabrejas, series nacionales, industriales, Grandes Ligas, Cuba
Facebook
Twitter
WhatsApp
Telegram

LA HABANA, Cuba.- En la segunda mitad de los ochenta, a Industriales le entró uno de esos jugadores con la sangre demasiado caliente para no fijarse en él. Jugaba en el outfield, bateaba un mundo, y corría las bases con un ímpetu como si cada juego fuera el último.

Alexis Cabrejas pasó por las Series Nacionales escoltado por una permanente amenaza de estallido. Fanático de Anglada y Víctor Mesa, hizo de la agresividad un sello natural, y su facilidad para empujar la bola hacia el right field le concedió visado para viajar como segundo hombre en las alineaciones de la capital.

“Yo era muy rápido, tenía buen brazo y bastante contacto, pero sobre todo era muy explosivo”, confiesa desde Miami este continuador de los pasos del legendario René Arocha, el primer pelotero que abandonó un equipo Cuba en un evento extrafronteras. “Eso fue lo que más me ayudó a jugar al nivel que lo hice allá. Mi rapidez y temperamento resultaron esenciales en mi etapa en activo”.

Hoy con 55 años, Cabrejas conversa con una espontaneidad que me saca un montón de carcajadas. Lleva más de tres décadas del otro lado del charco, pero dice las cosas como si estuviera sentado ahora mismo en algún parque del Cerro o San Miguel. No se esconde para expresar sus opiniones: por el contrario, da la impresión de que disfruta compartiéndolas.

“Me gusta eso, mi hermano, tu franqueza”, le comento, y él se limita a confirmar: “siempre he sido así, de no callarme”. “Pregunta lo que quieras”, me conmina. “Yo bateo”. 

—Por más que tu físico indicara otra cosa, nunca fuiste un bateador de poder. ¿A qué se debía eso?

—Yo nunca fui un tipo de poder a lo Kindelán, Romelio o Junco, pero en el Cuba juvenil recuerdo que decidí varios juegos con jonrones. Lo que pasa es que al llegar a Industriales, Marquetti me cambió el sistema. Él me ayudó a batear más para el right field y eso me cuadró en mi carrera. Lo mío a partir de entonces fue explotar la rapidez, tocar bola, batear para el jardín derecho…

¿Desde cuándo adoptaste aquel estilo tan personal para pararte en la caja de bateo, mostrándole el número al lanzador?

—La cosa era dejar que la bola llegara. Cuando tú estás en los juveniles te tiran muchas rectas, pero al llegar a un nivel superior como la Serie Nacional ves muchas más curvas y rompimientos. Ahí tienes que quedarte atrás; si no lo haces estás jodido.

¿Alguna vez te quisieron modificar ese estilo?

—No, porque funcionaba. Yo conectaba por detrás del corredor y eso me permitió poder batear a continuación de Tony González y Germán Mesa. Cumplía esa misión. Ahí fue donde me colé, porque si no, ¿dónde me iba a meter en ese equipo? Un team de pelota es como un carro: el motor, Vargas; el timón, Javier; etcétera, etcétera. Cada uno hace su trabajo para que el carro camine. Y mi trabajo era embasarme, mover los corredores, hacerlo bien a la defensa… Uno tiene que conocerse y especializarse en lo que se le da bien para lograr las cosas. Hay que saber detectar las virtudes personales y explotarlas como es.

—Siempre te has declarado admirador de Anglada y Víctor Mesa. ¿Intentaste imitarlos?

—Yo a veces hacía como Víctor en el center field, que cogía la pelota y seguía corriendo. Eso me gustaba. La agresividad para mí era muy importante. Cuando yo jugaba pelota me transformaba, y eso fue un factor clave para poder llegar adonde llegué. El caso es que a mí me gustaba la candela. Yo me paraba en home con bases llenas para que me dieran un pelotazo o lo que fuera, si sabía que estaba jodido contra ese lanzador. Por ejemplo, Giorge Díaz. Mi sistema era parecido al de Vargas: nosotros a los zurdos los matábamos porque dejábamos que la bola llegara y le dábamos fácil para el right.

¿Cuántos problemas te trajo el juego caliente que desplegabas?

—Yo me tiraba fuerte y me daban mis pelotazos de vez en cuando, pero eso era parte del espectáculo. La pelota en Cuba había que jugarla así o no te respetaban. Sin embargo, solo me expulsaron dos o tres veces. Yo no era tan problemático en ese aspecto, lo que pasa es que me gustaba jugar duro. Aquella época era muy distinta a esta. Si tú me dabas a mí, el pitcher mío le daba a uno de los tuyos. Y había que tirarse con todo para romper un doble play. En ese entonces yo hasta afilaba los spikes. Era otro tiempo.

—Te gustaba el center field, pero ahí estaba Javier Méndez. ¿Te sentías mal en el izquierdo?

—Yo hice el Mundial Juvenil de Windsor, Canadá, con 16 años. Quedamos campeones conmigo en el jardín central, e inclusive me incluyeron en el Todos Estrellas. Al regresar, Pedro Chávez me cogió para Industriales. Yo no me lo esperaba. Pensé que no iba a jugar nunca y que en Metropolitanos iba a tener más posibilidades. Pero a Javier le dio hepatitis y me pusieron a mí en el center. Eso fue pura suerte, aunque está claro que las oportunidades cuando se dan hay que aprovecharlas. Y eso hice yo. Cuando Javier volvió, donde me pusieran yo estaba feliz. Jugar en ese line up fue el orgullo más grande de mi vida.

Al marcharte de Cuba, ¿con qué average terminaste? Porque el sitio del béisbol cubano dice .320, pero a mí me parece recordar que era más alto.

—Yo creo que era como .333. No eran muchos los que estaban por arriba de ese promedio: Omar Linares, Pacheco, Pedro Luis Rodríguez, algo así. Cuando uno se va de Cuba, pierde todo. Fui líder en hits en dos ocasiones, y un año perdí el champion bate contra Linares. En el último juego del campeonato recuerdo que bateé de 4-4 y él lo hizo de 5-5 y me ganó.

Cuéntame la mejor anécdota que viviste en la pelota.

—El momento que más recuerdo siempre es cuando me escogieron Novato del Año. Estaba parado en el Latino y mencionaron mi nombre delante de todo el mundo y fue una cosa muy bonita, aunque triste a la vez, porque mi mamá había fallecido y nunca pudo ver mis logros.

—¿Qué hay de cierto en esas historias sobre juegos en que ‘tirabas majá’?

—¿Yo majá? Noooooo. El problema es que como nunca se hacían los equipos Cuba por rendimiento, uno se relajaba. Eso cambió radicalmente el año que nos dirigió Servio Borges. Él supo unir al equipo, endureció la disciplina e hizo que todos haláramos parejo. Servio nos albergó en Mulgoba, allí dormíamos y solo íbamos a la casa a recoger ropa.

—¿Industriales debió ganar más campeonatos con la calidad de los jugadores que tenía?

—Si Industriales no ganó más veces fue porque todo el mundo se concentraba más que nada en ganarle, y verdaderamente se enfocaban más. Digamos, nosotros se acababa el juego y nos íbamos para el Capri a tomar cerveza, a las muchachitas, a joder, mientras que los jugadores de otros equipos salían del partido y a dormir. Cuando ellos se despertaban a desayunar, a veces nosotros todavía estábamos en la discoteca. Y eso te afecta con el tiempo. Eso sí, no puede pasarse por alto la cantidad de sacrificios que hacíamos para jugar y hacerlo bien. Porque los peloteros teníamos las mismas carencias y problemas de la gente común, y encima teníamos que llegar al estadio y soportar que, si ese día no te iba bien, miles de personas te gritaran ‘descarao’, ‘muerto’, ‘negra mona’ y esas cosas.

—Fuiste de los primeros peloteros cubanos en desertar. ¿Qué número hiciste en esa fila?

—Fui el segundo, junto con Osmani Estrada. Arocha se había quedado en 1991, y nosotros lo hicimos en 1992, durante un viaje a México. Luego llegaron Liván Hernández, Osvaldo Fernández el zurdo, Eddie Oropesa, Rey Ordóñez… Nosotros estuvimos viviendo mucho tiempo juntos en una casa en Los Ángeles hasta que firmamos.

—¿Hasta qué punto pesó en tu decisión el paso que había dado Arocha?

—Aquí hay que hacerle una estatua a ese hombre. Él abrió muchas puertas no solo porque rompió el hielo, sino también porque estaba ‘reventado’ y así y todo llegó a Grandes Ligas. La cuenta que empezó a sacar mucha gente fue que si Arocha, veterano y con problemas físicos, lo había logrado, los demás también podían.

—Al llegar a Estados Unidos te vinculaste con Texas, pero nunca lograste llegar a Grandes Ligas. ¿A qué se lo atribuyes?

—La principal razón fue una lesión en el muslo que se me deterioró. Imagínate, mi vida eran ‘las gomas’, y al quedarme con una recapada, ya perdía las opciones. Era muy difícil hacer equipo en esa época. Texas tenía a José Canseco, Juan González, Iván Rodríguez… Había muchos animales en el roster. Yo mido seis pies y una pulgada y era un enano. Si no podía correr, estaba embarcado. A mí me habían firmado por mi velocidad, en las pruebas hice 6.6 en 60 yardas. Así que aquella lesión me afectó mucho.

—¿Y qué hiciste?

—En el año 94 llegó la huelga y los Yanquis me dieron un dinero. Hice tan buen papel que al acabarse la huelga, uno de los dos peloteros de la calle con los que decidieron quedarse fue conmigo. Entonces me mandaron para Doble A en el frío de Connecticut, pero apenas pude jugar porque en los jardines estaba gente como Rubén Rivera y Shane Spencer. Fíjate cómo estaba de desesperado que hablé con todos los babalaos de Miami y ninguno encontró la solución para mi caso. De modo que le dije a mi agente que si no iba a jugar en las Mayores y solo estaba ganando tres mil dólares al mes, prefería irme para México, donde me estaban ofreciendo diez mil. Me fui para allá, pero al tiempo la cosa se puso mala porque devaluaron el dinero.

Fue a partir de ahí que decidiste empezar una nueva vida…

—Creo que fui inteligente. Abrí mi escuela de pelota, me fue bien, y empecé a trabajar con los hijos del dueño de una importante compañía distribuidora de vinos. En una de esas el dueño me dijo ‘¿tú quieres vender vino?’, y le contesté ‘yo vendo cualquier cosa’. Y hasta el sol de hoy. Allí llevo 28 años, aunque sigo dando clases de bateo los domingos.

Compárame las condiciones de vida que tuviste en una pelota y otra.

—Eso es un giro de 360 grados. En la pelota profesional te ponen todas las condiciones y lo otro va por ti. En Cuba te metías dos o tres meses entrenando con el equipo para la Serie Nacional, y aquí no. Aquí te pasan un documento con todo lo que tienes que hacer en la época que no estás en juego. Es otro nivel. Te facilitan las cosas… A mí por ejemplo me daban 200 dólares diarios para comer, y esa dieta yo nunca la gastaba porque al acabarse el juego había un montón de comida en el clubhouse. Ahí mismo yo cargaba lo mío. Lo que bien se aprende nunca se olvida. 

¿Qué sueños lograste cumplir en la pelota, y cuáles se te quedaron por realizar?

—El sueño que se me dio fue jugar en Industriales y en algún momento reemplazar a Javier Méndez. En cambio, no se me dio que me valoraran mejor, y eso fue una de las cosas por las que decidí irme de Cuba. Una vez se hizo una reunión donde Miguel Valdés dijo que el equipo nacional iba a ser por rendimiento, y ese año yo bateé .414 en la Nacional y .360 en la Selectiva. De todos los jardineros de Cuba quedé segundo en la estadística, solo por detrás de Kindelán, que estaba jugando left field. Y nada, no me llamaron. Ese tipo de situaciones me fueron fastidiando y dije ‘voy echando’. Físicamente no me sentía a tope, pero a esas alturas lo mío ya era irme y ver qué pasaba en el camino. Entonces llegué a Estados Unidos y me puse a luchar, porque yo siempre he sido un luchador, y la persona agresiva y buscadora triunfa en cualquier lado. Ese es mi punto de vista. Hoy no soy millonario pero vivo bien, tengo mis cosas, mi retiro, mi casa… Los domingos doy clases de pelota en un horario donde otros están descansando, pero eso no me importa. Lo mío es buscarme el sustento. Es mi sistema y así voy a morirme.

¿Quiénes fueron los mejores peloteros que te tocó ver?

—Todo el mundo habla de Linares y yo respeto eso, pero el mejor que yo vi fue Luis Giraldo Casanova. Otro jugador que me encantaba era Pedro Jova, que bateaba cantidad para el right. En esa época en Cuba había muchos peloteros con nivel Grandes Ligas.

Hazme un Todos Estrellas del Industriales de tu época.

—Medina como receptor, Marquetti en primera, Padilla en segunda, Germán en el short y Vargas en tercera. En el izquierdo yo, en el medio Javier y en el derecho, Tony González y Luis García. Como designado podría poner a Colina, Sarduy o Salfrán, que era una bestia. Y pitcher zurdo, Darcourt, con El Duque como derecho. Manager: Servio Borges.

¿Te consideras un hombre feliz?

—Soy feliz en esta etapa de mi vida. Yo me casé tres veces y aquí cuando te divorcias pierdes hasta el color, pero esa etapa ya pasó. Espiritualmente estoy bien, tengo mi casa, mi mujer, mis hijos, mis nietos… Estoy en paz. Me gusta vacilar, ir a lugares buenos, pero gracias a que aprendí a trabajar duro en este país, que es el mejor del mundo. Cuando me retire dentro de cinco años tendré mi vida hecha. He sabido sacrificarme, guardar mi dinero y navegar el sistema. Al final la vida no es una carrera de velocidad, sino de resistencia.

Sigue nuestro canal de WhatsApp. Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de Telegram.

Add New Playlist