Bárbaro Garbey: “Yo tenía la calidad, pero no el profesionalismo”

Ido de Cuba, no tardó en vincularse con el mejor béisbol del mundo. Su estreno como ligamayorista le deparó el triunfo en la Serie Mundial.
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LA HABANA, Cuba.- Por desgracia, jamás vi jugar a Bárbaro Garbey. Ni aquí ni allá. Cuando él salió de Cuba durante la emigración masiva del ochenta por el inolvidable puente Mariel-Miami, el que escribe era un niño de siete años cuyo conocimiento beisbolero se limitaba a gente como Marquetti, Casanova, Muñoz, Pedro José… Y después, una vez que Garbey accedió a las Grandes Ligas, tampoco pude verlo por culpa de la cortina de hierro informativa.

Fue a la altura del preuniversitario que alguien puso en mis manos una colección de revistas deportivas Made in USA, y en una de ellas choqué con un artículo donde se hablaba de los brillantes Tigres de Detroit de 1984. Allí se hacía mención de aquel cubano, y entonces —oh, milagro tardío— me enteré: ese hombre había sido el primer pelotero de Series Nacionales que arribó a la Gran Carpa del béisbol.

Más tarde, curtido por el acceso a agencias periodísticas y publicaciones extranjeras, supe a fondo quién era el santiaguero que se mudó a La Habana, vistió la chamarreta de Industriales y el team Cuba y, en el momento justo del despegue con rumbo a la leyenda, se encontró una sanción por venta de partidos.

Eso fue en 1978. Hasta ahí, el hermano menor de Rolando (doble medallista olímpico en boxeo) y Marcia (monarca panamericana en relevo 4×100 metros) había ido hilvanando una carrera que incluía cinco Series Nacionales y tres Selectivas, con un título de bateo y una presencia presumiblemente dilatada en la escuadra absoluta cubana.

La suspensión lo cambió todo. Él lo admitió, aunque siempre ha añadido: “vendíamos los juegos, pero no para perder. Teníamos tanta confianza en nuestra calidad que decíamos que íbamos a ganar por una y ganábamos por una… Cuando decíamos ‘vamos a ganar’ le caíamos arriba a la gente”.

Ido de Cuba, no tardó en vincularse con el mejor béisbol del mundo. Pasó por las Menores de Detroit, las reventó, y su estreno como ligamayorista le deparó el triunfo en la Serie Mundial. Ese año, el mismo 1984 que da título a la memorable ficción de George Orwell, el utility Garbey bateó para .287; jugó la inicial, la segunda, la antesala y los jardines; y se gastó el alarde de empujar más carreras que varios de los regulares de la escuadra, por ejemplo Howard Johnson, Larry Herndon y Dave Bergman.

Algunas décadas después de la proeza, hoy tengo el privilegio de sentarlo en la butaca de mis entrevistados.

—Pese a nacer en Santiago de Cuba, su carrera se desarrolló en la capital. ¿Será que se siente más habanero que oriental y que prefiere a los Industriales sobre las Avispas?

—Yo me trasladé a La Habana desde niño. Lo que jugué en Santiago no eran campeonatos oficiales: era un equipo que se llamaba Mariana Grajales donde tenía poco chance de jugar porque era muy pequeño. En la capital hice del cuarto al sexto grados y empecé en la EIDE, inicialmente con el equipo de Centro Habana. Luego me seleccionaron para los Juegos Escolares e hice una Serie Nacional Juvenil con Industriales. Pero yo soy santiaguero, natural del barrio de Los Hoyos, y mi sangre y mis sentimientos pertenecen a ese territorio. Santiago es la ciudad que más extraño, no he podido regresar desde que salí de Cuba pero siempre la llevo en mi corazón. Por supuesto yo disfrutaba los juegos que ganaba con La Habana, pero antes de llegar a las Series Nacionales siempre simpaticé con los equipos orientales de Roberto Ledo, Manuel Alarcón, Elpidio Mancebo… Me crié en La Habana y le agradezco a la provincia, a los instructores y compañeros de equipo que tuve allí, pero yo soy santiaguero.

—¿Hasta qué punto le fue beneficiosa en Estados Unidos la experiencia adquirida en la pelota cubana?

—Obviamente, haber jugado las Series Nacionales y haber pertenecido al equipo nacional fueron cosas que me ayudaron para hacer la adaptación, pero de todos modos fue difícil porque jugar aquí es muy complicado. Es un béisbol diferente al de Cuba y tuve que hacer muchos ajustes.

¿Qué nivel tenía el béisbol cubano que a usted le tocó jugar?

—Todo el mundo dice que la Serie Nacional tenía nivel de Grandes Ligas y eso es un error. No hay comparación, porque aquí la calidad es compacta. En Cuba teníamos la Selectiva, pero todos los peloteros no tenían nivel Doble A o Triple A. Lo que sí puede decirse es que la Serie Nacional gozaba de bastante calidad. No me atrevo a decir que era Triple A ni Doble A; simplemente que era un buen béisbol.

—En Internet pueden leerse declaraciones suyas donde acepta haber vendido juegos para mantener a su familia y satisfacer necesidades juveniles…

—Todo el mundo sabe cuáles fueron los motivos por los que hicimos aquello. Cualquiera conoce las necesidades que nosotros pasábamos, que teníamos familia y el sueldo era muy poco, y que aparte de eso éramos jóvenes. No teníamos ningún tipo de diversión ni posibilidades de ayudar a la familia. El escándalo se dio cuando me suspendieron a mí, pero luego hubo otro episodio en 1982 y no sé si eso seguirá pasando todavía, porque mientras la situación de Cuba siga como está cualquier cosa se puede esperar.

—¿En ese proceder estaba involucrado todo el equipo?

—No. Éramos solo algunos jugadores cuyos nombres se conocen. Nosotros veníamos haciendo eso desde 1975, y fue en 1978 que se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo.

—¿Qué recuerdos tiene de cuando le notificaron que estaba suspendido por la venta de juegos?

—Cuando nos detuvieron y nos llevaron para el DTI, ya sabíamos que no íbamos a jugar más en Cuba. Entonces pensamos que la única manera de seguir jugando béisbol era saliendo del país y lo empecé a planear. Gracias a Dios se dio lo del Mariel y aproveché esa oportunidad para partir. Así pude jugar béisbol profesional, llegar a Grandes Ligas y ganar una Serie Mundial, que es algo que todo jugador desea. Es decir, que de alguna manera le tengo que agradecer a lo ocurrido en 1978, porque eso me empujó a poder cumplir el sueño de todo jugador de béisbol.

—¿Qué opinión tiene de la sanción que sacó de la pelota a Rey Vicente Anglada por una acusación similar?

—Conozco muy bien a Rey y no creo que haya estado envuelto en ningún tipo de apuesta. Me parece que ahí se equivocaron, y la prueba es que después de eso llegó a manager de Industriales y hasta del equipo Cuba. Todo el mundo sabe que cuando allá se comete un error, no se perdona. Creo que se dieron cuenta de que él no había hecho nada y le permitieron regresar al béisbol. Fue una suspensión injusta.

—¿Por qué, dadas las limitaciones que tenía en su vida personal, usted no dio el paso de abandonar la selección nacional cuando viajó a eventos en el extranjero?

—Eso nunca me pasó por la mente. En esa época no pensábamos nada de eso. Lo que todo jugador joven ambicionaba era hacer el equipo Cuba, salir, volver con un pantalón, una camisa, unos zapatos, ayudar a la familia con dos o tres cositas que compraba. Pacotilla, como le dicen. A mí me gustaba jugar béisbol en Cuba. Ya cuando no tuve la oportunidad de seguir jugando allá me di cuenta de otras cosas.

—Usted ha contado en varias ocasiones que su salida del país no estuvo exenta de obstáculos…

—No tenía los papeles necesarios para presentarme en las oficinas donde se le estaba dando la salida a las escorias, como nos llamaron, y tuve que presentarme tres veces allí porque en todos los casos me reconocieron y me dijeron que eso no era para mí, que eso era para otro tipo de gente, que era “para delincuentes” y personas non gratas en Cuba. Me explicaron que yo no era de ese tipo de gente y yo contesté que lo único que quería era salir para seguir jugando béisbol, que no me sentía bien en un país donde ya no tenía ningún futuro. Al final se cansaron de mí y me dieron el permiso.

Y después, ¿qué pasó?

—Fuimos a parar a un refugio donde estuve unos dos meses. Era una base militar en Pensilvania donde hasta hicimos un campeonatico de béisbol y así nos divertíamos. Jugamos en un terraplén que había por los albergues y sinceramente no lo pasamos mal. Tuve la suerte de que en ese campamento no hubo ningún tipo de problema; todo el mundo se llevaba bien. Y así hasta que llegaron Orlando Peña y Sarvelio del Valle y me ofrecieron el contrato para firmar con los Tigres de Detroit por 2500 dólares y un bono progresivo de 7500. Sinceramente fue un momento muy agradable. Me sentí muy feliz cuando firmé, y al poco tiempo estaba entrenando en la Clase A Fuerte de Detroit. Después de casi dos años sin jugar, las cosas no me salieron bien al principio porque arranqué como de 15-0, pero le fui cogiendo el ritmo y promedié .364. El camino no fue corto ni sencillo. Estuve dos años en Doble A, luego uno en Triple A y por fin en 1984 hice el equipo de los Tigres. El proceso de adaptación me costó pues casi no había latinos en aquellos equipos de Menores donde milité.

—Se podría decir que le costó sangre y sudor…

—La verdad es que para imponerse en este béisbol hay que tener mucha voluntad y ser fuerte mentalmente. Esa es la razón por la que muchos talentos llegan aquí y no se adaptan. No es tan fácil como algunos creen. En Estados Unidos puedes tener las condiciones deportivas pero se precisan muchos factores más para llegar. Hay que pasar muchos momentos buenos y malos, mantener la cabeza fría y acomodarse a jugar como las organizaciones quieren que juegues. Es complicadísimo. En el draft casi todos los equipos firman 40 y pico de jugadores y de esos, a lo mejor llega uno a Grandes Ligas.

—Su rendimiento en las Menores hizo que algunos opinaran que Detroit demoró demasiado en subirlo al nivel élite…

-No lo creo. Yo subí cuando ellos creyeron que estaba listo para jugar Grandes Ligas. Es parte de un proceso donde hay que aprender mucho. Esos tres años fueron necesarios para que me diera cuenta de qué tipo de juego tenía que hacer para desempeñarme allí. En realidad yo estuve a punto de subir en 1983, pero tuve que darle explicaciones al Comisionado acerca de por qué había hecho lo que hice en Cuba, además de que viví un problema con un fanático que igual me perjudicó bastante. Mi ascenso a las Mayores estaba previsto para mediados de esa temporada, o a más tardar en septiembre, pero producto de las situaciones citadas la organización decidió que esperara un año más. Así que no se demoraron. 1984 fue el año que Dios había puesto en mi camino para que subiera a Grandes Ligas y ganar la Serie Mundial siendo novato.

—Vámonos al 3 de abril del año 1984. ¿Qué es lo primero que le viene a la cabeza?

—Mi primer turno al bate fue en Minnesota, di una línea a segunda base como emergente en un encuentro que íbamos ganando 11×0. Las piernas me temblaban que parecía que tenía un abanico en la rodilla, pero esa emoción uno la lleva por dentro. Ese día sentí que había logrado lo que vine a hacer en los Estados Unidos, que era enorgullecer a mi familia haciéndole ver que podía jugar pelota al máximo nivel.

—¿Cuántas alegrías de su vida son comparables con conquistar la Serie Mundial?

—Esa es la satisfacción más grande que puede tener un jugador de béisbol, no se puede comparar con ningún otro momento de mi carrera en Cuba ni fuera de ella. Eso nunca se olvida.

Usted tenía la calidad, entró por la puerta grande y fue campeón, pero solo permaneció tres años en las Mayores. ¿A qué se lo atribuye?

—A cuestiones personales. Tuve dos buenas temporadas con Detroit, pero cometí errores que no hace falta recordar. En esta pelota uno tiene que ser profesional en todos los sentidos. Fueron cosas que estaban en mis manos y no supe manejar. Si no eres profesional fuera del terreno, eso se te refleja en el terreno. Mi comportamiento me perjudicó. Tenía la calidad, pero no el profesionalismo.

¿Qué hizo después de salir de los Tigres de Detroit?

—Pasé una campaña en Texas, donde no me fue bien, y estuve en las Menores de Expos y Dodgers. De ahí me fui a México, donde salí campeón en 1992 y me eligieron Jugador Más Valioso del campeonato. Fue allá donde aprendí a ser un profesional en todos los aspectos, desde llegar temprano al juego hasta cuidarme más, poner más atención al terreno y esas cosas.

—¿Qué ha hecho tras el retiro del deporte activo?

—Jugué en México hasta mediados de los noventa y en 2002 empecé como coach de Menores de los Tigres de Detroit, para luego transitar por los Cachorros de Chicago y los Bravos de Atlanta. También trabajé como entrenador de bateo en República Dominicana y Venezuela. Actualmente hago junto a Carlos Guillén Altuve la transmisión en español de los Tigres por el Audacy app. Soy miembro honorario de la Federación de Peloteros Cubanos Libres, y vivo hace cuarenta años en Detroit junto a mi esposa, con la cual tengo tres hijos. A esta ciudad llegué, en ella me quedé y aquí me mantendré.   

—Unos años después de emigrar usted, René Arocha desertó y dejó abierta una puerta que nunca se cerró. ¿Cómo ha vivido la llegada casi masiva de jugadores cubanos al béisbol estadounidense?

—Me siento muy contento con la cantidad de jugadores que hay en Grandes Ligas poniendo en alto el nombre de Cuba. Lo están haciendo muy bien. Han demostrado que pertenecen a ese nivel. Esperemos que haya muchos más. A todos ellos, y también a los que están en Ligas Menores, en Asia y en otros lugares, les deseo la mejor de las suertes.

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