Euclides Rojas: “Extraño mucho el Latino y todos los estadios de Cuba”

Pero "el sistema (en Cuba) era y sigue siendo una farsa que humilla y destruye", dice el exlanzador de Industriales y actual Director de Desarrollo del Pelotero para los Tigres de Detroit.
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LA HABANA, Cuba.- Más que un lanzador, Euclides Rojas Rodríguez (La Habana, 1964) fue un sicólogo del box. Cada vez que le tocaba trabajar uno sabía lo que se avecinaba: es decir, un jugueteo con los nervios del hombre que empuñaba el aluminio.

En su etapa en los campeonatos nacionales, el cerrador era casi una mala palabra. Nadie quería ocuparse de los roles de relevo, puesto que los staff monticulares del team Cuba —la gran meta a alcanzar en esa época— eran armados exclusivamente con pitchers abridores. Sin embargo, Euclides le dio una nueva dimensión a la especialidad.

Cierto es que carecía de una recta supersónica, a la usanza del matador tradicional. En su lugar, el derecho ofrecía una de las mejores curvas de los clásicos domésticos, un control privilegiado y (lo repito porque es fundamental) aquel sádico afán de martirizar al bateador.

Siempre fue un tipo inteligente, y lo probó. En la lomita sabía lo que tocaba en cada situación, ora contra Omar Linares con las bases llenas, ora ante el Bobo de la Yuca con dos outs y nadie en los senderos. Fuera del pelotazo que le dio a Julio Germán Fernández en un partido decisivo, no se divisan más errores graves en una carrera de 366 subidas al montículo.

Tan listo era Euclides, que en un momento dado optó por seguir los pasos de su coterráneo y coequipero René Arocha. Así, en 1994 aprovechó la ocasión de la crisis de los balseros para hacerse al mar junto a su esposa, su hijo pequeño y otras 14 personas que, luego de pasar cinco días entre la muerte y la muerte, fueron rescatados por guardacostas estadounidenses y conducidos a la Base Naval de Guantánamo.

Varios meses después pudo llegar al destino deseado. El sueño era jugar en Grandes Ligas: pronto firmó un contrato ligaminorista con los Marlins, pero enseguida las lesiones —una tras otra— afectaron su rendimiento en Doble y Triple A.

El fin tocaba a las puertas del atleta, pero no del hombre de béisbol. Alguien con buena vista le vio pinta de coach y Euclides empezó una carrera que lo llevó a celebrar la victoria de los Marlins en 1997 —entonces como entrenador de Menores— y la de los Medias Rojas en el año 2004, ya en plan de preparador en el bullpen del principal equipo.

A seguidas lo dejo con el actual Director de Desarrollo del Pelotero para los Tigres de Detroit, un lanzador que nadie —¡nadie — quería enfrentar cuando la caña se ponía ‘a tres trozos’.

Euclides Rojas. (Foto: Cortesía)

—¿Cómo era la convivencia en los Industriales de tu tiempo?

—Era como en todos los otros equipos donde he estado; es decir, normalmente hay grupos de jugadores que tienen más cosas en común entre ellos. Pero el equipo en general compartía siempre la misma meta: ganar.

—¿Crees que aquella plantilla debió haber ganado más?

—Creo que sí. Absolutamente. Sin embargo, no quiero restar valor a los otros equipos que lograron hacerlo.

—¿Por qué te dedicaste a los relevos en un béisbol donde esa especialidad era (y es) menospreciada?

—Gracias al entrenador de pitcheo Waldo Velo, a quien le envío un gran abrazo. Él me sugirió ser cerrador por mi habilidad de lanzar todos los días: yo ni siquiera sabía qué era aquello, le pregunté, me explicó y acepté de inmediato.

—Te destacaste por un notable trabajo sicológico para desestabilizar al bateador. ¿Alguien te sugirió utilizar esa táctica o fue algo que hacías de manera inconsciente?

—Me traían en situaciones que no eran fáciles y no podía fallar, así que me tomaba tiempo para hacer mi trabajo con convicción, que es algo muy importante para el éxito. Por el camino me di cuenta de que desconcertaba a los bateadores y comencé a usar esa táctica.

Euclides Rojas con las leyendas de Industriales Ángel Leocadio Díaz, René Arocha y Orlando “el duque” Hernández. (Foto: Cortesía)

—Si la pelota cubana de entonces hubiera empleado la regla del límite de tiempo entre lanzamiento y lanzamiento, ¿habrías podido ser igual de dominante? 

—Me parece que me habría adaptado y hubiera tenido el mismo resultado. El tiempo entre lanzamientos lo hubiera utilizado a mi favor. ICE: Intención-Convicción-Ejecución.

—Aquella curva que empleabas, ¿quién te la enseñó? ¿Cómo lograste dominarla con tanta precisión?

—La curva me la enseñó el esposo de mi hermana Mercedes, Alberto Bello. Era mayor que yo y tirando un día con él me la lanzó y le dije ‘enséñame’ y fue suficiente. Logré tanto dominio sobre ella gracias a Ihosvany Gallego, exlanzador de Industriales que aún posee el récord de carreras limpias para una temporada en las Series Nacionales.

—¿Qué pesó más en tu decisión de emigrar ilegalmente, el precedente sentado por Arocha o alguna situación personal en particular?

—Sin dudas el ejemplo de Arocha ha sido una guía para muchos. No obstante, en mi caso hubo motivaciones personales. Por mencionar un ejemplo, en el año 1982 yo debía haber participado en el Mundial Juvenil de Barquisimeto, Venezuela, y decidieron excluirme con el argumento de que mi familia no era confiable. Ese y otros sucesos me quitaron la venda de los ojos y entendí que el sistema era y sigue siendo una farsa que humilla y destruye.

—¿Qué es lo que más recuerdas de aquel viaje en balsa que emprendiste en 1994?

—Ese viaje me trajo la vivencia de que nacimos libres por la gracia de Dios y en ese instante había más de 30.000 cubanos dispuestos a sacrificar la propia vida para ser como Dios nos creó. Como dijo nuestro Apóstol, “la libertad no es gratis: estás dispuesto a pagar su precio o resignarte a vivir sin ella”. En English, “freedom is not free”.

—¿Cómo fue la estancia en la Base Naval de Guantánamo?

—Fue difícil, especialmente al principio y sobre todo para las mujeres y los niños. Mejoró poco a poco, pero podíamos sentir la diferencia por el trato recibido por parte de los militares norteamericanos. Quisiera aprovechar para agradecer a los Estados Unidos de América por darnos la oportunidad de ser libres.

—¿Sentiste miedo aquellos días en el mar?

—Por supuesto que sentimos miedo; es un sentimiento natural del ser humano y sobreponerse al mismo conduce al éxito. Nunca perdimos la fe ni la esperanza. Pero como dice el cantante español El Arrebato, “el miedo no nos libra del peligro, el miedo nos libra de vivir”.

—¿Por qué no decidiste dar el paso desertando del equipo nacional?

—Dios y mi familia son lo más importante que tengo; si me hubieran permitido viajar con mi familia la historia hubiera sido diferente. Mi madre, Paula Onelia Rodríguez, me crio y era fanática del béisbol e Industriales. Un día me dijo: ‘Sé que regresas a esta basura por mí, por favor no lo hagas más’, y en ese mismo momento comencé a planear salir con mi esposa Marta y mi hijo Euclides Rojas Jr.

Euclides con su esposa e hijo. (Foto: Cortesía)

—¿A qué le atribuyes que no pudieras alcanzar las Grandes Ligas?

—Decir que hubiera llegado a Grandes Ligas si emigraba más joven y sin el codo lesionado es pura especulación, especialmente a partir de mi experiencia como coach en todos los niveles del béisbol profesional de Estados Unidos. Es un béisbol con mucha competencia y simplemente si no llegaste, no llegaste.

—¿Qué vieron en ti a la hora de contratarte como coach?

—La organización de los Marlins no pasó por alto mi disciplina, dedicación y amor por el juego. Notó que siempre ayudaba a los más jóvenes sin importar su nacionalidad, y también mi determinación de aprender el idioma.

—¿Cuáles consideras los principales logros de tu trabajo en la función de coach?

—En 2003 fui a los play off y en 2004 los Medias Rojas de Boston ganaron la Serie Mundial. Además, con Pittsburgh estuve en postemporada tres años seguidos. Creo que algo muy importante ha sido ayudar a los peloteros a alcanzar su máximo potencial dentro del terreno y también fuera del mismo.

—¿Qué nivel global estimas que tenía el pitcheo de la Serie Nacional en los años que te tocó jugar a ti?

—Con toda humildad diría que Clase A fuerte y Doble A. Y La Serie Selectiva, Doble A y Triple A, dependiendo de los equipos individualmente. Sin dudas muchos jugadores de aquellos tiempos hubieran alcanzado las Grandes Ligas; no puedo decir un número preciso, pero me atrevería a calcular que más de un centenar de jugadores.

—Cuando saliste de Cuba eras el líder en salvados de esta pelota, pero ahora mismo seis lanzadores ya te superaron. ¿Cómo se justifica que muchos sigan diciendo que has sido el mejor relevista que pasó por las Series Nacionales?

—Agradezco a los que dicen que he sido el mejor relevista de las Series Nacionales. Tal vez sea por el respeto y la admiración que siempre recibí de todos los fanáticos del béisbol. Debo confesar que extraño mucho el Latinoamericano y todos los estadios de Cuba. Por ejemplo, me gustaba lanzar en el Guillermón Moncada por la trompeta y la bulla que hacían con el zinc del Estadio, y por supuesto enfrentar a competidores implacables como Antonio Pacheco y Orestes Kindelán en una competición sana y de caballeros.

—Hace un tiempo fuiste designado coach de banco del equipo Cuba independiente, pero el proyecto no llegó a rendir los frutos esperados. ¿Qué pasó?

—Muy buena pregunta y te responderé con toda honestidad: los peloteros cubanos de Grandes Ligas no apoyaron el maravilloso proyecto por temor al desgobierno de la Isla. Hay mucha falta de unidad y reconocimiento del enemigo común que tenemos.

—¿Está bien que los bigleaguers cubanos vistan el uniforme del team Cuba?

—Que vistan el uniforme del Cuba es una decisión personal de cada uno. Yo no lo haría porque en mi criterio estaría traicionando a mi patria y a mi pueblo. Creo que deberían leer más a Martí.

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