La gloria sabe a “Mantequilla”

La cosecha de José Ángel Nápoles impresiona: ganó 81 de 88 pleitos (54 antes del límite), y 13 veces defendió exitosamente su faja de los welters.
José Ángel Nápoles, Cuba, México, boxeo
Facebook
Twitter
WhatsApp
Telegram

LA HABANA, Cuba.- Convengamos en algo: es difícil colgarse la etiqueta de héroe en un país ajeno, máxime cuando eres boxeador y ese país se llama México, donde el ring se venera en los mismos altares del tequila, los tacos y el mariachi. Pero el bravo José Ángel Nápoles lo hizo.

Había nacido en el Santiago de Cuba de 1940 y, como dijo alguien, “no es que pelear fuera lo mejor que sabía hacer, sino lo único”. Tal vez por su cabeza no había pasado nunca la posibilidad de afincarse en otra tierra, pero he aquí que después de subir 21 veces a los entarimados de La Habana debió partir en busca de nuevos horizontes. ¿La razón? Fidel Castro había abolido el deporte profesional en el país.

Reajustada la mira, el oriental dio con sus huesos en la gran nación azteca, donde mezcló sudor, paciencia y ambición para lograr un explosivo cóctel con lo mejor de las escuelas cubana —un dechado de técnica y virtud— y mexicana, tan propensa al combate sin tregua ni clemencia.

El resultado fue un gladiador con visos de poeta. Un tipo que sabía meterse en la candela como un suicida impenitente, pero capaz de evadir golpes con exquisitez. Y justo de esa capacidad para escurrirse derivó el sobrenombre que lo acompañó en los ásperos teatros del boxeo.

“Mantequilla”, le decían hasta la adoración en ese México que lo vio protagonizar películas y tiras cómicas donde vencía a toda clase de bandidos. “Mantequilla, Mantequilla”, coreaban sus fanáticos, y él les pagaba con victorias y nocaos.

Habitante de una época en que las oportunidades de pelear por cinturones planetarios eran pocas, debió celebrar 64 combates antes de poder enfrentar el 18 de abril de 1969 a Curtis Cokes por las coronas del Consejo y la Asociación Mundial. 

Esa noche se hizo campeón, rompió en llanto y le pidió la nacionalidad al presidente mexicano de turno, Gustavo Díaz Ordaz. Había entrado en la historia, y los libros empezarían a acumular (una tras otra) las páginas escritas por sus puños enguantados.

La cosecha impresiona: ganó 81 de 88 pleitos (54 antes del límite), y 13 veces defendió exitosamente su faja de los welters. Incluso se presentó a un combate titular en los pesos medianos contra el inmortal Carlos Monzón: el argentino lo batió, pero su exhibición de valor inspiró un bello relato de Julio Cortázar.

Más de seis años y medio después de entronizarse en las 147 libras, cedió el cetro ante John Henry Stracey y se acogió al retiro. Lástima que el destino le deparó una suerte dura: adicto a las apuestas, derrochó su dinero en los hipódromos, contrajo deudas, enfermó de demencia senil, enfisema pulmonar y diabetes y se adentró en la oscuridad de la miseria. Así, pobre, murió.

Por fortuna, José Ángel Nápoles tuvo tiempo de disfrutar su exaltación al Salón Internacional de la Fama, y de congratularse con los rankings que lo incluyen en el Top Ten histórico de la categoría welter. Por desgracia, en su Cuba natal es un gran desconocido. México, menos mal, saca la cara.

Ahora que suene el gong. Ya cantan los mariachis.

ARTÍCULO DE OPINIÓN Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.

Sigue nuestro canal de WhatsApp. Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de Telegram.

Add New Playlist