La mirada de la muerte

Cuando Magaly Carvajal hacía su trabajo en el bloqueo tiraba el manotazo más inspirador de los deportes.
Magaly Carvajal, Cuba, voleibol, morenas del Caribe
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LA HABANA, Cuba.- Entre en YouTube y busque el juego por el oro del Mundial de Voleibol Femenino de 1994. Verá un crimen: esto es, verá cómo las Espectaculares Morenas del Caribe avasallan a las brasileñas de Ana Moser, incapaces de rebelarse en una abarrotada sala de Sao Paulo.

Disfrute ese partido. Goce con los ataques cruzados de Mireya, la versatilidad de Marlenis y Lily, los remates de las dos Regla (Bell y Torres), y además —que de eso va esta crónica— sea testigo del esplendor de la central irrepetible que fue Magaly Carvajal Rivera.

Más que una atleta, aquella larguirucha era un carácter. Nunca la vi arrugarse por mucha agua que le estuviera entrando al bote, y rara vez falló en la búsqueda de un punto imprescindible. Cuando hacía su trabajo en el bloqueo —no lo olvido— tiraba el manotazo más inspirador de los deportes.

Dicho esto, volvamos al campeonato en Sao Paulo. Se rueda otro episodio de la peor rivalidad que ha vivido el voleibol, y el tabloncillo huele a pólvora. En las gradas hay miles de camisetas amarillas, y cada camiseta es un megáfono que grita su deseo de vencer a las campeonas de la última Olimpiada.

Pareciera que el momento sicológico favorece a las locales. No solo por el espaldarazo del público tronante, sino también porque hace poco las sudamericanas derrotaron a las de Eugenio George en el Grand Prix. La idea es repetir la historia, ahora ante su gente.

Sin embargo, Magaly manda a callar pronto. Tiene un montón de rolos en el pelo y una manada de leones en el alma. Así, no han pasado un par de minutos y ya suma cuatro bloqueos efectivos: cada vez que se eleva, el ataque brasileño rebota en el muro de sus brazos infranqueables, castigadores, crueles. Los brazos del desquite.

“Cuando perdimos el Grand Prix, Marcia Fu dijo cosas que me dolieron mucho”, relatará posteriormente la habanera de 1.90 metros. “Yo solo le aclaré que nos íbamos a ver en el Mundial”.

Pobre de Marcia Fu. Pobre de ella y también de las otras ‘meninas’, barridas sin clemencia por un grupo donde el dorsal número 15 lleva la voz cantante. Hoy será día de luto en Brasil, y dos años más tarde, en los Olímpicos de Atlanta, sucederá lo mismo. O mejor, casi lo mismo, porque entonces se añadirá una monumental reyerta al término del juego.

Justo después de ese partido que la proclama bicampeona de las citas estivales, Magaly dirá adiós a la escuadra nacional. No por edad, que a fin de cuentas todavía no habrá cumplido treinta años, sino a causa de la decepción. Quiere ganar dinero por saltar y pegarle a la pelota. Quiere un futuro acorde a su talento, se va a España, y en la península conquista muchos títulos, incluida la Liga de Campeones de Europa.

Integrante del Salón de la Fama del Voleibol, figura dominante dondequiera por temperamento y calidad, seguirá repartiendo remates y bloqueos hasta los 45 abriles. Llegado ese punto se saldrá del camino, pero la afición y los expertos evocarán frecuentemente a aquella jugadora que tanto intimidaba al observar a través de la net a las rivales.

“La mirada de la muerte”, le decían.

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