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Top 5: Momentos más sensacionales de Cuba en Juegos Olímpicos

París está a punto de acoger la fiesta olímpica, y a modo de aperitivo le propongo mi selección de los cinco episodios más estremecedores rubricados por atletas cubanos en la historia de las citas cuatrienales.
Cubanet Top 5 Olímpicos Cubanos
Ilustración: CubaNet
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LA HABANA, Cuba.- París está a punto de acoger la fiesta olímpica, y a modo de aperitivo le propongo mi selección de los cinco episodios más estremecedores rubricados por atletas cubanos en la historia de las citas cuatrienales. Insisto: más que la grandeza misma del suceso, lo que estará en el foco es su capacidad de emocionar.

Ordenados cronológicamente, aquí le van esos momentos.

El doblete de Juantorena

La voz grave de Héctor Rodríguez se encargó de la carrera donde Alberto Juantorena buscó el oro en una prueba donde no salía favorito. A la sazón, el medio fondo no era su especialidad. Su fuerte habían sido los 400 lisos, pero alguna voz divina le susurró a su entrenador, el polaco Zabierzowski, que el santiaguero podía hacer el primer y todavía único doblete olímpico en dos distancias aparentemente incompatibles.  

Acaba de sonar el disparo de la final de los 800 metros planos. Dos vueltas a la pista. Ya salieron los ocho finalistas…

Juantorena lleva un paso muy bueno al llegar a los primeros 300 metros…

El cubano gestionó la carrera como si la conociera desde niño. Tiró del bloque al desaparecer las carrileras, pasó primero por la meta intermedia — 190 centímetros de alto coronados por un espendrú despampanante— y después le cedió el paso al indio Sriram Singh, el clásico suicida. Ese no le preocupaba: lo suyo era controlar al norteamericano Rick Wolhuter y al belga Ivo van Damme. De modo que flotó mientras echaba la carnada para que el resto incrementara el ritmo. Pura y dura estrategia de desgaste.

Ahí va Juantorena, ahí va Wolhuter. Una carrera muy reñida como se esperaba. Van entrando a la última curva…

La suerte estaba echada. Juantorena alargó el paso hasta los límites de la elegancia deportiva (2,74 metros de zancada), los rivales desfallecieron moralmente y el mundo aceptó que el 25 de julio de 1976 no iba a ser alcanzado por nadie. Habría récord del mundo y tres días más tarde —¡apenas tres!— cerraría la faena con una vuelta al óvalo de 44.26 segundos. Increíble: un solo cuello para los títulos de 400 y 800. 

Con el tiempo, Juantorena se enfundó sin complejos el ropaje de estandarte político, pero nada —ni él mismo—  podría empañar lo conseguido en el estadio de Montreal.

Juantorena con el corazón, viene Juantorena con el corazón, va a llegar en primer lugar… Medalla de oro para Juantorena de Cuba…

El 2-3 de Falcón y Neisser Bent

A veces no es el oro. A veces, una plata y un bronce brillan más. Ciegan tanto que nunca se olvidan. En Atlanta, durante los Juegos del Centenario, Rodolfo Falcón y Neisser Bent firmaron una hazaña que este país no espera repetir en los próximos milenios

Ningún pronóstico acertó. ¿A quién le iba a pasar por la cabeza que las piletas depararían par de podios para Cuba, una tierra de cuadriláteros, tatamis, pistas, tabloncillos y diamantes de pelota? ¿Quién que no fuera un loco (cuando menos, un adivino loco) se atrevería a calcular no una sino ¡dos medallas! en la final de los 100 metros espalda?

La escena se rodó el 23 de julio de 1996. Desvelado por la idea persistente de mejorar su séptimo lugar en la justa estival de Barcelona, Falcón no descansó como Dios manda en la madrugada anterior al desenlace. No le bastaba con saberse el mejor nadador de la historia en un país sin tradición en las piscinas. Quería más.

Neisser, hasta donde se sabe, durmió sin contratiempos, amparado por ese brío inexperto (cabe decir, ingenuo) del atleta de 19 abriles que carga con la vitola de underdog. Sin embargo, en la eliminatoria matutina rompió el récord cubano y, de golpe y porrazo, sus opciones cotizaron al alza.

Así, ambicioso uno, inspirado el otro, se lanzaron al agua del Georgia Tech Campus Recreation Center. Falcón por la línea 3; Neisser, por la 5. Entre ellos, el grandioso Jeff Rouse, y por sus flancos una serie de apellidos (Merisi, Schwenk, López-Zubero…) sobrados de palmarés y carretera.

Falcón se postuló para la gloria desde los metros iniciales, pero Neisser le sacó poco partido a la patada de delfín, emergió antes que el resto y dio la sensación de que ya estaba cumplido. Así, mientras el de La Habana se mantuvo en la pelea todo el tiempo, el pinero debió exigirse sobrehumanamente. 

Al final Rouse ganó por medio cuerpo. Detrás, casi al unísono, tocaron los cubanos, y la puerta de la inmortalidad se les abrió.

El último salto de Pedroso

El 28 de septiembre del año 2000, en los segundos que median entre mirar adelante, emprender una corta carrera y dar un brinco, a Iván Pedroso le cruzó por la cabeza media vida.

Pensó en su madre, fallecida poco antes, y se dijo que le tenía que dedicar el título del salto de longitud en Sídney.

Se acordó del varapalo en Barcelona’92, cuando los norteamericanos coparon el podio de la prueba, y del fracaso cuatro años más tarde, en la cita de Atlanta, donde ni siquiera alcanzó los ocho metros por deudas de entrenamiento debido a una lesión.

Se dijo “es ahora o nunca”, convencido de que poco valdrían los siete campeonatos mundiales conquistados hasta entonces si se le escapaba el premio olímpico, más valioso inclusive que el récord planetario perdido a causa de un imbécil en un mitin en Italia.

Vio pasar ante sí, fugaces y severos, a sus entrenadores, a unos cuantos amigos, a unas novias. Vio a Bob Beamon, Carl Lewis, Mike Powell…, a todos los más grandes de la historia, y también a ese ‘eléctrico’ que amenazaba con quitarle lo que debía pertenecerle, Jay Taurima.

Fumador empedernido con menos pinta de atleta que de fan del rock and roll, Taurima había hecho las delicias de sus compatriotas con la mejor velada de su discretísima carrera, rematando la faena con un 8,49 que forzaba al favorito a superarlo en el sexto y decisivo brinco.

Siempre lo digo: ese día Taurima no creía en absolutamente nadie, pero Pedroso creía en Iván Pedroso. Así que, a despecho de aquel torbellino de cosas que lo abrumaban en los segundos previos a su último intento, el cubano salió en busca de la tabla con la fe en ebullición. El éxito y la infamia corrieron con sus piernas, pero el éxito resultó más veloz a la hora del despegue, el vuelo y la caída.

El resto ya se sabe.

La remontada de las Morenas

Rusia tenía a Chachkova, Godina, Tichtchenko, Artamonova… Sus muchachas habían vencido a Cuba en la fase de grupos, y en el duelo por la gloria navegaban de nuevo viento en popa. Faltaba una estocada para llegar al trono. Lo que pasa es que entonces se les quebró la espada.

Echo mano de un párrafo mío para explicar cómo pudo pasar lo que pasó el 30 de septiembre de 2000 en el taraflex del Sydney Entertainment Center:

“Había una vez —escribí— un equipo de voleibol que enamoró al planeta. Todas sus mujeres eran negras, algunas más azabachadas que las otras, por lo que les sentaba bien aquel bautizo de un comentarista lúcido que dijo ‘son las Espectaculares Morenas del Caribe’, y ese mote le dio la vuelta al globo de la mano de sus hazañas venerables, y esas hazañas las pusieron en el altar de los cubanos junto a Oshún y Yemayá, y esas santas cuidaron de ellas mientras iban de un lado para otro, rematando pelotas y rivales y conquistando pueblos y trofeos”.

Ese es el punto: a las rusas les tocó cruzar sus armas contra el mejor equipo que ha conocido el voleibol. Un grupo armado con sobredosis de carácter y talento, poderoso en lo físico e invencible en lo mental. En la sala de máquinas, el mago Eugenio George. En la cancha, unas leonas. En la vitrina, tres oros olímpicos, el último de ellos conquistado a sangre y fuego contra Chachkova, Godina, Tichtchenko, Artamonova…

Tan mal pintaba todo aquel sábado australiano, que la imagen de marca del equipo, la sonrisa, se ausentó por espacio de una hora. Rusia 2, Cuba 0. Sin embargo, justo en ese pasaje cambió todo.

“Después de que terminó el segundo set, ahí a lo cortico, hubo un careo. Nos dijimos un poco de cosas y salimos más tranquilas”, relató posteriormente Regla Torres. Y en efecto, lo que se dijeron funcionó de maravillas (¿qué sería?) pues las rusas comenzaron a morder, una acción detrás de otra, el imaginario polvo amargo del fracaso.

Nunca Cuba gozó más una victoria.

La definitiva consagración de Mijaín

“This is remarkable! We are talking about greatness!”. Si buscas en YouTube el duelo de Mijaín López por el oro de su categoría en la lucha grecorromana de Tokio, en el primer enlace escucharás a un par de relatores de habla inglesa enloquecidos por la hazaña.

Hasta ese instante, Mijaín tenía tres medallas doradas bajo los cinco aros, pero aun así perdía en las comparaciones con Karelin, el portento que sembró terror y caos a lo largo de casi 15 años. De manera que se había encaprichado en ganar el cuarto título, ese que le fue esquivo al ‘Oso Ruso’ en la final de la Olimpiada del 2000.

A él no pudo escurrírsele. El gigante de Herradura se plantó en el match crucial con la certeza de que iba a merendarse al georgiano Kajaia para convertirse —de una vez y por todas— en el mejor luchador de cualquier época. Y lo logró sin recibir puntos en contra, tal como había hecho en sus tres combates precedentes.

Ahora bien, el fotograma más vibrante de ese filme no fue precisamente aquel en que el árbitro levantó su brazo victorioso. Para mí, cuando los pelos se erizaron fue diez segundos antes de cumplirse el tiempo de rigor, una vez que su adversario (cansado de un infructuoso forcejeo por remontar) detuvo las acciones en señal de rendición. Fue como si dijera “okey, tú ganas, no se puede contigo”.

El cubano, feliz, incontenible, proyectó a un entrenador, al otro se lo puso al hombro para pasearlo como un simple bultico de algodón, recogió la bandera y activó todos los lentes. En su rostro había tanto sudor que jamás pudo saberse si lloraba.

Con anterioridad, solo cinco campeone

s habían ganado una misma disciplina en cuatro Juegos Olímpicos seguidos: el danés Paul Elvstrøm, la japonesa Kaori Icho y los estadounidenses Al Oerter, Carl Lewis y Michael Phelps. A partir del dos de agosto de 2021 el club llegó a seis miembros, y lo más emocionante de esta historia es que en París, si gana nuevamente, el pinareño será único en su clase.

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Michel Contreras

Michel Contreras (1973). Graduado de Comunicación Social en la Universidad de La Habana. Enamorado a tiempo completo de Borges, Messi, Vallejo, Sabina, Jordan, Dylan, Fischer, Lennon, Gehrig y Mishima. Después de ir al Camp Nou, solo le resta entrar al Yankee Stadium.

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