LA HABANA, Cuba. – En 2021, de acuerdo con los propios datos aportados por la Oficina Nacional de Estadísticas (ONEI), mientras el sistema de salud colapsaba debido al aumento de casos de contagios por COVID-19, el régimen cubano destinaba poco más del 35 por ciento de los recursos financieros a las “actividades inmobiliarias y de alquiler”, mientras que a los sectores de producción industrial y a la agricultura, así como a la innovación tecnológica, apenas dedicó en conjunto menos del 5 por ciento.
Ni siquiera la crisis con el oxígeno medicinal en los hospitales —que reveló cuán improvisada y plena de abandonos es la asistencia sanitaria en Cuba—, ni las pésimas condiciones de los centros de aislamientos —donde los enfermos parecían reclusos en la peor de las cárceles del mundo más que pacientes—, hicieron que cambiara la “estrategia económica” de un régimen sospechosamente obsesionado con las inversiones para un turismo hoy prácticamente inexistente.
De modo que en 2022, mientras la justificación favorita del oficialismo sobre los irritantes apagones continúa siendo la “falta de liquidez” como consecuencia del “bloqueo yanqui”, el estimado de las inversiones en la construcción de hoteles de lujo por parte del emporio militar-empresarial de GAESA, tan solo en la capital cubana, supera ampliamente los 1 000 millones de dólares, una cifra que sería suficiente para adquirir la tecnología necesaria para generar más electricidad que la demandada en la actualidad.
Es más, solo con los millones que estaría costando a nuestros bolsillos la construcción del innecesario “hotel más alto de Cuba”, la llamada Torre K en medio de la Rampa habanera, pudiera importarse de una sola vez el total de las piezas de repuesto necesarias para poner en funcionamiento los bloques generadores que hoy están fuera de servicio como consecuencia de la obsolescencia tecnológica.
Una “causa” que tampoco se justifica con el “bloqueo” cuando sabemos por diversas fuentes consultadas al respecto del tema, que para los nuevos hoteles se ha estado importando (no desde China y Rusia sino desde el corazón de Europa) tecnología de punta para la climatización y la insonorización, para el aprovechamiento de las aguas residuales y, por supuesto, para la autosuficiencia energética de modo que ninguna de estas instalaciones de alto consumo dependa del sistema eléctrico nacional.
Hablamos de sistemas similares a los instalados en el recién inaugurado (y aún totalmente vacío) Hotel Grand Aston, con baterías formadas por más de tres unidades ultrasilenciosas, capaces de producir cada una más de 900 Kva, valoradas en más de 300 000 euros y con un gasto promedio de un litro de combustible por cada 2 KWh producidos.
En fin, generadores bestiales capaces de funcionar durante días sin interrupciones mientras haya suficiente combustible en los depósitos, y sin demasiadas paradas para el mantenimiento.
No se trata, pues, de esos poco más de 70 000 generadores ruidosos y constantemente averiados que desde 2004 y hasta 2020 —también de acuerdo con datos aportados por la ONEI—, el régimen adquirió fundamentalmente en China bajo diversos acuerdos y créditos pactados —algunos de ellos aún sin honrar—, sino de equipos de altísima calidad incluso instalados por el proveedor y con garantías del fabricante, ya que sus costos han sido liquidados sin demora, de acuerdo con lo afirmado por nuestras fuentes.
No obstante, muchos de aquellos generadores chinos por los cuales el Gobierno cubano debió desembolsar (o prometer) unos 1 500 millones de dólares, también han terminado en instalaciones turísticas, después de haber cumplido, solo por unos meses, la función “presencial” en algún que otro barrio marginal o comunidad rural donde más temprano que tarde se determinó que “no eran necesarios”, en tanto la gente podía “resistir” algún que otro “apagoncito”, alguna que otra carencia, mientras se le enseñaba al turista extranjero, en el aislamiento de un balneario del tipo “todo incluido”, la abundancia del comunismo.
Aunque tanto en el “imaginario popular” como en el discurso de la dictadura se sugiere que todos los generadores comprados a China durante la mal llamada “Revolución Energética” continúan tributando al Sistema Eléctrico Nacional, lo cierto es que cada vez son menos los que están disponibles para nosotros los cubanos de a pie, y no solo porque se hayan roto —que muchos de verdad lo están—, sino porque buena parte de los grupos electrógenos que en un principio fueron destinados a las comunidades, más adelante fueron desmontados y trasladados a los polos turísticos en la cayería norte de la Isla, donde se hacía difícil llevar la electricidad generada por las termoeléctricas.
De modo que, a los irritados con los actuales apagones pero que siendo “fieles al sistema” se aferran a la idea de que con Fidel Castro todo era “mejor”, les recuerdo no solo que la falta de electricidad y las estrategias fallidas para “solucionarla” nos han acompañado siempre sino, además, la obsesión con priorizar un sector turístico que, aún después de 30 años de inversiones y apuestas económicas, no rinde beneficios para ninguno de los cubanos y cubanas convocados al sacrificio por un mañana de prosperidad que nunca llega ni llegará.
Es más, les recuerdo que los apagones de los años 90, durante la colosal hambruna eufemísticamente llamada “Periodo Especial”, no se debieron tanto a la caída del comunismo en Europa del Este, que sin dudas golpeó la economía, sino más bien al derroche de recursos que representó el empecinamiento de Fidel Castro por celebrar los Juegos Panamericanos en La Habana en 1991, una locura que, a pesar del hambre y las oscuridades que nos angustiaban, a pesar de Maleconazos y éxodos masivos, de muertes por desnutrición y suicidios, no se detuvo ahí sino que continuó con la construcción de los primeros grandes hoteles en Varadero y más tarde con la fiebre de carreteras sobre el mar para llegar a los cayos en los Jardines del Rey.
Los datos de la ONEI, en medio de tantas oscuridades, igual vienen a “iluminarnos” acerca de la “continuidad” de la dictadura en lo único en que saben ser “continuos” los comunistas cubanos: en saber cómo hacer nuestras vidas un infierno, y hacerlo cada día mejor, es decir, con mayor maldad en tanto más es la impunidad. En 2021, 30 años después de aquella crisis en que vimos morir a tanta gente ya por hambre ya tragados por las aguas en el intento de huir, volvemos a registrar un récord de mortalidad, con cerca de 170 000 personas fallecidas en un año. De modo que Cuba no solo se apaga sino que huye y muere.
El misterioso apagón masivo que hace unos días dejó sin electricidad a toda La Habana, además de enfurecernos por lo malo que sabemos traen los apagones en Cuba, también, mucho mejor que la ONEI, vino a arrojar luz, literalmente, sobre quiénes son los privilegiados y cuáles son las prioridades del “sistema”, en tanto allí donde quedó una zona o edificación encendidas se nos hizo fácil no solo intuir dónde estaría ubicada la casa o el barrio de un jerarca, de un “beneficiado del sistema” sino además identificar —con total certeza— cuáles son los hoteles y demás propiedades de GAESA, construidas o en fase constructiva, porque con la excepción de alguna que otra edificación que le es ajena, fueron las únicas que quedaron iluminadas.
Como si fuese el clásico “mapa del tesoro” de las aventuras de piratas, solo por unas horas quedó bien expuesto el verdadero esquema de prioridades del régimen comunista, que sin dudas para nada coincide con el que describe y reitera hasta el cansancio en su discurso público, en tanto hospitales, escuelas, instituciones culturales y deportivas por carecer de generadores eléctricos quedaron totalmente en las tinieblas mientras edificaciones aún sin terminar como la controvertida Torre “Lopez-Calleja” parecía un árbol de Navidad.
Igual otros hoteles de la capital, la Plaza de la Revolución y hasta la casona del lujoso Centro Fidel Castro, inaugurado en plena pandemia —mientras escaseaban los medicamentos en las salas de urgencia y farmacias—, resaltaban plenos de luces en medio de la oscuridad “casi” total.
Varias imágenes en redes sociales, tomadas durante el apagón, dieron cuenta de este momento singular de grandes contrastes. Todas son instantáneas de una realidad que, sin necesidad de comentario alguno, mostraron a los cubanos, incluso a esos visitantes extranjeros enamorados —o mejor dicho, “enajenados”— del “sistema”, a dónde es que va a parar la mayor parte de los recursos económicos en Cuba, así como quiénes son los que estamos pagando con nuestras carencias cotidianas —nuestra “resistencia creativa”, nuestros hogares a oscuras y los bolsillos saqueados—, tan “relativo esplendor”.
Apagones “solidarios”, apagones “programados”, apagones por roturas en las termoeléctricas y por falta de combustible, apagones “justificados” e “injustificados”, apagones “misteriosos”, “espontáneos”. Apagones que, por tantos años de sufrirlos, ya pudiéramos llevar clavados en nuestro ADN para pronto convertirnos en seres mutantes, como criaturas del abismo capaces de adaptarnos a la oscuridad, gozar de ella, así como muchos se adaptaron a vivir en dictadura y hasta parecen divertirse mientras cumplen la “orden de combate” de apalear a los “inadaptados”, a los “indecentes”, hasta la muerte.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 316-2072, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.