LA HABANA, Cuba.- Inquietantes imágenes de una bronca multitudinaria con armas blancas, ocurrida durante un evento por el inicio del verano en el centro recreativo conocido como Finca de los Monos, en el municipio Cerro, se hicieron virales este fin de semana. A plena luz del día, decenas de adolescentes corrían de un lado a otro con machetes, interrumpiendo el tráfico, mientras dos muchachas se caían a golpes sobre el césped. La mayoría alborotaba, azuzaba y grababa aquellas escenas deplorables, que no dejan margen a malentendidos ni “interpretaciones malintencionadas”. Era una exhibición de violencia y pandillerismo juvenil, problema que viene agravándose desde hace varios años y al cual no se le puede poner freno porque no existe voluntad por parte del Gobierno, ni control en las escuelas, ni respeto en el seno familiar.
La prensa oficial ha desmentido que el enfrentamiento causara fallecidos. Solo hubo dos lesionados sin peligro para la vida, que ya es bastante si se toma en cuenta que los muchachos que se pelearon como salvajes tenían menos de 20 años. También ha asegurado que la actividad por el comienzo del verano no fue autorizada por el Estado, a pesar de que días antes la habían anunciado en televisión.
Lo ocurrido no es un caso aislado, como se intenta hacer creer desde los medios estatales. Todavía está fresco el recuerdo de la reyerta en el Malecón, en octubre de 2023, cuando varios jóvenes se enfrentaron con armas blancas y el cuerpo de uno de ellos quedó tendido en la avenida.
El Estado procura minimizar el suceso en la Finca de los Monos y descargar la responsabilidad en el sector privado —supuesto organizador del evento—, la familia, los influencers y la prensa independiente. Pero el toque a degüello del sábado pasado fue una expresión muy peligrosa de la crisis que atraviesa Cuba toda, poniendo especial presión sobre los jóvenes, que cada día ven más distante la posibilidad de alcanzar sus metas en el estrecho marco que impone la continuidad.
La violencia desatada en el Cerro forma parte del mismo fenómeno que ha provocado que este año la cifra de suspensos en los exámenes de ingreso a la Educación Superior rompiera récord, con carreras que en otros tiempos exigían promedios elevados cerrando por debajo de 85 puntos. Tiene que ver con la amarga realidad de las escuelas que se han quedado sin maestros, y los pocos que aún perseveran llegan al aula y encienden el televisor para que los estudiantes se entiendan con las teleclases, reservándose únicamente para aclarar dudas, cuando la única duda que atormenta a los adolescentes es cómo irse de Cuba.
También guarda relación con la noticia de que el número de embarazos y abortos en adolescentes menores de 15 años ha aumentado, un dato que arroja vaticinios funestos para la Cuba que viene, pues nada indica que aquellos que están por nacer —hijos de padres inmaduros y probablemente de baja extracción social—, sean mejores que los que hoy se ajustan cuentas a cuchilladas. Son demasiados años simplificando la instrucción de niños y adolescentes para favorecer su adoctrinamiento, que es una forma de violencia política, ineficaz para cualquier otra cosa que no sea embrutecer a los individuos y hacerlos propensos al caos.
El descalabro de nuestra sociedad va de la mano con generaciones que han comprendido lo inútil de estudiar o trabajar en Cuba, que no sienten interés, pasión ni compromiso por nada; pero el Estado se ocupa de regalarles carreras para maquillar las estadísticas y evitar que prolifere la delincuencia en las calles. Gracias a esa estrategia, ahora prolifera también en los centros de salud, donde laboratoristas, enfermeras, camilleros y rehabilitadores tienen aspecto de bandidos porque es lo que son, salvo muy contadas excepciones.
La catástrofe que se cierne sobre la juventud cubana y el futuro de la nación mucho tiene que ver, aunque algunos digan que no, con la cultura que consumen desde la infancia, con el reguetón y el reparto que legitiman conductas agresivas y degradantes. Actualmente Cuba debería figurar entre los países cuya juventud se halla en un estado crítico de pobreza material, pero también de educación, de valores y de humanidad.
Al ver las imágenes de lo ocurrido en la Finca de los Monos, llama la atención que la inmensa mayoría de los implicados eran jóvenes de piel negra. Se habla de la progresiva “haitianización” de las zonas urbanas de la capital, donde la violencia estalla a la primera provocación y la gente proyecta cada aspecto de su vida privada hacia el espacio público, bajo el acecho de una miseria exasperante.
“Los blancos se van, los negros se quedan para matarse entre ellos”, apuntó un cibernauta a propósito de las imágenes viralizadas en redes. No faltaron pronósticos de guerra civil, toda vez que la rabia y la frustración no están dejando espacio a la concordia y el sentido común. Esa Cuba que hace una década avizorábamos con pánico, ya está aquí, con sus ancianos desmoralizados que no logran resistir creativamente, y su juventud deformada, que crea su felicidad a machetazos.
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