LA HABANA, Cuba.- En Cuba, las opciones recreativas para niños y adolescentes son escasas. Desde hace aproximadamente treinta años, y descontando la posibilidad reciente —para unos pocos afortunados— de vacacionar en hoteles de Varadero, los lugares donde llevar a los chicos a pasar un rato agradable se reducen al Zoológico, la playa, el Campismo Popular, el parque de diversiones que esté funcionando y el Acuario Nacional.
Este último, cuyas obras iniciaron en 1960, tuvo una época feliz en los años ochenta y principios de los noventa, antes que el Período Especial causara estragos en cada rincón del país. Quienes entonces eran niños, recuerdan los espectáculos de la foca Silvia y la variedad de especies que ilustraban la riqueza del mundo marino.
El público podía disfrutar de visitas dirigidas, en las cuales los guías explicaban a los infantes las características de la plataforma insular cubana, las especies endémicas y las diferencias entre peces, moluscos y mamíferos del mar. Aquel viaje que padres e hijos realizaban una o dos veces al año por las dificultades del transporte, valía la pena. Había diversión, aprendizaje y una gastronomía decente.
En 1988, el Consejo de Ministros aprobó un Programa de Desarrollo por un valor de 30 millones de dólares, que incluía la ampliación de las instalaciones. Las obras comenzaron en 1990 y tres años después fueron detenidas por tiempo indefinido. El agravamiento del Período Especial provocó que los daños ocasionados por huracanes y penetraciones del mar se hicieran más difíciles de reparar. A partir de 1993, las instalaciones entraron en un lapso de deterioro que se extiende hasta la actualidad, a pesar de los triunfalismos y el plan de recuperación “por etapas” que aprobara la dirección del país en 1996.
El Acuario Nacional que se aprecia en las imágenes es, supuestamente, resultado de ese último proyecto cuya primera etapa demoró 5 años (1997-2002). A partir de esa fecha el gobierno asumió el control de las labores, con el propósito de evitar el desvío de recursos. Aleatoriamente se construyeron algunas instalaciones anexas y nunca más se habló de los 30 millones de dólares; una cifra exorbitante que, bien administrada, habría hecho posible la reconstrucción decorosa de uno de los lugares más entrañables para los niños cubanos.
Tras el paso del huracán Irma, el Acuario quedó en tan mal estado que lo recomendable sería cerrarlo para emprender una reparación capital; aunque dadas las condiciones de la economía, ello supondría al menos 5 años de malversaciones, interrupciones y aplazamientos, para finalmente inaugurarlo a medias en saludo a cualquier efeméride postrevolucionaria.
Los padres llevan a sus hijos porque no hay otro lugar adonde ir. Al menos los niños disfrutan del espectáculo de los delfines y lobos marinos; lo único que vale la pena ver en el mismo sitio al que antaño acudían familias completas para pasar el día. El resto, desde el deprimente conjunto escultórico de la entrada, hasta los baños hediondos y las desmanteladas piscinas que otrora albergaron especies, produce la peor impresión de un centro orientado a conservar y proteger la vida animal.
No existe una estrategia en el Acuario para desarrollar la cultura ecológica en los niños; y el único espacio de interacción es el área de los delfines, donde por 30 pesos —en un país cuyo salario promedio mensual apenas alcanza los 30 dólares—, la persona interesada puede acercarse a estos hermosos mamíferos y hacer realidad un sueño de infancia.
Jamás el Acuario estuvo tan destruido como ahora, y esto es solo lo que se aprecia a simple vista. Habría que indagar sobre las condiciones en que habitan las especies, cómo las alimentan y si reciben la atención veterinaria requerida. Todo parece indicar que viven como miles de cubanos: en un espacio vital demasiado pequeño, mal alimentados y sometidos a cautiverio para satisfacer el voluntarismo de un poder perverso.
El Acuario Nacional es una imagen de Cuba en escala reducida. La solución para mejorarlo es la misma que necesita el país: una dirección competente, capacidad de autogestión, inversión extranjera y apoyo del sector privado. Tal como están las cosas en Cuba, los pronósticos no son alentadores.