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LAS TUNAS, Cuba. – “Me oprime el corazón recordarlo… Le pusieron la primera inyección esa noche, y esa misma noche murió”, dice MacKinlay Kantor en la novela-reportaje de 1957 Lobo.
El escritor se encontraba en Scarsdale, Nueva York, cuidando la impresión de su novela Andersonville, cuando la mañana del 8 de agosto de 1955 debió dejar a Lobo, su perro, en manos del veterinario. Lobo contrajo filaria e, inexplicablemente, murió a manos del veterinario con la primera dosis del antiparasitario.
Ahora a nuestra familia también se le “oprime el corazón” al recordar a Arion y a King. La descripción de MacKinlay Kantor refiriendo cómo murió su perro nos sugieren que, quizás, Arion y King murieron en análogas circunstancias a Lobo, sin intervención de una mano criminal, por pura fatalidad.
Pero en nuestro caso un hecho tangible difumina esas semejanzas piadosas: si en Scarsdale las calles son de todos los ciudadanos que viven o visitan ese pueblo del estado de Nueva York, en Cuba, los comunistas dicen y redicen que “las calles son de los revolucionarios”.
Arion y King, dálmata uno, perro de caza el otro, ejercitados y razonablemente bien nutridos, dejaron de comer al mismo tiempo; presentaban una leve coloración amarilla en las encías, presunta ictericia indicando que algo no funcionaba bien y que quizás había un daño hepático en progresión.
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Un veterinario dijo que pasaría a verlos, aunque fuera para “santiguarlos”. Carecía de antibióticos, complejos vitamínicos, de todo: “Si no hay medicamentos para los seres humanos, imagine usted qué tendremos los veterinarios para los perros”, dijo.
Arion tenía poco más de dos años y King año y medio. En la noche del 1ro de septiembre llamamos a otro veterinario, “con más recursos”, dijo alguien; pero el veterinario no vino esa noche, ni durante el día siguiente; apareció pasadas las ocho de la noche del 2 de septiembre; preguntó si los perros estaban protegidos con vacunas; “con la pentavalente”, dije, mientras colocaba el bozal a Arion, acostándolo en la mesa donde le puso sueros, antibióticos, vitaminas… La medicación de King fue postergada para la mañana siguiente, pero no llamé más al veterinario. ¿Para qué?
Pasadas las tres de la madrugada del pasado 3 de septiembre, me levanté y fui hasta la caseta de Arion. Ya estaba muerto. Lo enterré junto a Diana, muerta en senilidad el 15 de octubre de 2018, luego de acompañarnos por más de 12 años.
King, mitad pointer mitad perro fino rastreador, valiente, enérgico, perseverante en el rastreo, tierno como un niño en el hogar, también vacunado con la pentavalente, desde antes de finalizar agosto mostró síntomas de que algo iba mal. De apetito voraz, dejó de comer voluntariamente y sólo lo hacía cuando le ordenaba ir a su plato; pero luego de tomar un par de bocados, silenciosamente, se apartaba como diciendo, “ya cumplí la orden”.
King aguantó más de ocho días sin alimentarse por sí mismo; con suero oral lo hidratamos y embutiéndole miel de abejas con un concentrado apícola que contiene además de miel pan de abejas, extracto fluido de propóleo y jalea real, se mantuvo vital hasta el 8 de septiembre; a media mañana, con su ladrido profundo fue tras un gato que pretendió usurpar su territorio; era el Día de la Virgen de la Caridad del Cobre y yo había puesto flores en una efigie que perteneció a mi madre y siguiendo mis pasos allí fue a echarse, pero, pasada la media tarde, salió del cuarto de los viejos decaído; había tenido hemorragias internas y digerido su propia sangre; evacuó profusas heces melenas, sangre color alquitrán, y fue a echarse en su cama, de donde ya no se levantó más. Murió con un leve jadeo a las 7:10 pm. Parecía dormido.
¿Cuál fue la causa de la muerte de King y de Arion? ¿Sin una autopsia practicada por profesionales imparciales cómo conocer las causas de la muerte? Hace más de cien años un profesor eminente de Medicina Legal, Tardieu, conceptuó:
“Toda enfermedad cuyo principio es brusco, cuyos síntomas rápidamente crecientes persisten con una gran violencia, cuya marcha es, o parece ser, insólita, cuya terminación es prontamente funesta; toda muerte rápida o súbita, que sobreviene en circunstancias mal definidas, puede suscitar y despierta frecuentemente la idea de un envenenamiento”.
Aunque existen muchísimas personas con muchísimo poder que quieren lo peor para mí y para quienes yo quiero o aprecio sólo porque digo y escribo como pienso, yo, profesional de las Ciencias Penales, no puedo, no debo, hablar de envenenamientos sin un peritaje criminalístico o de anatomía patológica que autentique esa hipótesis.
Pero si ése fuera el caso, no es preciso autenticar mediante procederes de investigación criminal la muerte de Arion y de King y de cientos de miles de animales afectivos o de trabajo durante más de 60 años en Cuba, desde 1959 hasta el día de hoy.
Basta una mirada desde las Ciencias Sociales para conocer la criminalidad siempre en ascenso de esas muertes. Los muertos vivieron en los campos y las calles de Cuba, que los comunistas dicen son “las calles de los revolucionarios”. También en los mares, selvas, senderos, caminos y calles transformados en cementerios de mujeres y hombres, vacas y bueyes, caballos, perros, gatos… de ideas muertas por hambre de libertad ¿no?
¡Pobre Cuba! En agosto de 1955, MacKinlay Kantor sepultó a Lobo en el cementerio canino de Scarsdale, establecido desde 1896. En 2020, todavía en Cuba no existen cementerios para mascotas debidamente legitimados y registrados.
¡Qué cementerios para mascotas si los cementerios para los cubanos están abarrotados y no pocas sepulturas vandalizadas!
Al transcurrir 20 años del siglo XXI, todavía en Cuba no hay ley de protección y bienestar animal. Los poseedores de animales afectivos o de trabajo no tenemos donde adquirir medicamentos para ellos, ni los veterinarios tienen modos de recetarlos, como en cualquier país civilizado.
Pero ya lo dijo Mahatma Gandhi: “La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la manera en que ellos tratan a sus animales.” Y si juzgamos el progreso moral de la nación cubana, para muchos entendida como “la Revolución cubana”, demasiados Arion y King permanecen segregados al otro lado de “la calle de los revolucionarios”.
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