LA HABANA, Cuba. – Hace pocos días el actor Bárbaro Marín escribió un post en su muro de Facebook lamentando la ausencia de Salbutamol inhalado en las farmacias cubanas. En medio de una crisis de asma, dice, recaló en uno de esos establecimientos donde no le despacharon la medicina por no tener prescripción de un facultativo, tarjetón en este caso, pues el Salbutamol figura en la lista de fármacos controlados. A raíz del incidente, sin dudas lamentable, se explayó sobre la falta de compasión de la empleada hacia un asmático crónico que literalmente se estaba ahogando.
En su diatriba, eliminada ya de la red social, cuestionó la calidad del sistema cubano de salud, la humanidad de quienes trabajan en las farmacias y, de paso, la política, abordada tangencialmente desde la contradicción que supone enviar atención médica al extranjero y no poder garantizar el abastecimiento regular de medicamentos en las farmacias del país.
La avalancha de criterios a favor y en contra no se hizo esperar, como tampoco la (auto) censura. El post, al parecer, fue retirado por su autor; o tal vez la policía política se apresuró a desaparecer de las redes tan incómoda opinión sobre la llamada “potencia médica”, emitida por un actor reconocido dentro y fuera de la Isla.
Es comprensible que el susto de casi haber sufrido un paro respiratorio -según él mismo afirmó- impulsara a Bárbaro Marín a criticar, derecho que usualmente rehúyen los artistas que han alcanzado cierta fama. Solo cuando el problema los toca de cerca o en carne propia se atreven a denunciar fallas sistémicas de larga data, como la escasez que desde hace décadas afecta a los cubanos que no tienen dólares ni familiares en el extranjero, ni posibilidad de viajar, ni un salario que les permita comprar en el mercado negro las medicinas que no aparecen en las farmacias proletarias.
Ninguno de los males que hoy hacen saltar de indignación a unos cuantos, es nuevo. Sin embargo, tuvo que morir El Dany para que Yomil Hidalgo reconociera públicamente la existencia de negligencias en el sistema cubano de salud. Descemer Bueno solo admitió el carácter racista del régimen cubano porque a un primo suyo no lo dejaron salir de prisión para despedirse de su madre; y Bárbaro Marín tuvo que verse al borde de la asfixia para enterarse de que los asmáticos cubanos llevan cinco meses sin Salbutamol inhalado. Bienvenidos todos al infierno cotidiano en que se cocinan sus compatriotas.
“A los asmáticos no se nos pide sacrificios”, sentenció Marín en su post. Habría que agregar que tampoco a los hipertensos, diabéticos y pacientes con enfermedades psiquiátricas que sufren la doble crisis epidemiológica y económica sin sus medicamentos. Nada sabe Bárbaro Marín del inmenso aguante de los cubanos para que el corazón no les estalle en el pecho de tanto estrés; ni los que viven al borde de un colapso nervioso por no poder hallar un modo razonable de lidiar con este nuevo desastre que es, en buena medida, el mismo repetido y siempre con un margen de abuso que refleja la falta de humanidad del régimen.
En plena escasez de Salbutamol y otros remedios para tratar el asma bronquial, algunas farmacias internacionales han puesto a la venta un medicamento que puede aliviar la crisis inmediatamente después de aplicado. El Simbicort, un sofisticado inhalador de fabricación sueca, cuesta 55 CUC (60 dosis) o 115 CUC (120 dosis); cifras de llanto para un pueblo que apenas cuenta con lo justo para comprar aseo y alimentos.
Al protagonista del filme “Los Zafiros” le ha tocado experimentar lo que ya es normal para quienes llevan meses tratándose la sarna con baños de hojas de guayaba; la infección en los riñones con cocimiento de chichicate y caña mexicana; la hipertensión arterial con sorbos de limón; las crisis nerviosas con gotas florales y los mareos cervicales con digitopuntura, que no es que esté mal, pero hay quien prefiere tomarse un gravinol.
Esta es la Cuba que ningún artista de los que van y vienen critica de manera frontal para que no le cierren la vía que les permite escapar al exterior a “desintoxicarse” de tanta pobreza y tanta politiquería. Es lógico que no quieran arriesgar su bienestar; pero al menos deberían mostrar un ápice de empatía hacia los que se joden a diario sin alicientes de ningún tipo, y se quedan pasmados cuando un paisano regresado de Colombia decide, con una crisis de asma, ir a la farmacia de los de a pie a comprar Salbutamol por la libre, como si nunca hubiera vivido en Cuba. Peor aún, sintiéndose al borde de un paro respiratorio decidió volver a su casa en lugar de buscar asistencia médica. ¿Será que no le tiene confianza al sistema cubano de salud?
Ya que decidió retornar a la Isla para estar más cerca de su familia, Bárbaro Marín debería observar cómo vive el pueblo cubano. Tal vez así se percate de que el resto de los asmáticos está igual o peor que él; que los hipertensos reducen su dosis de Enalapril para estirar cada frasco tanto como sea posible; y que muchos pacientes diabéticos ofrecen pagar lo que sea por Glibenclamida, Metformina, o algo tan básico como los biosensores.
Con ello tendrá buen material para apoyar sus críticas, si se atreve a retomarlas. Lo más probable es que el impulso de denunciar el maltrato sufrido solo haya respondido a la vanidad de creer que por ser artista, hay que darle satisfacción.
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