SANTA CLARA, Cuba.- El sonido de la carretilla ha dejado de molestarle a Oscar. Ya no siente el repiquetear de las ruedas de hierro contra los adoquines, ni la pestilencia de los desperdicios que recoge a su paso: el olor ácido de los trozos de pizzas, los envoltorios pegajosos, restos de frutas y viandas podridas que los vendedores arrojan sin compasión al pavimento. Oscar se ha acostumbrado a la basura, a limpiar lo que ensucian los demás, a dormir pocas horas al día y a caminar, caminar kilómetros mientras arrastra, casi por inercia, su pesada indumentaria de trabajo.
A las tres de la madrugada, él y un grupo de diez u once barrenderos espera a que sus superiores abran la puerta de un viejo almacén para recoger sus instrumentos y comenzar antes de las cuatro la faena diaria. Se posicionan en fila, arrastran las pesadas y escandalosas cubetas de metal, dispuestas para evacuar la inmundicia, y en las que trasladan el recogedor asignado, un escobillón en mal estado y algún que otro saco de nylon en el que acumulan cualquier envase de aluminio hallado en el camino.
La mayoría de estos trabajadores de servicios comunales residen en las afueras de la cabecera municipal, y repiten diariamente la misma rutina antes del amanecer. Con pocas horas de sueño, deben terminar la norma antes que despunte el mediodía. En una ciudad donde se desechan a diario cerca de 300 toneladas de basura, han comenzado a escasear los barrenderos, producto de los bajos salarios y las precarias condiciones de trabajo de quienes se exponen a las inclemencias del tiempo y a disímiles enfermedades contagiosas.
Andrés García siente que el pago no se corresponde con las distancias que recorren por jornada. “La gente piensa que a nosotros nos pagan muy bien”, protesta. “Pues no, hace poco nos bajaron el salario. Si este país es el mismo para todo el mundo por qué en la capital y en otras provincias dejaron el mismo salario. Antes cobrábamos cerca de mil doscientos, ahora, la mayoría de las veces no llegamos ni a 800 pesos al mes”.
De acuerdo con una publicación del semanario oficialista Vanguardia, el año pasado se les entregó un lote de “modernas bicicletas eléctricas” a los jefes de zona con el fin de supervisar la adecuada limpieza de las calles. Al pie de la nota, los usuarios expresaron su desacuerdo con el gasto de presupuesto que significaba tal inversión para acomodar a los jefes, “los que no mueven un escobillón”, mientras los obreros apenas cuentan con los implementos de primera necesidad para lidiar con la basura. Además de la poca remuneración, estos obreros también sufren la falta de escobillones, suficientes uniformes, guantes, o medios de transporte para llegar hasta el centro de Santa Clara.
“Necesitar, necesitamos de todo, no hay guantes, no hay condiciones para trabajar”, prosigue Andrés. “No nos dan nada, ni cepillos, ni capas, ni botas plásticas. Cuando llueve es tremendo problema. Deberían atendernos un poco mejor. Lo peor de todo es cuando tienes que recoger un perro o un gato muerto, sin guantes ni nada, porque solo se los dan a los que trabajan en el carro de la basura. Mira lo que tengo en la mano, debe ser un parásito que cogí en esta gracia. Hay que hablar la verdad, porque las cosas, pa´ que se pongan buenas, tienen que estar bien malas”.
Algunos de estos barrenderos también se quejan por su supuesto “contenido de trabajo”. Alegan que no tienen por qué cargar cubetas de agua desde el parque Las Arcadas para regar las aceras de granito de todo el boulevard de Santa Clara. De igual forma, los encargados del periplo aledaño al parque central, están obligados a limpiar las heces fecales expulsadas por las bandadas de pájaros que pernoctan en los arbustos.
Jacinto Rodríguez, otro de los barrenderos de la ciudad, se muestra, sobre todo, decepcionado por las diferencias que existen entre ellos y sus superiores. “Cuando los jefes dan una actividad hacen la suya aparte a la de nosotros, y les dan comida, aseo y hasta ropa. El fin de año no nos dieron ni una jaba, el día de servicios comunales nos vendieron un poquito de arroz nada más. Un 31 de diciembre nos regalaron la mitad de un jabón y una latica de detergente. Dime, ¿Tú entiendes eso?”.
“¿Merienda?, aquí no nos dan merienda, ni café”, prosigue. “Esto se hace a pulmones. Se trabaja por necesidad, no porque seamos locos ni retrasados mentales. Hay que chaquetear de verdad, porque esto no lo aguanta nadie”.