SANTA CLARA, Cuba. – Tuberías plásticas, mandos universales, mangueras, toallas húmedas y panes con lechón. Todo esto dispuesto en un mismo kiosco. La vendedora pregunta qué necesitan, dice que tiene de todo y que si lo que buscas no lo encuentras ahí, ella te lo encuentra más pa´ lante.
“La candonga de los Framboyanes”, así se conoce popularmente una de las 12 áreas comunes habilitadas en Santa Clara para la venta de diversos artículos por cuenta propia. Ubicada en la zona hospitalaria, el espacio se asemeja a un parque de diversiones, a una feria foránea tan diversa como los propios consumidores que la frecuentan.
“Candonga” es la palabra más usada por los enfermos y sus acompañantes en el hospital aledaño, por los estudiantes de medicina que no encuentran dónde merendar o almorzar, por los cientos de santaclareños que salen de las tiendas con las manos vacías por la ausencia de útiles necesarios para el hogar, de alimentos y de productos que solo llegan a Cuba de la mano de las llamadas “mulas”.
El vocablo, según el libro “La realidad económica cubana y su reflejo en el léxico”, de los autores Mercedes Causse y Arcilio Bonne, se define como el “lugar donde se venden mercancías con dinero cubano” y “donde un grupo de vendedores (artesanos) exponen sus mercancías en catres y, a estos vendedores, se les llama candongueros o carreros”. Asimismo, el texto aclara que fue una palabra importada de Angola y que, se especula, la introdujeron aquellos “internacionalistas” de la contienda bélica africana.
Tengo de to´, que aquí no hay de na´
En febrero de este año, el semanario oficialista Vanguardia publicó un reportaje en el que tildaba a estos espacios como “foco del desorden y las ilegalidades”. La candonga, aprobada como área común a partir de la ampliación al trabajo por cuenta propia, aún se encuentra en la piqueta de inspectores y la propia providencia del gobierno provincial, quienes están dispuestos a “erradicar ilegalidades” y retirar patentes si no se cumple con lo establecido.
Inmersos en establecer dicho “control”, las autoridades obvian, ante todo, la ausencia de un mercado mayorista en el país, la extrema precariedad con la que viven los cubanos a diario y la escasez de productos de primera necesidad en las tiendas recaudadoras de divisa.
Yoania Guerra paga a diario el espacio arrendado de acuerdo a los metros cuadrados que ocupa. En su puesto de venta pueden hallarse desde copias de tenis Converse, jabones Palmolive, cuchillas Gillette y hasta el extraviado papel sanitario. “Yo no soy de las que acapara en las tiendas”, aclara con cierto temor. “Todos estos artículos son traídos de afuera. No los traigo yo, me los da un amigo mío para que los venda aquí y siempre se les saca algo. La gente que tiene enfermos en el hospital vienen buscando gelatina, natilla, alcohol para las manos, toallitas húmedas, pámpers. Todo eso está perdido y, cuando lo sacan, agárrate con los precios y las colas”.
A pocos pasos del puesto de Yoania, Elizabeth, una muchacha de 24 años, que abandonó la carrera de informática por este negocio más rentable, cuenta que ella sí ha viajado a Panamá y a República Dominicana para traer lo que en Cuba no se encuentra “ni en centros espirituales”. Su catre está repleto de pastillas, algodón, ungüentos, parches adhesivos y frascos de píldoras antibióticas. “Esto no es cubano”, revela mientras muestra la etiqueta de Made in India. “Esto lo trae la gente de Haití o de cualquier otro lugar. Hace tiempo que no hay Ranitidina en las farmacias, ni duralginas, ni bicarbonato, por ejemplo. Yo aquí tengo todo eso, importado, claro. Nadie se atreve a revender lo de las farmacias porque te cogen en eso y te meten preso. Imagínate, que aquí han venido hasta doctores del hospital a comprar medicamentos que no hay allá dentro”.
En uno de los puestos más concurridos de este mercado de variedades empotraron un cartel de cartón que sugiere una “importante rebaja por fin de año”. El dueño explica que tiene que salir de mucha ropa que ya está pasando de moda. “Siempre se gana alguito”, responde. Por eso, Odelia San Román vino con su hija quinceañera para surtirle el armario de nuevas prendas “para cuando llegue el día de las fotos”, dice. “En las shoppings no se encuentra nada de esto, la ropa está feísima y cara y, además, se rompe enseguida. No me queda más remedio que comprarla aquí porque no tengo ni perro ni gato en el yuma que me mande nada para la niña”.
¿La Ikea de Santa Clara?
En las cercanías del parque de la ciudad se ubican más de tres tiendas destinadas a la comercialización de artículos de ferretería. Sin embargo, sus estantes solo exhiben rollos de soga, algunas cubetas y varios enjambres de cables. Debido a la precaria oferta de estos establecimientos estatales, la candonga deviene como única alternativa para adquirir materiales para la decoración o reconstrucción de viviendas.
“Las luces LED, las llaves de agua, las losas y hasta los tomacorrientes los vengo a comprar aquí”, apunta Norberto, al frente de una cooperativa de constructores por cuenta propia dispuesto a llevarse esa tarde varias cajas de pintura de acrílico y unos cuantos tubos de silicona. El propio vendedor lo exhorta a comprar, por si le hiciera falta, un fogón de inducción. “Te lo dejo en 120 con calderos y todo”, le dice. “Aprovecha, que ya no los están dando por la libreta”.
En el mismo kiosco y, a la vista de inspectores fácilmente sobornables, el candonguero propone las resistencias de hornillas eléctricas compradas al por mayor en los talleres de reparaciones. La Resolución 42, sin embargo, impide la reventa de artículos provenientes de comercios estatales, así como aquellos que sean importados al país. La patente autorizada para estos cuentapropistas es la de “productor o vendedor de artículos varios de uso en el hogar”.
Mientras el gobierno intimida con nuevas prohibiciones hacia estas áreas comunes de venta, qué ocurrirá con el alto porcentaje de cubanos que no pueden viajar y surtirse de productos necesarios para subsistir . “Todo eso suena muy lindo”, protesta uno de estos candongueros. “La realidad es más dura. Si nosotros no vendemos estas cosas aquí entonces la gente estaría más embarcada. No sé qué va a pasar si siguen con las amenazas de cerrarnos el negocio”.