LA HABANA, Cuba.- El comunismo, al menos el que yo “conozco”, puede ser absurdo, extravagante. El comunismo es una enfermedad que carcome, es una tara, un deterioro que puede ser hereditario y que pasa de una generación a otra. El comunismo es muy parecido a la sífilis, a esa enfermedad que conoció el mundo hace algún tiempo que, aun curada, dejaba una tara a los descendientes de quienes enfermaron antes. El comunismo provoca, en quienes lo sufren, un deterioro de la razón, un miedo crónico que se hereda, que persiste, incluso cuando se ha puesto distancia, incluso cuando se le interpone un mar inmenso, y mucha tierra.
Infinitas son las veces en las que aparece el miedo, el desasosiego enfermizo, si es que se ha vivido el comunismo. De muy poco sirven las nuevas geografías y los diferentes sistemas políticos que acogen a los “enfermos de comunismo” si todavía lo sienten. No importa el clima ni los nuevos idiomas, las religiones más raras. El enfermo de comunismo, incluso cuando el mal entró involuntariamente y no por convicción, puede no curarse nunca, y poco importan los idiomas nuevos, las libertades más sofisticadas. No son pocas las veces en las que el mal permanece por un tiempo, y quizá para siempre.
Existen enfermedades que no encontraron aún tratamientos eficaces, que no reaccionan a ninguna terapia definitivamente útil, y el comunismo sigue siendo una de esas enfermedades crónicas que azotan al mundo. La prognosis no es eficaz, porque el comunismo no es un fenómeno meteorológico del que, al menos en muchos casos, puede preverse su curso, las intensidades de los vientos, las lluvias… El comunismo es una enfermedad vieja que sigue sorprendiéndonos, sigue dejándonos con la boca abierta cada vez que descubrimos las taras que va dejando a su paso.
Y toda esta monserga tiene que ver con una llamada que me hizo un pariente que anda por Europa, un pariente que desde que llegó a Rusia estuvo haciendo un camino largo, infinito en apariencias, para llegar a España, para conseguir lo que él supone que es la libertad. Resulta que mi pariente, en sus andadas europeas, comentó con sus compañeros de viaje que yo publicaba textos en CubaNet, que desde allí denunciaba al comunismo. Muy pronto algunos de sus compañeros de viaje le hicieron saber de sus disposiciones para hacer visibles los sacrificios del viaje, las enormes peripecias que vivían para cumplir el sueño de reconocer la libertad.
Y yo les creí, dije que sí, y hasta acordamos que lo mejor sería poner el rostro; sugerí el envío de pequeños videos donde contaran sus anhelos, sus propósitos, y también las peripecias en las que se enrolaron para conseguir lo que por tanto tiempo estuvieron añorando, pero se apencaron luego. Y resultó muy curioso que los arrepentimientos no estuvieran relacionados con los que venían detrás, con los que estaban por tomar un avión a Moscú para comenzar las peripecias que casi siempre tienen a España como destino final. Ellos estuvieron dispuestos a contar, aun cuando pusieran en alerta a las autoridades de los países implicados, aun cuando perjudicaran a sus coterráneos.
Yo me hacía la boca agua queriendo que hablaran del papa en Chipre, de lo que le habrían dicho al jerarca de la iglesia católica que impidiera la entrada a “San Pedro” a un montón de cubanos que pretendieron manifestarse en el más central de entre todos los templos católicos del mundo. Yo hacía sugerencias, recomendaba entusiasmado, y ellos parecían dispuestos. Yo asegurando que le daríamos la “patá a la lata” con esos testimonios de quienes arriesgaban sus vidas buscando la libertad.
Yo pensando en el mar embravecido que se tragó a tantos cubanos en el estrecho de La Florida, y también haciendo notar la búsqueda de nuevas rutas para conseguir la libertad ausente, la libertad robada, la libertad añorada. Yo mordiéndome la lengua para no echarles en cara que lo más sensato era procurar la manumisión en territorio nacional, que lo más valiente era enfrentar al gobierno en su “propia madriguera”. Yo, siendo comedido, casi cortés, y todo para conseguir esos testimonios que harían visibles las tantísimas penas cubanas.
Queriendo juntar las muchas Cubas, pretendiendo hacer visibles nuestras verdades regadas por el mundo, salí trasquilado. El brazo del comunismo llegaba también a Europa, el miedo al fracaso y a la vuelta al comunismo volvió a silenciarlos, y me advirtieron que no era conveniente “ponerse en evidencia”. Me dijeron que sus declaraciones para CubaNet podrían ser un bumerán contra ellos, si es que las autoridades de esos países las tomaban como prueba para demostrar la ilegalidad de sus viajes.
Ellos temieron ser descubiertos y se negaron a contar su travesía desde La Habana hasta Rusia; ninguno quiso contar del viaje a Serbia, a una Serbia que no les ofrecía tranquilidad, una Serbia que no era Belgrado. Ellos tomaron en Serbia un ómnibus que los llevó hasta la frontera con Macedonia, y luego monte y monte y monte hasta Croacia, corriendo el riesgo de ser asaltados por nativos o de perderse en esos montes que se deben cruzar antes de llegar a Macedonia, donde una red que trafica personas los lleva hasta Georgilia, creo que se llama así ese punto. Y ellos se negaron finalmente a dar las evidencias de aquel cruce por un cementerio lleno de cruces, y del miedo de algunos a quedarse allí para siempre, entre cruces, al menos no poniendo la cara.
Y la mayor verdad es que tenían más miedo al largo brazo de los comunistas cubanos que a los muertos que descansaban definitivamente en sus tumbas. Y es que, al parecer, al poder cubano se le teme tanto como a la muerte, y es que el poder cubano es la muerte y lo prueba en cada instante, incluso en geografías lejanísimas, incluso cuando esos gobiernos no sean sus socios, sus vasallos. El comunismo tiene un brazo largo, un brazo peludo y peligroso. Ellos temían a una vuelta a Cuba, a una deportación, y sobre todo a morir acá, a vivir acá, ya sin remedio.
El viaje es largo, el viaje es peligroso y está lleno de peripecias. El viaje es complejo y por extrañas geografías, donde se hablan “raros idiomas”, donde las señales de cualquier tipo se hacen notar con rarísimas grafías, con caracteres en los que jamás pensaron, y que no significan nada, o quizá mucho. Esos caracteres pueden ser la vida y pueden llevar a la muerte, si no se entienden bien. Esos caracteres puede decir prohibido el paso sin que se le reconozca, sin que se sepa que por vulnerarlo puede venir el disparo y la bala que atraviesa y te deja muerto, allá tan lejos.
Rusia y Moscú, Serbia, Macedonia, Croacia, Policastro, Atenas, extrañas geografías, raros alfabetos, extrañezas, sentimientos encontrados, y hasta un papa de visita en alguno de esos puntos por los que podrían pasar. Riesgos, muchos peligros. Miedos que no cesan, que no los dejan hablar en libertad, y el miedo mayor, aunque parezca ridículo, es a Cuba, a sus autoridades comunistas, a las venganzas que podrían salir de esas autoridades comunistas. Hay cubanos que le temen al comunismo aun estando en “distantes riberas”, en cualquier geografía.
Es tan grande el miedo al comunismo que hasta suponen que todavía pueden sufrir, incluso allá, sus represalias. Aún en la distancia creen que el vengativo aparato de la Seguridad del Estado cubana podría aparecer y pedir favores a esos gobiernos, y conseguir devoluciones, aun cuando muchos tienen la certeza de que a los comunistas les “viene de perilla” cada escapada, que mientras más sean las deserciones, más fácil se hará controlar los desencantos. Me duelen esos cubanos que nunca reconocerán que con cada escapada se fortalece el gobierno. Es que los cubanos tenemos miedo al miedo, incluso estando lejos, y nadie llega a la cumbre si el miedo lo acompaña.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 316-2072, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.