https://www.youtube.com/watch?v=000yQZCt1AE
FRANCIA.- Retengamos estos nombres: Marco Tulio Álvarez, alias “Quasimodo”, y Efraín Russ Farfán. El primero es un jefe de contrainteligencia del Sebin, un aparato represivo de la dictadura venezolana. El segundo es un operador del G2, un servicio de espionaje cubano.
Retengamos estos otros nombres: Roland Morett, Aiskel Torres, María Alejandra Ramírez y Roylad Belisario. Todo ese personal ha sido mencionado por ABC, un diario español conocido por la seriedad de sus investigaciones. Todos están involucrados de alguna manera en un asunto muy turbio: un complot para asesinar al senador y ex presidente colombiano, Álvaro Uribe Vélez.
Si le ocurre algo al líder del partido Centro Democrático, o al candidato presidencial del CD, Iván Duque, esos seis deberán ser los primeros en ser capturados e interrogados y las embajadas de Cuba y Venezuela tendrán que afrontar las consecuencias de la ira popular.
No estamos ante el cuento de un lunático, como ha sugerido la exsenadora rojiverde Claudia López. El ministro del Interior colombiano, Guillermo Rivera, fue quien reveló al expresidente Álvaro Uribe, el 26 de abril pasado, que un “posible atentado” contra él estaba en preparación. Ese mismo ministro reveló que, en consecuencia, la Unidad Nacional de Protección (UNP) y la Policía Nacional habían recibido la orden de “reforzar el esquema de protección” del expresidente Uribe.
La prensa colombiana y española informaron que la Agencia Nacional de Inteligencia de Colombia tiene los nombres de los conjurados y trabaja en estos momentos para dar con el paradero de esa gente. Guillermo Rivera dijo que una “fuente humana” reveló que hay “un plan para atentar contra la vida” del exmandatario colombiano.
Por su parte, el expresidente Andrés Pastrana afirmó que en la acción contra Uribe estarían participando “militares venezolanos y miembros de la inteligencia cubana”. Más precisamente, el diario ABC aseguró que fuentes cercanas a la investigación judicial revelaron que “los autores intelectuales y materiales del [posible] atentado serían el coronel venezolano Marco Tulio Álvarez, alias ‘Quasimodo’, jefe de contrainteligencia del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin); el narco colombiano Roland Morett, el cónsul venezolano en Cartagena, Aiskel Torres, y los funcionarios de la Embajada de Venezuela en Colombia María Alejandra Ramírez y Roylad Belisario, a los que se suman el agente del servicio de inteligencia del G2 cubano, identificado como Efraín Russ Farfán”.
Lo que dijo el ministro Rivera
El mismo expresidente Uribe denunció “un posible atentado que se estaría fraguando en su contra”. Una radio de Bogotá aseguró que él había revelado que “detrás de este hecho estarían involucrados criminales locales y extranjeros”. Uribe ratificó que el ministro del Interior, Guillermo Rivera, y el coronel Juan Carlos Rico, director de la Agencia Nacional de Inteligencia (ANI), eran quienes lo habían notificado que había contra él graves amenazas.
Es la primera vez, desde 1948, que nombres de miembros de células subversivas extranjeros aparecen en diarios de la prensa colombiana y española como posibles “autores intelectuales y materiales” de un magnicidio en Colombia. Con ese crimen los conjurados intentarían suspender las elecciones presidenciales, cuya primera vuelta será el 27 de mayo próximo. Según todas las encuestas de opinión, el favorito para ganar la presidencia de la República es Iván Duque, del Centro Democrático.
Esas circunstancias hacen temer que el peligro de un atentado sea una cuestión inminente. Por eso resulta inaudita la actitud de las autoridades colombianas. Luego de dar la escueta pero pavorosa información al ex presidente Uribe, esas autoridades se han hundido en el silencio y en una aparente inactividad.
Si los servicios de seguridad tienen los nombres, perfiles y paraderos de los presuntos involucrados ¿qué están esperando para interrogarlos, capturarlos y expulsarlos si son extranjeros y si están en Colombia? Parece que nada de eso han hecho. La excusa de que se trata de una investigación “secreta” no basta. Aquí nada puede ser “secreto”. La vida de un ex presidente está en peligro y, además, la continuación de la campaña presidencial está en juego. La opinión merece saber si hay, al menos, actos concretos para desbaratar la célula criminal descrita o si ya fue hecho el arresto y expulsión de esos individuos.
El presidente Juan Manuel Santos, en lugar de encarar esa situación, abandonó el terreno. Alegó que tenía invitaciones en Alemania, Hungría e Italia y tomó un avión. Mientras tanto, el ministerio del Interior criticó al expresidente Uribe por haber informado a la opinión pública acerca de lo que estaba ocurriendo, e hizo otro tanto contra al ex presidente Pastrana quien pidió precisiones sobre el plan para atentar contra el senador Uribe.
Un cubano con perfiles obscuros
A la luz de esos hechos vuelve a cobrar importancia el caso tan enigmático del cubano capturado el 13 de marzo de 2018 en Pereira. ¿Tiene ese individuo algo que ver con las actividades subversivas del G2 en Colombia evocadas por el diario ABC? Es posible. ¿Por qué ese cubano, quien está en la cárcel de alta seguridad de Cómbita, pudo ser entrevistado en la Picota por una radio de Bogotá este 3 de mayo, seis días después de que el ministro del Interior informara al ex presidente Uribe que había un plan contra él?
Las explicaciones contradictorias del cubano muestran un agente que, tras ser capturado, busca ocultar su identidad y su misión oficial para confundir a la fiscal que lo investiga. Al hacerlo él podría estar protegiendo a un servicio secreto cubano. El cambiazo de identidad y de perfil es un viejo artilugio de espías ordinarios (1).
El cubano dice llamarse Raúl Gutiérrez Sánchez. En marzo, cuando fue capturado por la Fiscalía, con ayuda de los servicios americanos y españoles, dijo que luchaba “contra los americanos” y que iba a realizar un atentado con explosivos contra empleados de la embajada de Estados Unidos en Bogotá y políticos colombianos. Su instructor telefónico, un español que responde al nombre de Francisco Quintana, sigue oculto. La Policía de Colombia dijo que Gutiérrez había ingresado varias veces de manera ilegal a Colombia y que había sido deportado en 2015 y 2017, y que las conversaciones interceptadas lo vinculaban con el “radicalismo islamista”.
Cuando fue capturado, Gutiérrez gritó que no trabaja para los servicios de seguridad del gobierno de Cuba y deslizó esta frase: “Ya la semilla está sembrada”. Medios de prensa intentaron pedirle explicaciones a la embajada de Cuba en Bogotá sin obtener respuesta. Semanas después, el detenido adoptó una narrativa diferente: negó que tuviera algo que ver con Daesh e insistió en que estaba en Colombia para hacer labores de inteligencia para perpetrar un “atentado contra la embajada de Cuba en Bogotá”.
¿Un “justiciero” anticastrista?
En la entrevista con Vicky Dávila, el 3 de mayo de 2018, desde la Picota (2), el cubano ratificó eso y concluyó: “Soy un soldado, quiero que me traten como un soldado”, “quiero que me fusilen”. “Si quedo libre es peor”. En ese incisivo diálogo, el hombre se esforzó por aparecer como un agente financiado por “el exilio cubano de Miami” que lucha “contra el gobierno cubano” y como alguien que recibe órdenes de “la ultraderecha de Colombia”. Dijo que en Pereira había ayudado a preparar un atentado contra el jefe de las Farc, Timochenko, y que su grupo clandestino, el MJ-51, de diez miembros, preparaba otro contra el candidato Gustavo Petro.
Pero Gutiérrez no es muy hábil en el manejo de su nuevo perfil, y se le enredan a veces los cables. Dice que es un “justiciero” anticastrista, pero dice cosas enseguida que corroboran lo contrario.
Contó que había nacido en La Habana el 7 de junio de 1972, que había participado en el “movimiento revolucionario cubano” y recibido entrenamiento militar. Detalló que había hecho cursos en Cuba en “inteligencia, explosivos, defensa personal y mucha ideología” (3), que había vivido en Chile de 1992 a 1998 y que sus hijos vivían en La Florida.
Ante Vicky Dávila y Jairo, colega de ella, Gutiérrez desenvolvió plenamente su ovillo. Afirmó que no puede entrar a Estados Unidos pues allá hizo “actividades de inteligencia para narcotraficantes” y negó tener lazos con el régimen chavista. Varias veces insistió en que tiene vínculos “con la derecha venezolana”.
Sin dar precisión alguna, aseguró que “recibe perfiles” de “la ultraderecha colombiana”, y que había entrado a Colombia por Casanare (que no tiene frontera con Venezuela). Subrayó que había estado en Armenia “para perpetrar un atentado contra Timochenko” y que quería tomarse a bala la embajada cubana en Bogotá y matar a Gustavo Petro.
Este último, Petro, explotó a placer al día siguiente esa leyenda, en un mitin en Santa Marta —con escudos humanos, incluyendo una niña—, donde insultó copiosamente al Fiscal General, Néstor Humberto Martínez, y afirmó que era falso que hubiera amenazas contra su rival, Iván Duque. Insistió en que las amenazas verdaderas venían de un “mercenario contratado por la ultraderecha colombiana” venido “desde la Florida a asesinar al candidato Petro”. El cuento de Gutiérrez había dado resultados.
¿Hasta cuándo él sostendrá esa fábula? Gutiérrez no pudo ocultar en esa entrevista su odio feroz contra Estados Unidos y contra lo que él llamó el “nuevo orden mundial”. ¿Si ese odio es tan vivo por qué atentaría contra gente como Timochenko y Petro que comparten con él esos sentimientos contra Estados Unidos y el capitalismo? “La misión mía es inteligencia, logística y contacto, mas no de acción”, distinguió. Si su labor no era de acción, ¿porque dijo que se quería “inmolar” en el atentado contra Timochenko? Para seguir desviando la atención de la justicia y de la prensa dijo que el gobierno americano lo había “traicionado”, por haber sido detenido en Colombia.
En realidad, Gutiérrez repite lo que Fidel Castro siempre dijo: que el exilio cubano “es financiado por la CIA”. Leyendo un cuaderno, le dio a Vicky Dávila una lección de castrismo al decir que “los americanos” quieren “implementar su dominio militar en Colombia”, “exterminar a las Farc, al Eln, al clan del golfo”, “extraditar a quien deseen” y “ejercer el control sobre el gobierno bolivariano de Venezuela”. Y remató con este párrafo: “El miedo deben sentirlo ustedes los colombianos cuando sientan la colonización del nuevo orden mundial que encabezan los norteamericanos”. ¿Ese es el lenguaje de un anticastrista? ¿De un sicario de extrema derecha? ¿No es más bien la visión y la semántica de un esbirro de La Habana?
De “lobo solitario” a jefe de banda organizada
Es obvio que Gutiérrez no está haciendo “revelaciones” como pretenden algunos crédulos redactores. Está hilvanando una historia y adjudicándose un doble perfil: el de un “loco” que dice todo y su contrario y el de un anticastrista, para desviar la atención de la Fiscalía y proteger a su patrón. Los once celulares que le decomisaron muestran que Gutiérrez estuvo tratando de infiltrar una red yihadista para cubrir con ese manto algún crimen pero que perdió pie y se ganó una vigilancia discreta de los servicios antiterroristas españoles y americanos. La captura en Pereira, el día que él había señalado para cometer un atentado, lo tomó por sorpresa. Por eso jugó, unos días, el papel de “lobo solitario” islamista. Enseguida, pudo haber recibido la orden de cambiar de perfil, aparecer como miembro de un grupo armado, de echar todo el lodo que pudiera sobre “el exilio de Miami” y ayudar al candidato presidencial que mejores vínculos tuviera con Cuba, mostrándolo como víctima de “la ultraderecha colombiana” (4), papel que Petro interpretó a la perfección.
¿Cómo Gutiérrez se comunica con el exterior? Los periodistas de la W no le hicieron esa pregunta. Sin embargo, el cubano dijo de refilón que su abogada defensora le transmitiría saludos a su familia en la Florida.
Gutiérrez dice que el MJ-51 tiene diez miembros en Colombia y que los atentados “siguen en marcha”. Vicky Dávila y Jairo insistieron en que él debía colaborar con la Fiscalía para neutralizar esa célula pues es inadmisible que él quiera atentar contra colombianos. Empero, el cubano se negó a aceptar esa idea y volvió a jugar el papel del fanático que lamenta no haber cumplido su misión. Y les espetó: “No estoy matando a nadie, [estoy] matando una ideología”. ¿Esa cínica pirueta verbal no es propia de un comunista?
El objetivo de la narrativa de Gutiérrez es intoxicar a la opinión a través de la prensa. Si el ex presidente Uribe o el candidato Iván Duque sufren un atentado, las Farc y aliados podrán esquivar la ira popular diciendo que el culpable es “la ultraderecha colombiana” y el “exilio de Miami”, es decir, la CIA. Así habrán jugado de nuevo la parodia del 9 de abril de 1948 que confundió a la población, la volteó contra el gobierno y hundió la posibilidad de que la justicia encontrara la verdad.
Esos métodos son archiconocidos. El célebre disidente ruso Alexandre Zinoviev escribió que la Unión Soviética los utilizó para “infiltrar los países de Occidente, para dividirlos, desestabilizarlos, desmoralizarlos, engañarlos, cegarlos y atemorizarlos, en resumen, para prepararlos para una derrota militar futura”.
Dejemos pues de tragar entero lo que dice Raúl Gutiérrez Sánchez y abramos los ojos ante las maniobras que los enemigos de la democracia están realizando para impedir que Colombia vuelva a ser un país libre.