LAS TUNAS, Cuba. – Encargada ahora del intervencionismo sobre precios de mercado, marcadamente sobre lo privado y eufemísticamente llamándolos “precios topados”, vigentes ya en casi todas las provincias cubanas, la ministra de Finanzas y Precios Meisi Bolaños no había nacido cuando alguien anunció cual si fuera una bonanza: “cobraremos dos precios”.
Pero la afirmación sostenida ante periodistas, sentaría sino las bases, sí el precedente del comercio monopolista y de apartheid sufrido por los cubanos como nunca antes existió en toda la historia de Cuba.
Tan temprano como el 23 de octubre de 1959, mientras visitaba la construcción y ampliación de un centro turístico en Soroa, aprovechando la belleza exuberante del expropiado orquideario en la Sierra del Rosario, Pinar del Río, que entonces ya contaba con 30 mil plantas de unas cuatro mil variedades de orquídeas, plantadas por el propietario trayendo a un floricultor japones, el entonces primer ministro Fidel Castro dijo:
“Vamos a cobrar aquí precios módicos al alcance de todo el pueblo y como hacemos en otros centros turísticos, cobraremos dos precios, uno en verano para los cubanos y otro en invierno para los turistas extranjeros”.
Huelga decir en qué se transformaría el “cobraremos dos precios”, según dijo el difunto Fidel Castro en 1959.
Segregados cual los sudafricanos de piel oscura durante el régimen de apartheid, aborrecida la segregación por el mundo civilizado en Suráfrica, pero ignorada en Cuba bajo la bota castrista, durante años los cubanos no pudieron hospedarse en hoteles con estándares de turismo internacional, y, cuando por fin fueron admitidos, el “cobraremos dos precios” fue olvidado, debiendo pagar los mal pagados nativos cuales turistas extranjeros bien pagados.
Dos precios, sí, tienen los cubanos en el régimen castrista: el del salario devaluado pagado por servir al Estado y el de los precios sobrevaluados al pagar en los comercios del Estado-monopolio.
Ahora la propaganda oficial dice que, los “precios topados”, entiéndase intervenidos por el Estado, son para proteger la economía de los ciudadanos. Pero eso cuesta creerlo.
El 22 de junio de 1962, el castrismo promulgó la Ley No. 1035 con sanciones de hasta 180 días de cárcel para quienes tuvieran productos agrícolas en cantidades que excedieran sus necesidades. Y, también en 1962, a tenor de la Resolución No. 281 del 1ro de octubre, fue “regulada” la matanza de reses, convirtiéndola luego en delitos, sancionados hoy hasta con diez años de privación de libertad. Y más tarde, en marzo de 1968, el castrismo prohibió en Cuba todo comercio privado.
¿Quiere esto decir que los cubanos dejaron de comprar carne de vaca, pantalones vaqueros, botas tejanas, café, frijoles, papas o bikinis a quienes mejor les viniera en ganas…?
Por supuesto que no. El castrismo y sus leyes punitivas contra el comercio libre actuaron como los encierros en los amores prohibidos al estilo de Romeo y Julieta, dándoles inspiración.
Desde ruedas de repuesto en jeep y automóviles y hasta camiones cisternas, fueron empleados como contenedores para transportar café oculto por llanos y montañas; y, como en ningún otro país del mundo, los marineros dados al cambalache fueron esperados en los puertos cubanos.
Hasta militares soviéticos acantonados en Cuba durante la Crisis de los Misiles en 1962 se convirtieron en traficantes; en las noches, dadas sus aficiones etílicas, solían burlar las dobles y hasta triples guardias de seguridad de sus emplazamientos para ir hasta las casas de los campesinos, para hacerse de cualquier tipo de alcohol a cambio de latas de carne rusa, leche condensada o lo que estuviera en sus manos y fuera útil en el campo cubano.
Se sabe: pese al férreo control del régimen, o debido a él, en Cuba se compra y se vende de todo y no siempre bien habido, desde pólvora militar para los cazadores recargar sus cartuchos de caza, hasta sepulcros en los cementerios.
Con tales compraventas escapándosele de las manos, finalizando los años 70 e inicios de los 80 el régimen decidió abrir un comercio paralelo al de la cartilla de racionamiento, donde los cubanos pudieran comprar “legalmente” desde un pantalón vaquero hasta una silla de montar o una máquina de escribir.
No pensando en cifras de costo y sí en ganancias, los antecesores de la ministra Meisi Bolaños pidieron a los policías del Departamento Nacional de Investigaciones Económicas, o simplemente como se les llamaba entonces, a “la económica”, que le averiguaran los precios del mercado clandestino.
Y así, con los precios averiguados por los policías de “la económica” en el mundo económico clandestino cubano, los antecesores de la ministra Meisi Bolaños tarifaron los productos comercializados en la cadena de tiendas que, paradójicamente, llamaron “Amistad”.
En lo adelante ya no había que esperar porque un marinero surtiera a un vendedor subterráneo para hacerse de un pantalón vaquero al precio de 150 pesos. Con ese mismo dinero uno podía comprar un Lee o un Lois en las tiendas “Amistad”; aunque claro, no eran auténticos Lois ni Lee, sino Jean Pierre, Made in Nicaragua.
Así y todo, para su época, no podemos asegurar que los precios de las tiendas “Amistad” fueran tan…, tan inflados, como los de las Tiendas Recaudadoras de Divisas (TRD) desde su inauguración y hasta el día de hoy.
Según un académico de la Universidad de La Habana, tales precios, los de las TRD, con un impuesto de 200 por ciento al consumidor, “constituyen punto de referencia para los oferentes del MLA (Mercado Libre Agropecuario)”.
Pero ahora la administración Díaz-Canel, a través de la ministra Bolaños, pretende “topar” esos precios en el comercio privado, y no desde las tiendas estatales donde fueron oficializados esos precios, haciendo de “punto de referencia”.
Respecto a los precios en las TRD dice el doctor Armando Nova González en La agricultura en Cuba, evolución y trayectoria (1959-2005), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006:
“Los productos se venden a precios elevados (con relación a la tasa informal de cambio peso-dólar. Estos precios superan con creces los factores de calidad presentes en los productos ofertados en las TRD, con relación a los ofertados en el MLA), con un impuesto al consumidor de un 200 o más por ciento sobre el precio mayorista de importación o de producción nacional, y muy superior a los precios de productos similares que se venden en el Mercado Libre Agropecuario, lo cual contribuye al mantenimiento de precios altos en el MLA, ya que constituyen punto de referencia para sus oferentes”.
Dicho de otro modo y valga sólo este ejemplo: si en las TRD de todo el país (cuando hay) el Estado vende el kilogramo de carne de res en más de 200 pesos, por qué sancionar al carnicero particular que en Puerto Padre vende la libra de carne de cerdo en 35 pesos…
El intervencionismo de precios sin aumento de la producción hoy funciona en Cuba cuales pájaros disparándole a la escopeta; pero no crean Díaz-Canel y sus ministros que multando a los vendedores llenaran la canasta de los cubanos. Recuérdese: al final habrá menos ofertas, más demanda y precios más altos.
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