CDMX, México. – A sus 85 años, Delfina recorrió cuatro países del brazo de su hija Anabel, cruzando una frontera tras otra. La travesía la hizo en diciembre y las temperaturas en algunos puntos de su recorrido eran inferiores a los 10 grados Celsius. Para que su madre no sintiera frío, Anabel le colocó varias piezas de ropa en el cuerpo: abrigos, enguatadas, varios pantalones, gorro, guantes y dos bufandas. Así la mantuvo caliente.
La meta de ambas era vencer la larga travesía que separa a los migrantes cubanos de su destino más ansiado: Estados Unidos. Este último año, como nunca antes, los cubanos buscaron la manera de salir de la Isla, que vive la mayor crisis tras la llegada de Fidel Castro al poder, en enero de 1959.
Las personas “privilegiadas” y que disponían de hasta 10 000 dólares (lo que suele costar la travesía desde Nicaragua hasta la frontera sur de Estados Unidos) pudieron tomar la ruta “más segura”. En cambio, los más pobres solo alcanzaron a lanzarse al mar en embarcaciones precarias que terminan destrozadas en ese cementerio que separa las costas cubanas de Florida.
Tal ha sido la última ola migratoria desde Cuba a Estados Unidos, que en el último año fiscal sumaron unos 270 000 cubanos llegados por tierra y mar al país norteño, según datos de las autoridades estadounidenses.
Delfina y su hija pertenecen al primer grupo de migrantes, “los afortunados” que pudieron hacer la travesía por tierra. Además, casi toda su familia las esperaba en Tampa y les brindó todo el apoyo posible durante el viaje.
Su trayecto, descrito a grandes rasgos, fue más o menos así:
Salieron de Cuba el 13 de diciembre rumbo a Managua, la capital de Nicaragua. Allí descansaron en un hostal y luego se movieron hasta el límite con Honduras en auto. Esa primera frontera la cruzaron en un autobús. En Honduras descansaron en un hospedaje de tránsito, cambiaron su ropa, comieron y salieron en carro hacia Guatemala.
Allí tuvieron que cruzar en una balsa el río Suchiate, que separa a Guatemala de territorio mexicano. Una vez en México comenzó el trayecto más estresante. Las autoridades aztecas frecuentemente detectan a los migrantes, los encarcelan, extorsionan y en algunos casos los deportan.
Delfina y Anabel tuvieron “mejor” suerte. O como ellas prefieren pensar: Dios las acompañó. Nadie las detuvo; y desde Tapachula ― frontera sur de México― fueron en autobús hasta la capital. Desde el aeropuerto volaron a Juárez, una de las ciudades más violentas y feminicidas del país, pero fronteriza con Estados Unidos.
En 14 días Delfina recorrió más de 4000 kilómetros, casi todos por carretera, con su spray de asma en el bolsillo y caminando despacio con la ayuda de su hija. No fue fácil para ella. Cruzar como migrante indocumentada cuatro países no es sencillo para ningún migrante, pero cuando tienes 85 años podría parecer una locura.
Sin embargo, Delfina quería intentarlo a toda costa. “En Cuba no se puede vivir y de este lado la esperaba toda su familia”, apunta Noel Leal, uno de sus nietos.
En Florida, durante las dos semanas que duró el trayecto, su familia no tuvo sosiego. “Siempre sentimos mucho miedo de que les pasara algo. Sobre todo de que mi abuela no aguantase la travesía o le diera un ataque de asma”, también recuerda Noel, que aunque intentaba alejar los pensamientos negativos de su cabeza, no podía dejar de imaginar los peores desenlaces.
Afortunadamente, Delfina y Anabel llegaron a salvo al límite entre los dos países el 27 de diciembre de 2022. Una semana después, Estados Unidos anunció que permitiría la entrada cada mes de hasta 30 000 migrantes de Cuba, Haití, Nicaragua y Venezuela; y por ello el paso ilegal por la frontera terminaba.
Madre e hija estuvieron a pocos días de quedarse varadas en México.
Con lo que no contaban es que en el lugar donde iban a entregarse, y que unos días atrás estaba abierto, Estados Unidos había desplegado soldados y tanques. El mismo espacio por donde miles de cubanos habían pasado, tenía alambradas para que nadie siguiese, como un avance de lo que venía.
En ese momento, después de dos semanas de trayecto, superando el cansancio, los controles fronterizos y el miedo, Delfina se sintió aterrorizada como nunca antes. ¿Y si después de tanto esfuerzo y gastos todo había sido en vano? ¿Y si ella y su hija no podían cruzar hacia Estados Unidos?
No todo estaba perdido: por otros migrantes supieron que a algunos kilómetros de allí aún era posible entrar; pero ella, con 85 años, asmática y con dificultades para caminar no lo iba a lograr. Su hija tampoco podía llevarla a cuestas.
“Mi abuela camina muy despacio y se fatiga. Era imposible continuar la travesía en esas condiciones. Gracias a Dios un hombre hondureño sintió pena y la cargó en su espalda”, cuenta Noel. Ese desconocido sostuvo a Delfina por 30 minutos caminando en una zona arenosa y desértica. Paraba unos segundos para tomar aire y seguía. Solo dejó a la anciana cuando ya estaba en su destino.
El 29 de diciembre su familia finalmente la recibió en el Aeropuerto Internacional de Tampa. Delfina los abrazó y lloró, mientras les decía que los quería.
Cuenta su nieto que aún no la ha llevado a pasear de tanto trabajo que tiene; pero que su abuela no deja de repetir: “Cómo se tira comida en este país”.
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