LA HABANA, Cuba.- ¿Cuánto nos costará Irma? La pregunta no indaga por los evidentes efectos negativos que tendrá en las arcas del Estado cubano el paso del más reciente huracán sino cómo se reflejará el desastre en nuestras economías familiares.
La promesa del gobierno de recuperar en solo tres meses la infraestructura hotelera de la cayería norte y Varadero, es de temer. Más cuando se infiere tan solo la cantidad de recursos importados que se emplearán, incluso por un costo que pudiera superar las ganancias netas que ha reportado la industria turística durante el año en curso.
Pero mientras ya se ha trazado un cronograma para cumplir tal promesa, aún las personas continúan a la espera de algo más que aquella frase de que “nadie quedará desamparado”, poco creíble cuando se sabe que el abandono no es una cuestión de futuro sino una dura realidad del presente.
Prepararse para el antes y el después de un fenómeno atmosférico de la envergadura de Irma, que rompió varios record en la historia de la meteorología, involucra e involucrará buena parte si no la totalidad de los recursos de que disponen aquellos que viven de un salario inferior a los 30 dólares mensuales.
El huracán Irma llegó a principios de septiembre, cuando a millones de cubanos humildes apenas les quedaban recursos para comprar alimentos o reparar una vivienda. Han terminado las vacaciones de los niños y también ha comenzado el curso escolar y son pocos los hogares donde no se hayan ido miles de pesos en adquirir uniformes, zapatos y algún que otro material escolar, pagar la barbería, donde ya los pelados cuestan casi el 20 por ciento del salario promedio, o garantizar al menos el desayuno, una comida modesta que pudiera demandar más del doble del salario mensual de un obrero estatal.
“Es como para volverse loca”, me comenta una señora que salió a la calle, apenas se había marchado el ciclón, a buscar en la bodega aquello que le faltó por sacar de la libreta de abastecimiento.
Como muchos, sabe que vendrán días y hasta meses de hambre, y repite la misma frase que hoy todos pronuncian y que tiene que ver con esa sensación de desamparo, muy a pesar del auxilio que promete el gobierno.
“Toda la comida que tenía en el refrigerador se pudrió. Han sido tres días sin electricidad. En mi edificio todo el mundo está en la misma situación. En la basura hay sacos y sacos de comida podrida”, se lamentaba ayer otra mujer.
En las zonas más pobres, días antes, mientras se anunciaba el fenómeno atmosférico, algunos corrieron a sacrificar los pocos animales de cría que guardaban para una ocasión especial. Vaciaron los corrales antes que Irma se llevara esas pocas “propiedades” que los separan de la miseria extrema.
Juan Carlos y su familia, sabían que quizás la casa de tablas no aguantaría los vientos y no querían arriesgarse a perder:
“Es preferible matarlos (los cerdos). Al menos la carne puede conservarse días si la metemos en grasa. (…) No me va a pasar lo de años atrás. Otra vez me quedaré sin nada pero al menos tendré comida para unos días”, me dice Juan Carlos con aires de resignación cuando ni siquiera sabía la trayectoria definitiva de Irma. Sin embargo, intuía el desastre: “Habrá que comenzar de cero. Aquí todos los años hay que comenzar de cero. Un ciclón es mucho más que un ciclón. Es comenzar de cero”, dice quien ha perdido los techos de su vivienda en varias ocasiones y quien ha debido enfrentar la recuperación con su propio esfuerzo.
Más de la mitad de las viviendas en la isla se encuentran en mal estado constructivo. Así, mientras en la radio y la televisión se anunciaba el desastre por venir, se sentía el claveteo de maderas en los edificios cercanos y el murmullo de quienes, la víspera de la Virgen de La Caridad, le suplicaban la salvación mediante un milagro.
“Hay que esperar por un milagro. No se puede entender que hayamos aguantado tantos años sin los milagros”, comenta una señora cuando le pregunto sobre lo que espera para los días que vendrán.
En la calle las personas se muestran resignadas con la situación. Saben que el gobierno priorizará la reconstrucción de los polos turísticos afectados por el huracán con el pretexto de recuperar la economía mientras pide más sacrificio por un socialismo tan endeble que cualquier viento lo puede reorientar hacia donde sea más conveniente.
Se acerca la temporada alta para el turismo foráneo y la tarea prioritaria es levantar los cientos de hoteles que están hoy en el piso, mientras tanto las casas de la gente de a pie continuarán en la misma situación en que las dejara aquel otro ciclón del que ya nadie guarda recuerdos.
Porque para muchos, como me comenta un vecino con otras palabras, Irma es un ciclón que solo viene a reforzar aquel otro, político-social, que se torna interminable a pesar de azotar la isla durante más de medio siglo.
Las imágenes de ciudades devastadas, campos de cultivos arrasados y familias hacinadas en albergues durante décadas no siempre han sido las consecuencias de la furia de la naturaleza sino de la falta de voluntad para emprender, sin trabas ideológicas, un camino de prosperidad económica con todos y para el bien de todos.