LA HABANA, Cuba. – El régimen nunca ha querido dialogar. Ni con cubanos ni con nadie. Con los plantados del 27 de noviembre y con los huelguistas de San Isidro han hecho lo mismo que con Barack Obama, es decir, un espectáculo de prestidigitación para ganar tiempo, la búsqueda de una tregua para, entre otras muchas cosas sórdidas, hacerle creer al mundo que para la isla llegaban tiempos de cambio cuando en realidad reforzaban el enquistamiento político. Pero lo que comenzó con abrazos, muy pronto terminó con ataques sónicos.
Con Obama ya vimos lo que sucedió. Mesas de “diálogo” que no condujeron a nada en concreto. En un lapso corto de tiempo los militares se terminaron de adueñar de la economía, disfrazados de civiles se instalaron en los puestos más importantes en el gobierno, al mismo tiempo que se reforzaron los cuerpos represivos con la importación de grandes volúmenes de armamento y técnica policial.
Con los jóvenes que marcharon hasta el Ministerio de Cultura han hecho lo que están acostumbrados a hacer: mentir.
Prometieron diálogo, pactaron una tregua, pero apenas unas horas después no solo comenzaron a difamarlos y criminalizarlos públicamente, en una de las campañas mediáticas más mezquinas, violentas y chapuceras desde los medios de prensa financiados por el Partido Comunista, sino que prepararon las calles aledañas a la sede del MINCULT como quien se dispone a una emboscada, como quien proyecta una masacre: talaron árboles, apostaron tropas antimotines e instalaron cámaras de vigilancia.
El mismo 27 de noviembre, amparados en la noche, rociaron gas pimienta sobre jóvenes pacíficos y, de no haber sido por la tramposa retirada que aceptaron los plantados, ahora no dudo ni por un segundo, a la luz de los actos de repudio, el acoso en redes sociales y de las constantes incitaciones a las golpizas, que incluso la policía hubiera disparado a quienes ni siquiera enarbolaron una pancarta contra el gobierno.
No dispararon, pero dispararán. Tiempo al tiempo. Apenas preparan el escenario para justificar todos los excesos que alguien puede esperar de una dictadura que vive sus últimos días hundida en la desesperación, y cuyo único apoyo es demasiado frágil porque proviene de los chantajes y los miedos.
Son tan débiles y falsos los argumentos del régimen para justificar la represión y el estado de terror en que vivimos que no sobrevivirían a solo cinco minutos de una discusión franca, abierta, pública con cualquiera de los jóvenes que protestaron frente al Ministerio de Cultura.
Saben mejor que nadie que no son delincuentes, ni los de San Isidro ni los del 27 de noviembre, sino representantes de una generación de cubanos a la que el hartazgo y la mentira han transformado en héroes.
No son mercenarios ni resentidos, como sí los hay de sobra en las filas del propio PCC, sino solo chicos y chicas que no están dispuestos a bajar la cabeza y vivir de rodillas, que no quieren emigrar y convertirse en emisores de remesas sino quedarse a levantar con sacrificios y sueños una Cuba que la tozudez de unos pocos ha dejado en ruinas.
Saben que no sobrevivirían a solo cinco minutos de una Anamely Ramos, excelente profesora de Arte, locuaz, lúcida frente a las cámaras de la televisión nacional, sin censura ni ediciones ni tergiversaciones, hablando en directo y exponiendo sus razones. Tampoco están en condiciones de ofrecerles el mismo tiempo al dramaturgo Junior García Aguilera, al escritor Carlos Manuel Álvarez, a la artista Tania Bruguera o a Omara Ruiz Urquiola, en opinión de muchos estudiantes del Instituto Superior de Diseño que fueron sus alumnos, una persona de una ética intachable, una excelente maestra, quizás la mejor de todo un claustro de excelencia.
Quienes actúan como delincuentes son los que se amparan en la oscuridad para reprimir una marcha, quienes se disfrazan de médicos para asaltar una vivienda, quienes no dan la cara cuando hay que golpear y violentar al que piensa diferente, quienes desinforman y manipulan.
Esos que hoy se negaron a dialogar, quienes rompieron el acuerdo casi al instante de haberlo pactado, son los mismos cobardes que rehuyeron del diálogo y salieron huyendo de aquellos pobladores de Regla, más que enojados, a raíz del desastre del tornado. Los mismos que no tuvieron el coraje de ordenar detener la caravana de autos, bajarse y conversar, discutir de tú a tú con hombres y mujeres.
No es momento de lamentar, acusar, descreer, desanimarse. Tampoco de escribir “se los dije”, o de señalarles errores e ingenuidades a nadie. Lo han hecho muy bien estos jóvenes. Ahora son tiempos de unir fuerzas con ellos, más allá de las diferencias ideológicas, y contagiarnos de sus heroísmos, de sus hartazgos, de sus sueños y continuar sumando reclamos a un régimen que no quiere escuchar, dialogar ni negociar cuando toda Cuba está diciendo ¡BASTA YA!
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