LA HABANA, Cuba.- Mi amiga se pregunta una y otra vez lo mismo. Mi amiga está ofuscada y no es para menos, No quiere comulgar con eso que dice la canción, ella sí que no cree que el dinero no es la vida, y mucho menos que es tan solo vanidad, y para probarlo me recuerda, casi llorando, lo último que hizo para ganar unos cuantos billeticos. Mi amiga se cortó el pelo y luego lo vendió, y yo escribí sobre el asunto. Yo escribí y fotografié su pelo largo, ese que estaba a punto de ser cortado y por el que le darían 60 CUC.
Mi amiga cree que el dinero sí es la vida, y por eso se deshizo de su “mata de pelo” enorme; para sobrevivir, para tener algunos CUC, 60 exactamente, para luego comprar algo que comer. Mi amiga se cortó el pelo y guardó los CUC que le quedaron después de aquella primera compra, después de esa cola que le ocupó horas y horas y en la que consiguió cuatro paquetes de salchichas, y vendió dos, para recuperar un poco lo que había gastado, que era una manera de recuperar el pelo que se había cortado, el que había vendido.
Mi amiga dijo que al menos se ahorraría un poco en los gastos de champú, pero de todas formas ya no le queda ni un CUC, y lo peor es que ya no tiene el pelo largo, ya no puede deslizar sus dedos por ese cabello que antes tuvo, y contentarse. Ya no quiere peinarse frente al espejo y, según dice, su marido no la mira igual que antes. Ahora se peina rápido y de mala gana. Mi amiga creyó que había hecho una inversión a la que podría sacar un poquito más, pero no pudo, y el pasado jueves se le derrumbó el mundo cuando miró en la televisión a Díaz-Canel acompañado de un impávido Raúl Castro, de un mudo e inconmovible secretario del partido comunista, que no dijo una palabra, quien ni siquiera se movió.
Mi amiga se quedó consternada frente al televisor, sin palabras, como mismo se quedaron muchos cubanos que se enteraron, en un brevísimo instante, que esa moneda con la que habían vivido años desaparecería en un tiempo breve, en un instante frágil, casi ya. Mi amiga y los cubanos, entre ellos yo, se quedaron lelos con la noticia, sin saber qué hacer, sin saber qué decir. Y resulta que los mismos que inventaron el CUC, los mismos que se adueñaron de los dólares y de los euros, los que se adueñaron de las monedas de verdad, de las que no eran suyas, decidieron ahora hacerlo desaparecer, borrarlos de nuestras vidas en muy breve tiempo, en apenas dos o tres días, y con el mismo irrespeto con el que actuaron antes.
En unos días ya no habrá CUC en los bolsillo de los cubanos, y eso nos dejó a todos boquiabiertos, preocupados, angustiados, rabiosos y, lo que es peor, mudos, reservados, obligadamente silenciosos; y quien se atreva a contradecir, quien se atreva a no estar de acuerdo, ya sabe lo que le espera. Quien se atreva a rebatir, en el país que alardea de consensuarlo todo, “se va del parque”, se va…, “como las almas que se han perdido”, ¿es así qué dice la canción? Ya ni me acuerdo.
Cuba se acostó hace apenas unos días con “una nueva” y se levantó contrariada. En la calle no se habla de otra cosa. La gente se pregunta, la gente se mortifica, la gente “dice pestes” del gobierno, y hasta lo llaman ladrón. Y lo peor es que la familia tendrá que seguir aportando desde un lejano “afuera”. La familia en Europa o en América seguirá trabajando para mantener a la familia cubana, para mantener a un gobierno ladrón que se va a quedar con un dinero que no es suyo y que se gana con sudor, con muchísimo trabajo, en Europa y en América, en cualquier parte del mundo.
Y por acá todo va a seguir igualito, y lo más probable es que sea peor para nosotros, mientras Antonio Castro volverá a viajar a Bodrum o a otro sitio, quizá más exquisito, y mucho más caro, y también sus hijos, y sus primos, y todos los niñitos de esos papás que decidieron hacer desaparecer el CUC, que decidieron que los dólares seguirán entrando para que hagan el mismo camino de siempre, ese camino que termina cada vez en las mismas cuentas bancarias, en los mismos bolsillos.
Y es terrible que nos preocupemos hoy porque desaparezca una moneda que no es nuestra, que desaparezca una moneda con la que no se paga a los cubanos, una moneda cuya posesión fue penada hace ya algún tiempo, una moneda que puso a algunos en la cárcel, pero que luego se hizo conveniente, una moneda que pasó del vilipendio a la alabanza y otra vez al denuesto, al baúl de los recuerdos. Yo no soy economista, y no sé nada de negocios, de operaciones bancarias, y los números me abruman, sobre todo en estas horas, estos minutos en los que tantos han perdido el sosiego, estos momentos en que todos sacan cuentas, meten la mano en los bolsillos.
Yo solo me pregunto lo que pensarán hoy los que mandan a Cuba sus sudores, las muchas horas de trabajo, los insomnios, qué pensará el que trabaja también para atender a su madre en La Habana, en Limonar, en Caimito, en el oriente empobrecido y triste, ¿Qué pensarán en este minuto los cubanos de ese exilio del que llega la esperanza, la bonanza, la sobrevida? ¿Qué pensarán esos “gusanos”? ¿Qué pensará esta tierra que soporta el peso de la abulia de los que aún estamos acá, soportando, soportando, soportando? ¿Qué pensará Cuba? ¿Qué pensarían los cubanos, si pensáramos, si no estuviéramos tan callados? ¿Qué pensaríamos si no tuviéramos esa apariencia de conformidad que nos destruye?
¿Qué vamos a hacer que no sea el silencio de cada vez? ¿Qué vamos a hacer con nuestro derecho a recibir el pago justo? ¿Qué vamos a hacer? ¿Será que creeremos que estamos mejor pagados porque aumenten, en cifra breve, los salarios? ¿Qué vamos a hacer en Cuba cuando veamos que solo aumentó en una minucia que no sirve para nada? ¿Qué vamos a hacer los cubanos más allá de aplaudir y conformarnos? ¿Haremos algo más allá de invertir los términos, de conformarnos y aplaudir? ¿Qué vamos a hacer con nuestras vidas ahora que no podemos hacer nada con los dineros? ¿Seguiremos creyendo que el dinero no es la vida? ¿Venderemos los pelos? ¡Yo no tengo! ¿Venderemos las almas? ¿Nos venderemos todos? ¿Seguiremos aplaudiendo y sin cobrar por los aplausos?
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