LA HABANA, Cuba. – Se ha ido tanta gente de Cuba que ya comenzamos a cuestionarnos, esta vez muy en serio, si quedará alguien en la Isla de aquí a una década. Me lo han preguntado varios amigos y vecinos con evidente preocupación, es más, con la certeza de que aquel viejo chiste de El Morro apagado por el último de nosotros se hará pronto realidad.
La sensación es de que no quedará nadie y, al parecer, ni siquiera llegarán los turistas extranjeros a terminar de colonizar lo que será un archipiélago desierto, en tanto han sido los primeros en distanciarse, tachando a Cuba de su lista de destinos para vacacionar, a pesar de los esfuerzos del régimen por agenciarse, a fuerza de amigos y compinches, algún que otro festival de música o premio internacional que les sirvan para vender como paraíso el mismísimo infierno.
Pero el drástico repliegue de aerolíneas, así como el de turoperadores (y la caída del negocio de la hostelería en general) hablan por sí solos de lo que está sucediendo en el que quizás sea el único lugar del mundo donde la totalidad de sus habitantes están pensando en cómo marcharse (total o parcialmente), incluidos los que están en el poder y a la sombra de este.
Casas cerradas, carteles de “se vende”, remates de muebles, adornos y ropa de uso que hablan de personas y familias enteras que se han ido o que están reuniendo todo el dinero que puedan para emprender viaje ahora o más tarde, cuando Dios lo quiera. ¡Y que no deje de quererlo! Porque solo en irse o en quedarse a luchar está la solución, pero lo último al parecer es cosa de locos.
Las señales de la desolación que aguarda a la vuelta de la esquina están por todas partes. Por ejemplo, las peculiaridades del comienzo del nuevo curso escolar han contribuido a que el tono de la pregunta se torne más grave. Niños y padres han podido constatar en su primer día de clases, sin necesidad de acudir a estadísticas ni rumores, cuánto se han reducido las matrículas en las escuelas por causa del éxodo.
Muchos de los amigos con los que convivieron hasta mayo y junio pasados ya no están ahora en septiembre, y otros tantos que sí lo están, quizás ya se habrán marchado antes que llegue el verano próximo. Se dice que hasta los maestros preguntan con total naturalidad a sus alumnos quiénes están en planes de irse, o saludan asombrados a los padres preguntándoles por cómo marchan los planes de escapada. Ya todos suponen que nadie quiera ni deba permanecer donde es imposible.
También se dice que son varios los planteles que han tenido que reagrupar a los alumnos en tanto hay aulas que han quedado prácticamente vacías. Sin hablar de los maestros y profesores que también se han marchado ya porque han decidido quedarse en sus casas por causa de los bajos salarios o ya porque han sido parte de la oleada migratoria.
En las universidades sucede algo similar. Faltan profesores y, peor aún, alumnos a tal grado que se rumora pronto vendrán más medidas de refuerzo para impedir el abandono de las carreras, así como la emigración de recién graduados de algunas especialidades, en particular las vinculadas a la investigación científica y la producción, tal como sucede actualmente y casi de modo exclusivo con carreras como Medicina, lo cual ha causado que jóvenes con planes de marcharse hayan decidido no matricular este septiembre o renunciar a los estudios casi a punto de recibir el título.
De modo que el régimen parece reconocer que puede suceder lo peor, es decir, quedarse sin nadie para someter o, planteándolo de manera más “realista”, quedarse tan solo con aquellos ciudadanos que por “causas mayores” (vejez extrema, casos sociales, enfermedades inhabilitantes, pobreza absoluta, resignación o cualquier actitud que roce lo enfermizo o demencial) no han logrado escapar, con lo cual no le será nada agradable “gobernar”, si es que se le pudiera continuar llamando así en medio de la desolación.
Tal como pinta la cosa, se quedará en Cuba aquel rezagado al que le da igual lo que suceda, ese que si hay boniato (regalado) come y si no se acostará a esperar a que otro lo siembre, se lo cocine y se lo lleve a la boca. Se quedará, entonces, el que ni siquiera con hambre vieja se convencerá de producir y mucho menos de sublevarse, y esa falsa “disciplina” o “fidelidad” finalmente encontrada por quienes la desearon y propiciaron será la aniquilación definitiva del “sistema”. Una victoria para dudosos vencedores, sí, pero ¡a qué precio!
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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