LA HABANA, Cuba.- La playa de Jibacoa abarca 15 kilómetros del litoral norte de La Habana. Localizada en el municipio Santa Cruz del Norte, provincia de Mayabeque, la mayor extensión de sus aguas cristalinas y poco profundas ha sido destinada al turismo y al Campismo Popular; mientras que el tramo plebeyo conocido como “playa Jibacoa”, es una breve franja que hace algunos años devino en importante plaza cultural gracias a la celebración, cada verano, del festival “Rotilla”, donde se daban cita lo más selecto de la música alternativa cubana y mucho público joven.
Tras la suspensión del evento en 2011 por orden del gobierno cubano, y su reemplazo por un proyecto menos atractivo llamado “Verano en Jibacoa”, la playita recuperó su discreto estatus y volvió a ser un espacio para el disfrute de los habitantes de pueblos aledaños. Su lejanía dificulta la afluencia de público; por ello, varios emprendedores que organizan excursiones a zonas de veraneo alejadas de la capital, han hecho de Jibacoa un destino frecuente.
Cada año, Aimée Calvo pospone sus vacaciones hasta la primera quincena del mes de agosto con el único objetivo de llevar a pasear a su hijo. Esta vez no pudo reservar para una instalación aceptable del Campismo Popular, así que decidió distribuir esos ahorros en excursiones. La ruta de Jibacoa le pareció asequible; el viaje costaba 3 CUC por persona y, según le habían informado, allá vendían almuerzo y otras chucherías.
Partió convencida de que la playita de sus recuerdos estaría igual de limpia y apacible. Pero grande fue su sorpresa al encontrar que el pequeño remanso no solo evidencia las huellas del paso del huracán Irma, sino que allí se acumula una cantidad de desperdicios alarmante, considerando que se trata de apenas trescientos metros de playa.
El aumento del nivel del mar y la ferocidad de las tormentas tropicales que cada año aceleran el proceso de erosión en las playas del Caribe insular, son equiparables a la indisciplina ciudadana y la desidia estatal que han causado el paulatino deterioro de Jibacoa.
La suciedad de la arena y el césped obligó a los excursionistas a alquilar sombrillas y tumbonas, cuyos precios no eran inferiores a 50 pesos moneda nacional (2 CUC). Cada visitante tuvo que limpiar su porción de terreno, cubierto de restos de comida, botellas, vidrios y hasta condones usados. Dos individuos encargados de recoger la basura iban de un lado a otro con una lona y un rastrillo, bajo un sol abrasador, recolectando residuos como podían, dada la precariedad de los útiles de trabajo.
La ausencia de depósitos a lo largo de la playa facilita que gente sin conciencia ecológica -la mayoría, por desgracia- arroje las sobras de su consumo en los alrededores. Un tanque de zinc galvanizado y picado por la mitad, próximo a los botes siempre saturados de la tienda en divisas, constituye el único vertedero donde van a parar toda clase de desechos. Para evitar que su contenido se disperse, lo han emplazado lejos del área de los bañistas, delante del kiosco donde se venden bebidas y golosinas.
“Si se pone el tanque en la misma arena, el viento riega la basura por todas partes y la arrastra dentro del agua (…) Es más trabajo para nosotros y la gente en vez de cooperar tira el pedazo de pan, la jaba, la lata o la botella dondequiera”, explicó a CubaNet uno de los trabajadores sanitarios que pidió no revelar su identidad.
Para madres solteras como Aimée, que tienen muy pocas oportunidades de disfrute, la excursión a Jibacoa fue un despilfarro. Además de la inversión en transporte, el estado de la playa, la limitada oferta gastronómica y su mala elaboración, provocaron que la mujer volviera a casa con gran disgusto. “El pan con lechón estuvo todo el día al sol y mosqueado, el almuerzo costó 30 pesos y el pollo estaba crudo en el centro (…) Mi hijo la pasó bien porque los niños gozan con cualquier cosa, pero para mí es frustrante saber que este tipo de excursión, o un campismo, es lo único que puedo pagar con mi salario, y no quedo conforme”.
Ella, al igual que tantos profesionales cubanos que devengan un salario estatal equivalente a 25 dólares mensuales, dispone de recursos muy limitados para sacarle el mejor partido a sus vacaciones. A pesar de que los medios oficiales anunciaron a principios de julio pasado que para la temporada estival se había preparado “un amplio espectro de opciones recreacionales con abundantes y variadas ofertas gastronómicas”, quienes no cuentan con remesas ni ingresos elevados siguen padeciendo la deficitaria infraestructura estatal, así como el encarecimiento y la pésima calidad de bienes y servicios.