LA HABANA, Cuba. – El 2021 ha iniciado en Cuba tal como se esperaba: un año gris, de arrastre y concatenación de errores, un rodar definitivo hacia el precipicio. A la angustia por los elevados precios y salarios irrelevantes se ha sumado la incomodidad de muchos padres cubanos que este 6 de enero despertaron a sus hijos con las manos vacías. Las colas terribles, el aumento de casos positivos al coronavirus y el desmedido encarecimiento de todos los juguetes ―incluso los de factura casera― han impuesto una triste disyuntiva a quienes procuran, pese a todas las limitaciones, comprar un presente para los niños.
Este año hay menos opciones que nunca y los precios modestos han desaparecido. Desde hace mucho tiempo los juguetes en Cuba son un lujo que pocos pueden permitirse; pero a raíz de la crisis las jugueterías más concurridas de la capital están completamente desabastecidas, a excepción de la ubicada en 5ta y 42, en MLC, y la del boulevard de Obispo, en La Habana Vieja, donde desde hace días centenares de personas, entre padres persistentes y revendedores, se concentran para comprar lo que haya.
La habitual campechanía de los cubanos no ha sido suficiente para disimular tanta frustración. CubaNet conversó con algunos padres y abuelos que coinciden en que este 6 de enero no podrán regalar nada más allá de amor incondicional. Les ha sido imposible sustituir juguetes por golosinas, porque estas resultan igual de caras y hay que pagarlas en dólares. Ni siquiera la gente práctica, que considera que el mejor regalo en este momento pudiera ser un par de zapatos, o algún útil escolar, ha podido garantizarlos. Un salario no es nada en este país, y la situación empeora cuando se tiene más de un hijo.
De tanto amenazar con que “no se van a permitir los precios abusivos”, un Avenger nuevo, en su caja, cuesta 1.000 pesos contra un salario mínimo de 2.100. Cualquier tareco de pésima factura cuesta 200 o 300 pesos, sin garantías ni reembolso. Es cuestión de suerte; si se quiebra con el primer uso, el cliente pierde su dinero.
Los particulares han cuadruplicado los precios a sabiendas de que su mercancía posee calidad y variedad ligeramente más atractivas, mientras el Estado vende los mismos trastos de siempre porque no faltará quien los compre, a pesar de las críticas y los lamentos.
Los niños cubanos figuran, probablemente, entre los que menos acceso han tenido a juguetes de su agrado; y los padres cubanos entre los más sufridos por no poder comprar la bicicleta, la X-Box o la figura de Spiderman que un infante ilusionado pidió como regalo. Si en la era soviética se asignaban tres juguetes al año (básico, no básico y dirigido), hoy con suerte a la mayoría de los niños les toca uno, el que aparezca y se pueda comprar; pues como dijera el Apóstol: “los pobres no escogen”. También en ese sentido estamos peor.
No faltan en esta fecha quienes critican el esfuerzo de otros con el pretexto de que el Día de Reyes no es una tradición para los cubanos. El sentido pragmático de los tiempos que corren obliga a zanjar el asunto con rotundas aseveraciones, al estilo de: “ahora mismo el mejor regalo es un plato de comida, y va en coche”. Son palabras hoscas que ayudan a lidiar con la miseria, pero hasta la madre más estoica admite que le hubiera gustado comprar ese juguete ridículamente caro aunque no fuera nada del otro mundo, pues su hijo no es menos que nadie.
Aunque fueron abundantes las expectativas, hoy los reyes no llegaron a tiempo por hallarse enredados en las colas. Algunos dieron gusto a sus hijos con el producto del demonizado acaparamiento y la odiada reventa, porque está claro que el salario de madres y padres cubanos no paga comida, calzado, juguetes ni helados de Coppelia. El niño que esta mañana abrió los ojos y encontró una sorpresa fue gracias al importe de las remesas, la “luchita” o, en los casos menos frecuentes, algún negocio familiar próspero. Los proletarios, que son la mayoría ―beneficiarios primerísimo de la Revolución―, tuvieron que conformarse con un beso y una promesa para el año próximo.
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