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Katherine Bisquet: “Tenía que elegir y yo siempre elegiré el amor”

En entrevista con CubaNet, la escritora aseguró que “las autoridades en Cuba tienen total impunidad para hacer cualquier cosa en nombre del Estado”

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LA HABANA, Cuba.- Luego de tres meses encarcelado e incomunicado en Villa Marista, el temido Departamento de la Seguridad del Estado cubana, a fines del mes de septiembre el artista Hamlet Lavastida fue obligado al exilio pero, para ello, coaccionaron también a su pareja, la escritora Katherine Bisquet Rodríguez. El destierro fue para ella la única posibilidad de salvarlo, “ahí radicaba la peor tortura”. En apenas cuatro días, Bisquet tuvo que hacer sus maletas y despedirse de quienes pudo, todo bajo la más estricta vigilancia de la Seguridad del Estado cubana, y también bajo discreción en lo que fue, según sus propias palabras, “el peor tiempo de mi vida”.

¿Cómo logras salir de Cuba y por qué? ¿Quiénes mediaron, participaron o apoyaron ese proceso? ¿Cuál fue el papel de la Seguridad del Estado cubana?

Empecemos entonces por el final. Digamos que no fue realmente un logro, fue una expulsión, una decisión tomada bajo la presión de la Seguridad del Estado sobre la excarcelación de mi pareja Hamlet Lavastida. La Seguridad del Estado se apoderó del capital del amor, del compromiso de un ser humano con otro, y de la sensibilidad. Sobre todo, eso, la Seguridad del Estado desplegó un recurso tan vil como el chantaje sobre los dolientes, los seres más cercanos a Hamlet, y nos hizo saber que su excarcelación sería posible solamente con mi salida del país.

En ese proceso me imagino que la Seguridad del Estado no tendría prueba alguna para inculpar a Hamlet, y el término procesal para la investigación no debía sobrepasar el tiempo mínimo (tres meses) de la sentencia de un delito común como “instigación a delinquir”, delito que se le imputaba a Hamlet de manera oficial, y que incurría en la sanción de privación de libertad de tres meses a un año o multa de cien a trescientas cuotas. Entonces, digamos que este teatro debía terminar en algún punto, según sus propias leyes. Pero esto no es garantía en lo absoluto de nada, la ley en Cuba no es garantía de nada, y no nos protege.

Las autoridades en Cuba tienen total impunidad para hacer cualquier cosa en nombre del Estado y bajo la justificación de la protección del Partido. Entonces el ciudadano cubano no es nada, un ser desprovisto de todos sus derechos, hasta de su propia identidad. Somos seres nadando en la ilegalidad. Y eso nosotros lo teníamos bien claro. Había cambiado el contexto en Cuba después de las protestas del 11J, la represión había aumentado, y la ilegalidad y la arbitrariedad eran y son dos armas que la Seguridad del Estado iba a usar en su totalidad con el fin de buscar un culpable. Somos eso para el Estado cubano, posibles culpables. Entonces, con Hamlet podía pasar cualquier cosa, de igual manera conmigo. Ellos prefirieron sacarnos del terreno nacional. La paranoia del régimen sobre la posibilidad de que nosotros podríamos seguir sensibilizando y sumando gente a defender sus derechos era simplemente inadmisible. Y ante la campaña que se les venía encima sobre el presidio de Hamlet y la represión sobre mujeres como Carolina Barrero, Tania Bruguera, Camila Lobón o yo, prefirieron chantajearnos y presionarnos para que saliéramos del país. En mi caso, bajo la tortura de extenderle el tiempo de presidio de Hamlet.

¿Cómo fue tomar esa decisión? ¿Cómo fue la despedida tanto de tu patria como de tus amigos y familiares? ¿Qué dejaste detrás, en Cuba?

Cuando se toma una decisión así, bajo la desesperación, no queda margen para racionalizar nada. Solo tuve cuatro días desde que me dieron la visa para hacer las maletas y despedirme de los amigos que tenía a mano, para dejar a mi gata de 15 años, para regalar cada cosa que significara algo para alguien, para botar el resto. Saqué un pasaje de inmediato, un día que me demorase significaba un día más de presidio para Hamlet. En esos cuatro días me deshice de casi todas mis cosas y llené dos maletas con algunas otras que pudiera recordarme todo lo vivido.

Mi familia vive en provincia, mis tíos, abuelos, no pude despedirme de ninguno de ellos. Mi madre estaba en Cuba en ese momento, tampoco pude tener casi tiempo con ella ya que se encontraba en casa de mis abuelos, quienes están bastante delicados de salud. Fue un tiempo para no pensar en nada, solo en la premisa de tener que salir lo más rápido posible para poder salvar a alguien. Es terrible tener esa sensación, o que te la pongan encima, la responsabilidad de tener que salvar a alguien. Eso me lo hicieron creer por mucho tiempo, y ahí radicaba la peor tortura. No podía dormir, no podía escribir, ni leer, ni disfrutar de nada en lo absoluto. Ha sido el peor tiempo de mi vida. El tiempo de tener el mayor peso del mundo sobre mis espaldas. Tenía que elegir, y yo siempre elegiré el amor, es lo único que me ha salvado siempre.

Foto cortesía de la autora

Fundamentalmente desde el acuartelamiento en San Isidro, en noviembre del 2020, la Seguridad del Estado recrudeció la represión contra el MSI. ¿Cómo fueron esos meses para ti? ¿Qué experiencias tuviste y cómo fue el tener que afrontarlas?

Fue un tiempo casi en su totalidad bajo prisión domiciliaria, o como bien se le podría denominar “privación ilegal de la libertad”. Mientras, desde adentro, desde ese presidio se sufre la represión con mayor desesperación. Te acomete la locura y la pérdida de la realidad, del tiempo, no se sabe de un término, una fecha para la culminación de ese encierro. Un día cualquiera te levantas con las ganas de salir, de tomar un poco el sol, y en los bajos de tu casa hay parqueadas dos patrullas y no sabes por qué, entonces nos queda la opción de mirar las noticias en Facebook para ver qué está sucediendo, y en efecto, puede que esté sucediendo en ese momento una protesta en la provincia de Matanzas, nada que justifique ese sitio policial, entonces uno entiende que su mera existencia es un peligro para el régimen, nada de lo que pueda suceder en la isla es justificación para eso, para la represión, pero el hecho de que tu sensibilidad o empatía te alcance para protestar y oponerte a la injusticia es suficiente para ser tachado de provocador y culpable de cualquier cosa.

Uno sufre más cuando le represión está puesta sobre los cuerpos que uno ama que sobre uno mismo. Porque cuando está en uno mismo se puede controlar, se puede medir, como los síntomas de una enfermedad. Cuando está afuera, cuando está sobre otros, la impotencia, la fuerza y el grito contenido no caben en unas palabras, en un post en Facebook. Dan ganas de tomar ese lugar, el lugar del reprimido, y sientes la injusticia en mayor escala, ya has sentido ese peso y sabes bien lo que cuesta y lo que pesa. Entonces te aferras a lo único que tienes, tu propio cuerpo y libertad personal, y repites como un mantra el ejercicio de salir de la casa y ser conducido en una patrulla hasta una estación de policía. No hay nada de soberbia en ese hecho, ni se trata de un simulacro para mostrar en escena un acto absurdamente represivo, es más una cuestión de obtener uno mismo un poco de justicia mental, una gota de libertad que se reivindica en el arranque, en la pasión, en la pérdida del miedo. Así eran mis días, los días tuyos, los días de muchas mujeres, eran días de agobio, días de naturalizar algo que es inadmisible en cualquier parte del mundo, días de perder muchas cosas, días de reservar lo poco que le queda a uno para poder seguir viviendo, la imaginación y la alegría.

Supongo que todavía estés asumiendo ese destierro y reorganizando tu vida, ¿algunos planes para el futuro? ¿seguirás escribiendo?

Tengo muchos planes, los mismos que he tenido siempre, seguir escribiendo, seguir estudiando, seguir conociendo personas, seguir creciendo. Esta vez quisiera escribir algo mucho más grande, no sé si una novela. Necesito expulsar toda la mierda que viví en Cuba, y todo lo que gané y aprendí al lado de mis amigos. El destierro lo asumo como algo natural, soy consecuente con eso. Cuba es un país que ha desterrado a todos sus hijos. Todos los cubanos que me rodean aquí en el exilio son desterrados también, porque el solo hecho de que tu existencia sea imposible en ese país y tengas que verte en la obligación de irte sin idea de retorno no es más que otro tipo de destierro. Lo veo de esa manera, gente huyendo hacia todas partes, y gente luchando para que eso no siga sucediendo. Yo seguiré en ese bando, en el bando de los que no se cansan y siguen viendo la posibilidad de la libertad.

En Cuba desarrollabas tu activismo contra la dictadura como parte del MSI; ¿continuarás denunciando al régimen cubano? ¿De qué manera?

En realidad, hago activismo desde mi individualidad, no desde ningún grupo o movimiento. El MSI como el 27N son mi familia, mis amigos, mi gente. Y yo siento que fluyo desde cualquier lado, desde mí, desde estos grupos, desde cualquier otro grupo que se pueda formar. Esa es la libertad que he defendido siempre, la libertad personal. Y siento la comodidad y la pertenencia con estos grupos culturales porque se tratan de nacimientos que yo misma pude presenciar y del crecimiento en el que también pude abonar algo.

Todas nuestras creaciones deben dejar de ser de nosotros mismos, solo así tienen poder sobre otros. Pasan de ser algo objetivo y físico a convertirse en una idea, un sentimiento, una inspiración. En esa mutación radica el éxito de estos grupos, que dejan la forma tácita organizativa como forma de resistencia en un momento específico y se desintegran y forman nuevas cosas, pasan a ser referentes, a ser ensayos, experiencia acumulada. Hoy vengo a Berlín con el MSI y el 27N adentro, eso nadie me lo quita. De aquí en lo adelante puede pasar cualquier cosa, puedo fundar un partido político, puedo integrarme a otro grupo, puedo dedicarme a criar gatos, puedo ponerme a escribir una novela. No tengo garantía de nada, porque siempre he actuado por impulsos, dado a mi sensibilidad y empatía.

De lo primero que tenemos que librarnos es de la cárcel de nuestras propias mentes y de la cárcel imaginativa que te pone la opinión pública. Ya mi vida inevitablemente ha estado demasiado expuesta porque así ha tenido que ser, para poder sensibilizar y hacer llegar mis conflictos a otros. Muchas veces uno es presa de su propia narrativa y crea un falso compromiso social porque cree que eso es lo correcto. Yo siempre he ido en contra de eso, porque soy muy fiel a lo que siento, y creo ser consecuente con mi sinceridad. Por tanto, lo que hago, lo que he hecho y lo que haré, será desde lo personal, no desde la grandilocuencia de un pensamiento. Voy a las simples cosas y los seres humanos específicos. Voy a lo que puedo lograr, a lo que puedo defender y a lo que puedo amar.

Las experiencias de vida, sobre todo las más crudas, suelen marcar a las personas. Tanto Heredia como Martí describieron el dolor del destierro en varios poemas o textos literarios. Como poetiza, ¿cómo describirías lo que significa ese destierro para ti?

Como un platicerio, carga con todas las raíces y con esas cosas que te vertebran…

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Camila Acosta

Camila Acosta Rodríguez (Isla de Pinos, 23 de junio de 1993). Licenciada en Periodismo, Universidad de La Habana, 2016. Trabajó como Periodista en el Canal Habana. Instituto Cubano de Radio y Televisión. Ha realizado dos documentales audiovisuales: uno sobre la Masonería en Cuba, y otro sobre las Hijas de la Acacia (rama femenina de la Masonería Cubana). Por estos trabajos obtuvo el reconocimiento de la Academia Cubana de Altos Estudios Masónicos, en diciembre del año 2017. Ha publicado en varios medios de prensa cubanos y extranjeros. Ha colaborado con el periódico The New York Times, trabaja como periodista de CubaNet y como corresponsal en La Habana del diario español ABC. Autora del libro “Del Templo al temple. Silencios y escándalos de la masonería cubana” (Editorial Primigenios, 2022).

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