LAS TUNAS, Cuba. — Otra vez ciudadanos cubanos sin acceso a dólares, parole humanitario ni posibilidades de ir a vivir a Estados Unidos mediante el programa de reunificación familiar —situaciones estas que los harían mantenerse callados con tal de emigrar — han protestado, sí, por sus misérrimas condiciones de vida en un sistema que se dice “socialista democrático” y pregona “justicia social”. Por respuesta a sus reclamos de políticas públicas justas, estos cubanos han recibido censura y violencia.
Lo ocurrido el pasado sábado en el extremo oriental de la Isla, con trascendencia para todo el archipiélago, no es un hecho inédito, sino la reiteración del terrorismo de Estado ejercido por el régimen castrista desde 1959 y hasta el día de hoy para perpetuarse en el poder. En el lejano Caimanera, en la provincia Guantánamo, ya los manifestantes estarían golpeados y presos cuando, pasadas las ocho de la noche y sin acceso a internet, ya en Puerto Padre, intuíamos que algo importante estaba ocurriendo en algún lugar de Cuba: vislumbrábamos el acontecimiento por el despliegue de soldados boinas rojas (policía militar) patrullando las calles.
Aunque sociológicamente el archipiélago cubano hoy es un lugar idóneo para la ocurrencia de borracheras desordenadas, donde es frecuente que las personas traten de olvidar sus problemas ingiriendo bebidas alcohólicas, no voy a perder mi tiempo —ni hacerlo perder a los lectores — refutando la versión oficial acerca del origen aguardentoso de las protesta en los poblados de Boquerón y Caimanera, aunque en algunos casos, las voces reclamantes tuvieran profusos alientos etílicos, pues, de ser así, no sería el alcohol el asunto de fondo, sino de forma.
Aunque el discurso oficial castrocomunista, por más de 60 años, ha pretendido denigrar a sus oponentes tildándolos de “contrarrevolucionarios”, “gusanos”, “mercenarios”, “bandidos”, “vendepatrias”, y ahora “borrachos”, lo cierto es que, desde el mismo año 1959 en que tomó el poder, el régimen castrista debió enfrentar a sus adversarios, que en una primera etapa fue de lucha armada, de guerra civil, que concluyó el 4 de julio de 1965, cuando fue capturada la última guerrilla anticastrista, luego que el régimen, mediante un crimen de guerra como es el traslado forzoso de la población, desterrara a los campesinos que colaboraban con los alzados.
Pero el régimen castrocomunista tiene suerte, mucha suerte. Primero que todo y con la misma importancia de haber tenido cuenta abierta en las multimillonarias arcas de la extinta URSS y de todos los países comunistas satélites de Moscú, en lugar de ser proscripto como violador sistemático de todos los derechos humanos, ha sido, y es, “bendecido” como benefactor de los desposeídos por las izquierdas y los socialistas de Europa y de Estados Unidos, haciéndolo aparecer como una suerte de Robin Hood. Y por si no fuera suficiente con el apoyo y la connivencia política de los comunistas y los cuasi comunistas del mundo, paradójicamente, mientras el Congreso y las administraciones de Estados Unidos embargan económica y financieramente a la dictadura, también sirven de válvula de escape liberando presión a la caldera a punto de explotar que es Cuba. Justo a partir de 1965, con las cárceles atestadas de presos políticos y con las calles tomadas sin mucho ruido por sus familiares, el movimiento hippie y una juventud con oídos sordos a la propaganda comunista, pese a la amenaza cierta de los campos de concentración de la eufemística UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), Fidel Castro jugó una baza y la ganó aquella vez y sus seguidores la siguen ganando hoy.
Por aquello de que “al enemigo que huye puente de plata”, en octubre de 1965 el puerto de Camarioca, por el que salieron de la Isla miles de cubanos opuestos o descontentos con el régimen castrocomunista, marcó el ciclo del éxodo, períodos de huidas masivas llamadas a apalancar más el comunismo en Cuba, mucho más que todas las ayudas económicas y los apoyos políticos de las izquierdas internacionales. Aunque sin abrir puertos, sino aeropuertos, ya en la vejez, como quien lega una hacienda, Raúl Castro repitió las estratagemas archiconocidas, soltando gas, digo, cubanos, y si no para ampliar la válvula de escape sí para legitimarla, la administración del presidente Biden ideó el “parole humanitario”. Luego, larga vida parece tener la dictadura y un futuro próspero los herederos del castrismo, si los retos de la libertad de Cuba entrañan la permanencia de sus hijos en su país. ¿Imagínense si todos los que se fueron estuvieran dentro de Cuba hoy…?
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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