MIAMI, Estados Unidos. – El pasado 3 de septiembre, el periódico Juventud Rebelde -órgano oficial de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC)- publicó un texto titulado “A Martí no se toca”, de Luís Raúl Vázquez Muñoz.
El periodista comunicó sobre un suceso realmente vergonzoso, consistente en el descubrimiento de un busto de José Martí sobre un basurero, tiznado, descubierto por un joven comunista que -indignado- lo sacó del lugar ante la indiferencia del trabajador encargado de quemar los desechos sólidos depositados cerca de la vía.
Según el periodista, actualmente el busto del Apóstol se halla al amparo del Comité Provincial de la UJC de Ciego de Ávila.
Después de introducir al lector en el lamentable hecho y sus connotaciones, el periodista se hace varias preguntas interesantes y afirma -refiriéndose al desconocimiento existente en Cuba sobre la vida y obra de José Martí- “que no se respeta lo que no se conoce, y lo desconocido difícilmente genera cariño”.
Comparto las preocupaciones del joven periodista, pero es evidente que ha evadido -intuyo que con mucha suspicacia- adentrarse en el análisis de un hecho que no es casual y que tiene honda significación en el ideario cubano contemporáneo.
Jamás he leído una sola noticia que se refiera a un hecho similar ocurrido antes de 1959, esa etapa que los comunistas llaman despectivamente la pseudo república. La única profanación que recuerdo de ese lapso fue la vergonzosa escalada de algunos marines yanquis sobre la estatua del prócer en el Parque Central de La Habana, hecho que suscitó una inmediata repulsa popular. Precisamente entre los protestantes estaba un joven llamado Fidel Castro, quien en el juicio por el asalto al Cuartel Moncada se presentó como demócrata y fiel seguidor de las ideas del Maestro. Apenas tomó el poder en 1959 se convirtió en su principal negador.
Fue a partir de entonces -y conseguida la supresión de la enseñanza privada- que la educación quedó totalmente en manos del Estado totalitario, maniatada a los ucases ideológicos del castrismo. La enseñanza de la historia patria quedó reducida a estrechas lindes en las que sólo importaba lo que de sostén ideológico podía servir a la dictadura.
Una manipulación intelectual como esa ceba sus efectos en los ignorantes. Por ello no resulta desacertado concluir que muchos jóvenes comenzaron a mostrar desinterés, luego apatía y hasta rechazo con relación a todo lo relacionado con nuestra rica historia. Porque ocurrió desde entonces que el fin de toda la educación cubana estuvo encaminado a sembrar odio contra el imperialismo. Sin embargo, contrariamente a ese objetivo ideológico -perseguido por una enseñanza adoctrinadora-, lejos de crecer el rechazo hacia EE.UU., su potente cultura multinacional y sus ideales consumistas, de bienestar y progreso, el régimen provocó un efecto contrario, tipificado inicialmente por una soterrada -debido a la represión- ola admirativa que luego se convirtió en un tsunami de indetenible simpatía hacia casi todo lo que procede del norte. No en balde, cada cien jóvenes cubanos, más de ochenta desean ir a vivir a ese país, y creo ser conservador.
Ya en la década de los años noventa del pasado siglo, durante la crisis conocida eufemísticamente como “período especial en tiempos de paz”, de la cual aún no hemos salido, algunos vándalos comenzaron a romper los bustos del Apóstol que existían en casi todas las cuadras del país, y hasta a robarlos. Pero antes de hacer cualquier enjuiciamiento sobre estos hechos deberíamos atender a una pregunta sumamente inquietante: ¿Puede considerarse respetuoso el proceder de una dictadura que comenzó a producir en serie los bustos de José Martí, desentendiéndose de elementales códigos estéticos? ¿Qué belleza o respeto puede producir un busto realizado con tales características? Eso no justifica en modo alguno el suceso narrado por el periodista de Juventud Rebelde, pero es una realidad que hemos sufrido por decenios.
En cuanto a que el pueblo cubano desconozca la vida y la obra de Martí, es absoluta responsabilidad del castrismo. No sólo porque continúa enseñando de forma manipuladora nuestra historia y la de nuestros principales héroes -sin reflejar jamás sus debilidades y momentos oscuros-, sino porque, en el caso específico del Apóstol, distorsiona su pensamiento hasta el absurdo de hacerlo coincidir con el ideario comunista, lo cual creen a pies juntillas muchísimos ignorantes. Hacerlo de forma objetiva develaría la incongruencia del ideario martiano con la praxis comunista, pues no puede coincidir un pensamiento libertario, democrático y pluripartidista con otro raigalmente discriminatorio, excluyente y dictatorial.
Los libros de José Martí deberían estar a la venta en todas las librerías del país y a precios módicos, pero no es así. A Guantánamo todavía no ha llegado siquiera la edición crítica de sus Obras Completas. Por otra parte, los Círculos de Estudios Martianos son controlados por la Unión de Jóvenes Comunistas, que es la que orienta a los jóvenes los temas sobre los que deben estudiar y escribir, casi siempre relacionados con la presunta crítica absoluta del Apóstol a los EE.UU. Si realmente los Círculos de Estudios Martianos quisieran honrar la memoria del Apóstol, lo primero que tendrían que hacer es convertirse en centros públicos de debate y análisis histórico de su pensamiento y admitir todo tipo de intercambio democrático acerca de sus ideas.
Más vergonzoso aún es que los dictadores cubanos y sus arlequines de la Asamblea Nacional del Poder Popular hayan consignado en la reciente Constitución que en Cuba ya se ha logrado que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.
Es por eso que un busto de José Martí puede ser echado sin respeto alguno en un basurero, de la misma forma en que el rostro del Che ha sido colocado de forma ilegal y vergonzosa en nuestra gloriosa bandera nacional por los mismos comunistas que se dicen defensores de los símbolos nacionales. Y por lo mismo se entiende que nuestra enseña nacional haya sido usada groseramente por personas vinculadas al castrismo.
Obviamente, de eso no escribió el periodista de Juventud Rebelde.
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