LA HABANA, Cuba. — La catástrofe ocurrida en los depósitos de combustible en la bahía de Matanzas se suma a una larga lista de infortunios acaecidos en muy poco tiempo, que ha terminado por avivar la superstición de los cubanos. Algunos aseguran que el país está maldito; otros, que Díaz-Canel está “salao”, y no faltan los aleluyos que convidan al arrepentimiento porque el reino de Dios está cerca, aviso reglamentario en época de desgracias.
El propio Díaz-Canel admitió que “estamos salaos” porque no hay manera de resolver la crisis económica sin aliviar al menos la crisis de abastecimiento de combustible; combustible que ahora mismo se derrama, quema y emite peligrosos gases hacia la atmósfera de una Isla que ya no puede ser más sombría.
Han ocurrido tantos “lamentables accidentes” en fechas cercanas (todos bajo investigación), que lo sucedido en Matanzas no debe tener otra causa más que la negligencia e incapacidad de un gobierno al que solo le interesa estirar la melcocha hasta donde pueda, con el único propósito de seguir captando dólares para luego desaparecerlos sin haber mejorado ni una sola de las precarias infraestructuras que posee el país.
No hace falta calcular las probabilidades reales de que en tres meses dos rayos impacten en la zona industrial de Matanzas; ni cuestionarse la calidad y el mantenimiento de los pararrayos que debían proteger cada uno de los depósitos. La evidencia más clara de cuáles son las prioridades de este gobierno está en la imagen donde se ve a una enfermera con un trozo de cartón, abanicando la espalda quemada de uno de los bomberos.
Esa fotografía rompe el alma; especialmente porque todos los recursos que deberían ser destinados a los hospitales de este país se hallan en función de la comodidad de un puñado de barrigones insensibles, codiciosos y desalmados, que medran bien lejos de las llamas.
Basta imaginar cuánto puede doler una quemadura de segundo o tercer grado, y cuán desesperante debe ser no poder contar con el alivio de una habitación climatizada en pleno agosto, para que nadie hable nunca más del “esfuerzo” que hace el Estado para asegurar nada. Hay 17 bomberos desaparecidos y una instantánea que explica justamente por qué. Ahí se los ve, casi metidos en el fuego con las mangueras de rutina, útiles como mucho para apagar un incendio casero.
Estaban así de cerca porque el gobierno revolucionario no garantizó los equipos ni la tecnología necesarios para hacer frente a esta clase de siniestros; así como tampoco hubo preocupación por darle mantenimiento a los pararrayos y conectarlos a tierra correctamente, según aseguraron dos fuentes entrevistadas por Diario de Cuba. El régimen cubano es tan miserable materialmente que se ha visto obligado a solicitar ayuda internacional. Y es tan miserable moralmente que solo ha aceptado la de países “amigos”, porque son los que están dispuestos a no decirle al mundo lo que con sus propios ojos van a comprobar en el lugar de los hechos.
Si la causa del incendio fue negligencia o error humano, no escapará al ojo de un bombero experto; pero mientras sea mexicano o venezolano todo queda en casa. De Estados Unidos solo se ha aceptado “asesoría técnica”; nada de ayuda presencial. Temen que la historia del rayo se convierta en algo más que una fatalidad aislada; que se sepa que, por destinar miles de millones a propaganda, represión interna e injerencia internacional, no se han ocupado de proteger las vidas de los cubanos.
Hace tres meses ocurrió la explosión del hotel Saratoga y ahora sucede esto, en medio de una epidemia de dengue hemorrágico, con los casos de COVID-19 en aumento y una crisis general que hace mucho se le fue de las manos a Díaz-Canel y su gabinete de triglicéridos. Pareciera que la desgracia no nos da tregua; pero esto no tiene nada que ver con “salaciones”, aunque todo el mundo diga que Díaz-Canel está osogbo.
La verdad se aprecia en las imágenes de Matanzas, sus valerosos hijos, su deteriorada infraestructura de salud y los miles de evacuados que han tenido que abandonar sus casas en el peor escenario socioeconómico desde 1959. De ellos se ocupará el mismo gobierno que tiene a los bomberos en harapos y sin recursos, mientras las tropas antimotines presumen uniformes y artefactos modernos para reprimir.
Los matanceros volverán a escuchar el teque de la miseria coyuntural y el sacrificio necesario, pero esta vez en boca de la mujer que hace algunos años, en plena Cumbre de las Américas y sin escatimar chusmería, le gritó a un reportero que “los cubanos somos ricos”. Susely Morfa es hoy la Primera Secretaria del Partido Comunista en Matanzas, y muchos quisieran preguntarle dónde está la riqueza de un país cuyas enfermeras tienen que abanicar las quemaduras de ciudadanos que arriesgaron su pellejo para proteger a sus compatriotas, y los bienes de un Estado que ha permitido que los hospitales del pueblo se conviertan literalmente en pocilgas, por falta de inversiones.
No es una maldición lo que gravita sobre Cuba. Es la continuidad; la maldad evidente de un gobierno al que no se le puede señalar ni una sola virtud. Cada cosa que no funciona en esta desdichada Isla, cada víctima de los tantos accidentes ocurridos en los últimos años, es culpa de ellos. La tripulación y los pasajeros del avión que se estrelló en 2018, las niñas aplastadas por un balcón en la Habana Vieja, los miles de fallecidos por COVID-19, los 46 muertos del Saratoga y las vidas consumidas por el fuego en la zona industrial de Matanzas, es culpa de ellos.
Es imposible robarse un país, saquearlo y hambrearlo por más de seis décadas, y luego cargarle la responsabilidad al pueblo, o a la naturaleza.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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