LA HABANA, Cuba. – “¿En qué casa?”, es lo que pudieran preguntar a coro y hasta con aplausos de ironía esas miles de familias que en Cuba no cuentan con una vivienda digna o la que tienen, por relativamente espaciosa que sea, no puede dar refugio ni proveer de seguridad sanitaria a una familia numerosa.
Ahora que la frase más divulgada en los medios y redes sociales es esa de “Quédate en Casa” —que además llega con carácter obligatorio, amparada por decisión de los gobiernos y las leyes, bajo un fundamento lógico— valdría la reflexión sobre si resulta posible asumirla “universalmente” como una medida realista en contextos como el cubano donde una vivienda, por pobre que sea, es un lujo.
Quien conozca nuestra realidad plena de “solares”, cuarterías y “lleguipones”, de casuchas improvisadas donde antes hubo una cochiquera, un palomar y hasta un cuarto de herramientas, un garaje o un contenedor de carga marítima, comprenderá cuán hipócrita puede llegar a ser el acto de preguntarnos por qué la gente deambula por las calles o conversa sentada en las aceras y parques, a pesar de la letalidad de una pandemia.
“¿Cómo nos encerramos diez personas en un cuarto donde apenas cabemos dos?”, me preguntaba hace días, con evidente desesperación, un amigo que vive con sus padres, abuelos y hermanos en un pequeño apartamento en la Calzada de 10 de Octubre, en La Habana.
Además de ser un lugar húmedo a causa de oscuro y mal ventilado, apenas dispone de un dormitorio y una sala pequeña de tres metros por cuatro, de modo que para dormir, me cuenta, las diez personas despliegan colchonetas sobre el piso ya bien tarde en la noche cuando no queda nadie más por bañarse o comer, cuando ya el sueño los rinde por cansancio y el calor intenso no los desvela.
La realidad de este amigo no es una excepción. Donde vive —porque lo he podido comprobar las veces que lo he visitado—, es una vieja casona de los años 40, transformada a la fuerza en edificio multifamiliar como los muchos tantos palacetes que hoy son cuarterías que se caen a pedazo en esa populosa calzada de la capital donde abunda el espanto.
No hay modo de pasar un encierro seguro, por breve que sea, en tales condiciones y, como afirma esta misma persona, tampoco hay manera de guardar alimento suficiente para aguantar tantos días.
“¿Cómo es posible que algunos vean imprudencia donde apenas hay necesidad, pobreza?”, me pregunta a su modo este señor que, a pesar de haber trabajado durante años como profesional en una empresa del Estado, hoy no tiene un techo apropiado para cuidarse de caer víctima de la enfermedad.
Aunque son ciertos y reprobables los casos de imprudencia, debemos también comprender que las calles de las ciudades y pueblos cubanos están llenas de gente no porque todos sean tontos ignorantes ni sobrados de coraje, sino porque es cuestión de obligatoriedad, imperiosidad, de ausencia de condiciones mínimas para poder aislarse.
Muchos de los y las que vemos en las imágenes hacer filas y hasta enjambres violentos en los comercios desabastecidos, incluso sentados en el parque de brazos cruzados, o a la entrada de las casas como si los matara el aburrimiento están ahí porque les resulta imposible estar donde debieran estar. Y lo más triste es que ellos y ellas lo saben.
“En una situación normal, en la casa jamás estamos los diez a la vez. Es solo ir a dormir pero ahora ¿cómo nos encerramos un mes con tanto calor y sin lugar para sentarnos?”, me escribe este mismo amigo, que además me narra las peripecias que deben hacer para ahorrar agua ahora cuando el municipio es abastecido solo cada tres días.
Otro conocido, pero de Arroyo Naranjo, me describe una situación similar por causa de las malas condiciones de su vivienda. Aunque vive solo, su diminuta habitación tiene una única ventana que da a un pasillo estrecho por donde transitan constantemente los otros vecinos del lugar, muchos de los cuales están obligados a permanecer en la calle o recibiendo visitas porque dependen de eso para sobrevivir, para llevar el alimento a la mesa familiar.
“Tosen, gritan, juegan dominó y no por molestar, si no ¿cómo se van a meter todos en un cuarto? Están obligados como yo a sentarse en el pasillo hasta que sea de noche. Esto no son casas, son cajones donde uno duerme”, escribe esta persona bajo el temor de enfermar pero, como él mismo dice, no puede hacer otra cosa que resignarse.
“Yo hice mi baño dentro del cuarto, un bañito con lo fundamental, pero hay quien tiene que usar el baño colectivo. Si aquí alguien se enferma, todos nos vamos a enfermar, y somos como cincuenta personas, niños, viejos, gente con VIH. Estamos obligados a salir porque el agua viene cada cuatro días, y solo llega hasta una pilita (grifo) en la entrada”, se queja este amigo que además dice sentir rabia cuando enciende la televisión y escucha a artistas, músicos y dirigentes, todos a resguardo en grandes salones y habitaciones cómodas, pronunciar la frase “Quédate en casa”.
A pesar de que la crisis de la vivienda se refleja muy bien en los números, no es necesario acudir a las estadísticas publicadas para comprobar si la situación en Cuba es en general tan dramática como la describen estos dos amigos. Basta con colocar un dedo al azar sobre el mapa de la isla, ir a ese punto y observar la precariedad de cuanta edificación con tales usos nos rodea. Incluso en aquellas que no aparentan destrucción e insalubridad debiéramos entrar, tocar a las puertas y observar, sentir la humedad, el calor, la mugre, el hacinamiento y la desesperación. Entonces no diremos tan irresponsablemente una frase que para muchos puede ser muy cruel: “Quédate en casa”.
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