LA HABANA, Cuba. – Es una idea aceptada por Occidente que la pandemia de COVID-19 está cambiando al mundo. Varios líderes ya se han pronunciado acerca de cómo superar este infortunado lapso de pérdidas en todos los niveles y encarar un futuro lleno de desafíos. Los países más castigados se han sumido en un profundo examen de conciencia para asegurar que el desastre no se repita, e insisten en su llamado a la buena voluntad, la integración social y la protección de todos los derechos ciudadanos.
Mientras se dialoga sobre esta premisa allende los mares, otro ataque contra la prensa independiente cubana ha aparecido en las páginas del diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba (PCC). En un ambiente tenso, marcado por el incremento de la represión, las acusaciones han vuelto a la primera plana con renovada furia, refrendando la estrechez de miras de un sistema de gobierno contraproducente hasta para sus propios fines.
Cuba se acerca al pico de contagios por COVID-19 mientras el régimen, en vez de concentrar sus esfuerzos en que salgamos de la crisis con el menor daño posible, insiste en atacar a ese segmento que cuestiona enérgicamente su gestión, como si ejercer la crítica fuera una declaración de guerra. Los agentes de la Seguridad del Estado aprovechan el aislamiento físico, la incertidumbre y el despliegue policial para intensificar el acoso; mientras la propaganda intenta vender el embuste de que en Cuba se respeta la libertad de expresión.
En su insulsa parrafada el heraldo del PCC se ha referido a los “periodistas independientes”, entre comillas, para dejar claro su menosprecio hacia el trabajo de quienes navegan en sentido contrario a la perorata normada, buscando y exponiendo verdades incómodas. Ante el enorme riesgo que hoy supone para la prensa alternativa trabajar en las calles, el Granma procura recuperar la atención de los ciudadanos con historias delirantes sobre operaciones subversivas de la CIA y vecinos mercenarios.
Es de muy mal gusto que el principal diario cubano, amparado en su visibilidad —a falta de credibilidad—, lance un ataque infame en momentos de total indefensión para cualquier ciudadano que disienta. Sin asomo de pudor, el autor del texto declaró que la prensa cubana es libre, negó que hubiera algún periodista preso y no hizo mención de las multas impuestas a casi una veintena de reporteros y activistas en virtud del Decreto-Ley 370, aplicado contra quienes ilustran una realidad que el oficialismo oculta por ser un reflejo de sus errores históricos.
Para ese comunicador subvencionado no es real el encarcelamiento que desde hace ocho meses sufre Roberto Quiñones Haces, columnista de CubaNet; quien a pesar de las constantes humillaciones ha honrado su doble condición de abogado y periodista como no lo hacen aquellos que acatan la censura para que no agreguen sus nombres a la lista de “regulados”.
Los periodistas independientes son calificados de usurpadores e improvisados, pero hasta hoy la gente se pregunta dónde estaban los corresponsales del Granma el día en que un balcón mató a tres niñas de la Habana Vieja, o la noche en que dos policías agredieron sexualmente a dos adolescentes de Marianao; por solo mencionar algunos ejemplos en que la prensa independiente cumplió con el deber inmediato de informar y abrir el debate sobre cuestiones que afectan directamente a la ciudadanía.
Atrincherados tras un pretendido purismo, los censores de la prensa estatal desconocen a los colegas rebeldes —incluso a los graduados de la Facultad de Periodismo— aun cuando la formación académica no es determinante para laborar en los medios oficiales, donde abundan “intrusos” de otras especialidades. El único requisito inviolable es no disentir, tragarse las críticas y conformarse con ser parte de una prensa tan servil que no logra identificarse a sí misma como otra víctima de la represión.
La prensa independiente no es perfecta, pero entiende que parte de su trabajo consiste en llegar a las comunidades más desfavorecidas para hacer con pocos recursos y en peligro constante lo que deberían esos periodistas que alguna vez soñaron con dar voz a la voluntad de los ciudadanos, y hoy se conforman con un par de opiniones favorables al régimen para luego presentarlas en un reportaje como “el sentir de todo un país”.
Mientras el autor del Granma ordeña las mismas vacas de hace décadas para imprimirle solidez a su discurso, los periodistas independientes cubanos ahora mismo son perseguidos y amenazados con una escala variable de represalias. En lugar de renunciar, se obligan a ver los noticieros y leer la prensa del régimen, dominando la náusea y el tedio con tal de recopilar información oficial para contrastarla con una realidad empeñada en burlar las estadísticas y los pronósticos tranquilizadores.
Así transcurre la vida de esos “mercenarios” que a pesar del acoso y de que no hay absolutamente nada en qué gastar la “fortuna” que les pagan, siguen trabajando durante el confinamiento, leyendo, escuchando, observando, comparando información, en fin… lamentando que tanto esfuerzo no alcance a dar el impulso decisivo para buscar la luz al final del túnel.
Si algo deja claro esta crisis global que entraña vitales lecciones para el mejoramiento social y humano, es que el totalitarismo no entiende de circunstancias excepcionales. El régimen cubano se hunde en la senectud, enmascarando su obsolescencia tras un comodín más joven; pero respondiendo de la manera tradicional a todo lo que no se ajuste a su decadente esquema político, económico y sociocultural.
El diario Granma es símbolo de esa vejez ruinosa, y al igual que la gerontocracia verde olivo solo genera hartazgo y mucho dolor en la nuca. Cuanto más rudos sean sus ataques a esa prensa libre y vigorosa que se niega a pactar, más atractiva la harán para las nuevas generaciones.
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