LA HABANA, Cuba. – La reciente noticia sobre la posible transformación del icónico cine teatro Payret en un hotel de cinco estrellas ha caído como una ducha helada sobre los cinéfilos habaneros, muy especialmente los residentes del municipio Habana Vieja, en el que está ubicado el edificio, y también del colindante municipio Centro Habana, que anhelaban desde hace años la restauración y reapertura de esta joya clásica, única entre las salas de estrenos cinematográficos de la capital y de la Isla.
Enclavado en el que entonces se conocía como “Barrio de las Murallas”, la zona de mayor animación cultural y esparcimiento de su época, el Payret fue inaugurado en enero de 1877 por un acaudalado catalán residente en Cuba, que le puso por nombre su propio apellido. Fue también uno de los primeros teatros en transformarse en sala de cinematógrafo y uno de los sitios favoritos de lo más selecto de la sociedad habanera de la época.
Durante los años posteriores a su inauguración, y también en la República, el cine teatro Payret tuvo varios propietarios y sufrió otras tantas remodelaciones. Finalmente fue demolido y vuelto a erigir, para adquirir desde 1951 la imagen arquitectónica que lo destaca hasta hoy: líneas neoclásicas de sucesivos arcos, pilares y tímpanos en sus exteriores, combinadas con elementos eclécticos al estilo típico de los edificios de su entorno, y sus refinados interiores que incluyen el elegante vestíbulo con la escultura conocida como La Ilusión, obra de la artista cubana Rita Longa, y los célebres altorrelieves representando las nueve musas —de la autoría de la misma escultora— a ambos lados del escenario de la otrora majestuosa sala de proyecciones, donde dominaba el color rojo intenso de sus telones, sus alfombras y el tapizado de sus butacas.
En resumen, el Payret destacaba entre los mejores en lujo y confort en una ciudad que en 1958 tenía más cines que Nueva York y era conocida como una de las urbes con los cines mejor equipados en el mundo. Después de 1959, con mejores y peores momentos, el Payret se mantuvo regularmente elegante y pasó por un par de restauraciones más hasta que sobrevino la crisis de los 90 y entre las carencias materiales y la desidia oficial este amado ícono de la cinefilia cubana fue deteriorándose a pasos agigantados hasta que, finalmente, varios años atrás se cerró al público “para realizar reparaciones”.
Sorpresivamente ahora saltan las alarmas con los rumores sobre este intempestivo proyecto hotelero, cuyos detalles fueron publicados en esta página el pasado martes, 11 de diciembre, dando cuenta del ambicioso plan constructivo del Grupo Empresarial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Gaviota S. A., que intervendría toda la manzana que ocupan el antiguo cine, la sala “Kid Chocolate” —un verdadero engendro arquitectónico concebido y construido a toda prisa para funcionar como sala de boxeo durante los Juegos Panamericanos celebrados en La Habana en 1991— y varios edificios de viviendas en precarias condiciones constructivas donde conviven más de un centenar de familias.
Los informes sobre este proyecto y el destino final del Payret no han sido difundidos aún por la prensa oficial, pero la noticia circula informalmente entre los corrillos de “enterados”, especialmente entre los vecinos cercanos a la zona y los círculos relacionados con la cultura del cine en la capital. Muchos son los que se sienten “traicionados” por el giro de los acontecimientos porque hasta hace relativamente poco tiempo “lo que se sabía” era que el Payret estaba siendo sometido a una restauración capital sumamente costosa que, como se ha hecho habitual, se había detenido en varias ocasiones por períodos prolongados, tanto por la falta de materiales como de financiamiento, lo cual explicaba hasta cierto punto la demora en la añorada reapertura.
“Decían que se había destinado presupuesto para una restauración completa, después se comentaba que no alcanzaba con la cifra inicial y que entre el ICAIC y otras entidades comprometidas con esos trabajos se estaba gestionando una nueva cantidad para poder terminar las obras. Incluso se decía que transformarían el espacio en un multicine, habilitando dos salas más pequeñas en el área de la antigua”, comenta Amelia González, fotógrafa aficionada y apasionada cinéfila centrohabanera que reside muy cerca del que sigue llamando “su cine favorito”.
Como ella, centenares de capitalinos de varias generaciones, nativos o residentes de los barrios aledaños, tienen al Payret como una referencia de tiempos mejores, ya lejanos, cuando acudir a la sala oscura de este confortable y bello cine para disfrutar de un estreno era a la vez que una grata experiencia cultural, un paseo al alcance de cualquier bolsillo.
“Yo siempre venía aquí con mi esposa mientras funcionó como cine de estreno y una de las subsedes del Festival de Cine Latinoamericano, porque con mi salario no puedo darme el lujo de invitarla a comer con frecuencia a una paladar ni a disfrutar de un show en un cabaret nocturno. Así que cada vez que pasaba por estos portales del Payret en todo este tiempo que lleva cerrado preguntaba a los custodios si se sabía una fecha de reapertura del cine, pero ninguno sabía decirme, ni tampoco había un cartel que anunciara nada sobre eso”, lamenta José Antonio, un cincuentón nativo de La Habana Vieja que guarda recuerdos amables de este sitio. Y agrega: “es más, ni siquiera había un anuncio que dijera que se estaba restaurando, como hacen con otras obras de (Eusebio) Leal… Simplemente quisimos creernos lo que dijo el periódico”.
Porque resulta que el nuevo proyecto hotelero que cambiaría tan radicalmente la función del Payret se inserta en el plan constructivo impulsado por la Oficina del Historiador con vistas a celebrar el medio milenio de la capital cubana, en noviembre de 2019. Cuando se trata de obtener divisas ni el mismísimo Historiador para mientes en majaderías tales como el mantenimiento del Patrimonio. En todo caso, ya se ha demostrado que siempre puede conservarse la arquitectura de las fachadas, si de guardar las formas se trata. Por su parte la plebe se mantendrá a distancia de los nuevos espacios, que un hotel de lujo no cuenta a la chusma proletaria entre su clientela.
Hasta el momento tampoco ha trascendido que algún funcionario oficial o personalidad del mundo del cine y de la cultura nacional hayan emitido criterios a favor ni en contra del proyectado cinecidio.
La propuesta de convertir el cine en hotel, sin embargo, se contradice flagrantemente con un artículo publicado hace más de tres años en el oficialísimo periódico Granma “a propósito de la situación de los cines y salas de video de la capital y otras regiones del país” (“Cuba: ¿se pierde la magia de las salas oscuras?”, 11 de junio de 2015), donde se exponía: “El caso del Payret es aparte (del resto de los cines de La Habana) porque, al ser una institución de alto valor patrimonial, se decidió que fuese una obra de inversión y su financiamiento es mucho mayor”.
El referido artículo afirmaba, citando palabras de Danae Moros, funcionaria al frente de la Dirección Provincial de Cine en La Habana, que en ese año 2015 se habían entregado “un millón 800 000 pesos en moneda nacional y 700 000 pesos convertibles para la compra de equipamiento. Esa cifra ya se está agotando y vamos a solicitar un incremento porque lleva mucho más dinero”.
La misma funcionaria aseguraba que las obras de restauración del Payret habían comenzado el año anterior (2014) con una “primera etapa” que incluía el techo, la red hidrosanitaria y el salón Alhambra. Este último sería lo que llamó “un espacio polivalente” (¿?). La reconstrucción total debería concluir antes de diciembre del propio año 2015, “porque queremos que esté listo para el Festival de Cine”.
No obstante, tres años y tres festivales de cine después no solo no se ha restaurado el Payret, que sigue cerrado a cal y canto, sino que no existe información pública acerca del destino de los fondos asignados a aquellas obras y, para mayor incertidumbre, ahora se está gestando la certificación de muerte de una sala de cine que fue durante más de un siglo orgullo de los habaneros y ciertamente un espacio de gran valor patrimonial.
Pero el hecho es que si la fuerza que mueve los hilos de este ambicioso proyecto constructivo —que según se dice abarca otros emblemáticos edificios de esa franja de la capital— es la todopoderosa empresa militar Gaviota junto a la compañía francesa Bouygues Batiment International, ya los románticos de la añoranza y los inveterados cinéfilos capitalinos pueden ir abortando sus sueños de recuperar un renovado Payret. Los designios del consorcio militar creado por la élite del Poder tienen dos rasgos esenciales: se gestan en secreto, como las conspiraciones, y son —apegándonos al espíritu clásico del cine de marras— tan definitivos e inapelables como el hilo de las Parcas.
Así, y probablemente en menos tiempo del que imaginamos, el Payret desaparecerá de la geografía habanera para dar paso a la maquinaria arrolladora del capitalismo monopolista de estado bajo la batuta de los jerarcas de las FAR. Sin más ceremonias se habrá producido otra baja en la exigua lista de 42 cines que, según cifras oficiales, todavía existían en 2015, en una capital que en sus pasados tiempos de gloria se ufanaba de contar con más de 150 salas oscuras.
De esos 42 espacios (que no “cines” propiamente dichos) que sobrevivían milagrosamente en 2015, solo 13 se mantenían en precario funcionamiento, 8 de los cuales presentaban problemas constructivos; en tanto los 29 “cerrados” iban a ser entregados a otras “instituciones culturales” porque —siempre según palabras de la funcionaria Danae Moros— “es una política del Ministerio de Cultura mantener en cada municipio al menos una o dos salas, pero que tengan buen confort y equipamiento”. No hay que decir que dicha política tampoco se ha cumplido.
Queda solo apuntar un detalle tan paradójico como relevante en este réquiem por el cine Payret, orgullo y Patrimonio de los cubanos, y es que su pérdida se produzca precisamente a raíz de la confrontación entre artistas y altos funcionarios de la cultura en torno a la aplicación del controversial Decreto 349, en el marco de la cual estos últimos aseguraron públicamente en los medios de prensa que la administración de la cultura nacional “está en buenas manos”.
El destino del Payret, en particular, y del mermado patrimonio inmueble del cine cubano en general confirman exactamente lo contrario.